Desperté antes que el sol.
La ciudad aún dormía.
No había pájaros.
No había autos.
No había ruido.
Solo silencio.
Y dentro de ese silencio… una decisión.
No era impulso.
No era desesperación.
Era certeza.
Me duché.
Me vestí con la misma ropa de siempre.
Tomé la carta de mamá.
El dibujo del niño.
Y un cuaderno que llevaba años acumulando polvo.
Hoy no quería huir.
Hoy no quería salvarme.
Hoy quería terminar.
En paz.
Salí y caminé.
No al puente.
Ese lugar ya no me pertenecía.
Fui al lago.
El mismo donde años atrás fui feliz.
Donde llevé a Laura una vez, y ella me sonrió con la cara contra el sol y me dijo que ese momento era perfecto.
Qué ironía.
Cómo puede una palabra tan grande terminar tan rápido.
Me senté al borde.
Las piedras frías.
El agua inmóvil.
El aire quieto, como si el mundo respetara lo que estaba a punto de hacer.
Abrí el cuaderno.
Y comencé a escribir.
No una nota.
No una despedida.
Solo lo que dolía.
Lo que fui.
Lo que no fui.
Lo que me rompió.
Lo que quise.
"Fui alguien que amó mucho.
Que se aferró demasiado.
Que creyó que los abrazos eran eternos y las promesas no caducaban.
Fui ingenuo.
Y luego fui vacío.
Y entre una cosa y la otra… me perdí."
Escribí hasta que la mano me tembló.
Luego guardé el cuaderno dentro de una bolsa y lo dejé junto a un árbol, bajo una piedra.
Por si alguien lo encuentra.
Por si alguien necesita saber que existí.
Tomé el dibujo del niño.
Lo besé.
Lo dejé sobre el cuaderno.
La carta de mamá… esa me la llevé conmigo.
Porque si iba a desaparecer, no quería hacerlo sin amor en el bolsillo.
Me acerqué al borde.
El lago era profundo.
Y frío.
Pero tranquilo.
Como si esperara por mí.
No lloré.
No grité.
No dudé.
Solo cerré los ojos…
…y me dejé caer.
El agua me envolvió.
Silencio.
Oscuridad.
Paz.
No hubo testigos.
No hubo gritos.
No hubo manos que intentaran detenerme.
Y por primera vez…
no dolió.