No Queda Nadie

La carta que no recordaba.

Amanecí en el suelo.
La espalda rígida, el cuello torcido, las manos dormidas.
Una metáfora perfecta de cómo estaba viviendo:
torcido, inmóvil, sin sentir del todo.

Me levanté sin ganas, me arrastré a la cocina y me serví lo de siempre: nada.
Apenas un café amargo, casi frío.
Lo bebí por costumbre, no por gusto.

Ese día no quería pensar.
No quería recordar el puente.
Ni el silencio de los días.
Ni siquiera la voz de Laura, que aún zumbaba en mi cabeza como un insecto molesto.

Entonces, mientras buscaba un cuaderno para anotar cualquier cosa —algo que me hiciera creer que el tiempo no me tragaba del todo— encontré una pequeña caja.
Una de esas de cartón barato, cubierta de polvo.

No la recordaba.
Ni cuándo la guardé, ni por qué.

La abrí.
Adentro, papeles sueltos, recibos viejos, una foto rota.
Y al fondo… una carta.
Cerrada.
Con mi nombre escrito a mano.

"Para Elías. Si algún día necesitas recordar que fuiste querido."

Me paralicé.
Conocía esa letra.
Clara, curva, cuidadosa.

Era de mi madre.

Ella había muerto cinco años atrás.
Un cáncer lento. Duro.
Vi cómo la consumía día a día, hasta que dejó de hablarme con la boca y solo me miraba con los ojos, como diciendo: Perdóname por irme antes de tiempo.

Nunca supe que me había dejado una carta.

La abrí con manos temblorosas.
Tenía miedo.
Porque a veces las palabras que uno más necesita… son también las que más duelen.

Y leí:

Elías:

Si estás leyendo esto, es porque estás en uno de esos días oscuros que no se anuncian, que solo llegan y lo nublan todo.
Y yo no estoy para abrazarte, ni para decirte que esto también pasará.

Pero quiero que recuerdes algo:
Desde el primer segundo en que respiraste, ya eras suficiente.
No por lo que hicieras.
No por lo que dieras.
Solo por ser tú.

Sé que a veces sentirás que no queda nadie.
Que el mundo se volvió sordo a tu dolor.
Pero mientras tú sigas respirando, todavía existe la posibilidad de un nuevo día distinto al anterior.

Yo te quise más de lo que las palabras permiten.
Y si algo deseo, donde sea que esté, es que no te apagues antes de tiempo.
Tienes derecho a quebrarte, hijo.
Pero también tienes derecho a reconstruirte.

Con todo mi amor,
Mamá

No lloré de inmediato.
La carta quedó en mis manos un rato.
Sentí como si me hablara desde otra vida, como si el eco de su voz, suave y cansada, volviera a recorrer la casa vacía.

Y entonces sí, las lágrimas llegaron.
No por tristeza.
Sino porque, por un instante…
recordé cómo era sentirse querido.

Guardé la carta en el bolsillo de mi chaqueta, como un escudo.
No me curó.
No cambió el vacío.
Pero me dio algo que no tenía hace tiempo:

Un motivo más para no rendirme ese día.
Aunque solo fuera por ella.



#861 en Joven Adulto
#2960 en Otros
#185 en No ficción

En el texto hay: novela fria

Editado: 12.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.