No quiero ser un héroe.

Asalto.

Bajo los fuertes rayos del sol un chico de cabellos blancos caminaba. A pesar de las condiciones del clima y su chaqueta blanca no parecía estar verdaderamente afectado por el calor. Lucien era un psíquico y usaba sus habilidades para mantener fresco el aire a su alrededor. Cualquiera hubiera descalificado tal acción como un desperdicio, pero no su madre, fue ella quien le había enseñado aquel truco. De haber estado ahí su madre habría acompañado su paso con una sombrilla flotante. Se forzó a no pesar demasiado en su madre y hundió sus manos dentro de sus bolsillos.

Apresuro el paso ante la visión de la cupula de cristal que coronaba el banco. Le hubiera gustado ser un ciudadano de la coalición y estar en sus registros, de esa forma tendría un implante de registro poblacional o al menos una tarjeta de crédito, y no estaría caminando en el calor del verano.

Mientras que a Lucien le encantaba la apariencia exterior del banco, construido con un estilo neoclásico, detestaba el ambiente en el interior. La combinación de paredes y piso blanco junto a muebles de metal reluciente y cristal limpio le recordaba al laboratorio. Logrando hacerlo sentir encerrado una vez más. A pesar de eso quería llegar al banco tan pronto como sus pies se lo permitieran para disfrutar unos minutos del aire acondicionado.

No tardo en cruzarla puerta giratoria de la entrada principal, disfruto del aire helado que golpeaba su rostro y entraba a sus pulmones. Su exhalación aún no había concluido cuando sus ojos se fijaron en las personas arrodilladas en el vestíbulo. Los empleados y clientes lo miraron con espanto justo cuando el metal helado toco su cabeza a la altura de su oído. Le basto un leve movimiento de sus ojos para ver parte de la pistola que flotaba temblorosa a su derecha.

—¡Al suelo con el resto!

Una voz masculina llego desde el otro lado de los rehenes, escondido tras un pilar estaba el propietario de la voz apuntando con un viejo rifle, tenía el rostro cubierto con un capuchón color crema. Lucien se quedó quieto brevemente. Si lo hubiera querido habría destruido el arma que le apuntaba si hubiera sido necesario había atascado el mecanismo del rifle o detenido la bala dentro del cañón de la pistola. En lugar de ello interfirió el campo a través del cual el hombre controlaba la pistola, no había duda de que le pertenecía al hombre y no necesitaba más para saber que este no era un psíquico entrenado. Su uso de la telequinesis era tosco. Un psíquico de verdad no necesitaría un arma.

Si lo hubiera querido se habría encargado de aquel hombre en segundos, pero no lo hizo. Lucien no era un héroe de la asociación, tampoco aspiraba a serlo. En su situación era mejor esperar a que la policía llegara, si intentaba hacer algo y solo una pequeña cosa salía mal la asociación se aferraría a tal como excusa para obligarlo a volver al laboratorio. Todo sería mejor si no lo intentaba y fingía ser otro rehén. La policía llegaría, ya iría a otro banco o regresaría al apartamento.

Sus pasos dejaron un eco mientras avanzaba para reunirse con los otros rehenes. La temblorosa arma frotaba sus cabellos contra su piel mientras seguía su movimiento. El arma le desesperaba, no por la amenaza, eso era lo de menos, había tenido cañones apuntando a su cabeza en muchas ocasiones, era ese temblor, esa inseguridad que el hombre emanaba, aun con su conexión empática al mínimo recibía las señales del otro psíquico como si fueran gritos. Por puro capricho no bloqueo su nexo, un capricho que tuvo al ver a una mujer que llevaba a su hijo. Estaban a unos pasos de distancia cuando Lucien comenzó a recibir las emociones del niño, un miedo puro, entremezclado con algo que difícilmente se podía etiquetar.

—Todo estará bien, se irán pronto. —La mujer repetía al niño aquello en un susurro que apenas pudo escuchar.

No era un secreto que Lucien extrañaba a sus padres, sobre todo a su madre. Lo que debiera ser envidia por la suerte de aquel niño resultaba en una sensación desagradable en el estómago, también quería estar con su madre y escuchar las mismas palabras que la mujer le susurraba al niño. Deseaba volver a tener la edad de ese niño y dormir con su cabeza en las piernas de su madre. Volver a tener tres años y pasar el verano en aquella Dacha en medio del campo que difícilmente recordaba, pero que en verdad extrañaba.

Sin apartar la mirada de la mujer se dejó caer de rodillas, al toar el suelo el dolor del golpe lo recorrió, aguanto el quejido y le restó importancia a la sensación restante. La pistola que permanecía a la altura de su cabeza avanzo en dirección a la entrada a esperar a la siguiente persona que entrara.

La imagen de la madre y el niño pese a no dejar de incomodarle le provocaba sonreír. No estaba nada mal, no le hubiera importado pasarse de rodillas el resto del día si eso significaba que todo estaría tranquilo, pero eso simplemente no pasaría.

—Lo tenemos.

Desde una puerta al fondo mas allá del psíquico, un hombre salió, usaba una mascara negra, en su mano sostenía un trozo de papel. Podrían ser unos ladrones incompetentes, pero no del todo. Para robar una fortuna podrían haber entrado desde el exterior, era algo que podrían haber logrado con solo una conexión a la red y una computadora. Aparentemente habían optado por la opción difícil, con mayor beneficio. Usando el sistema del propio banco podían borrar los movimientos y volver el dinero imposible de rastrear, todo ello sin tener que pasar horas para evadir todas las defensas del sistema.




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