No Sabes Todo Lo Que Te Dije En Silencio

Solo era una clase, o eso creí

No tenía expectativas.
Era solo otra clase en el horario, otro martes cualquiera en esa academia donde uno sobrevive más que estudia. Yo entré como siempre: con el sueño colgando de las pestañas, el ánimo en modo avión y la maleta más desordenada que mi vida amorosa. Ni siquiera me había peinado bien; llevaba el cabello amarrado con el cauchito que encontré debajo de la almohada, porque prioridades, ¿cierto?

Antes de llegar al salón, pasé al baño. No porque necesitara entrar, sino porque me sentía… rara. Algo fuera de lugar. Quería verme en el espejo. A veces lo hago, como quien chequea si la cara que lleva puesta es suficiente para enfrentar al mundo.

Ahí estaba yo, mirándome con ese rostro de “no me molestes, solo estoy sobreviviendo”, cuando entró una profe. No sé su nombre, solo sé que da francés y siempre huele a perfume caro.

Me miró. Sonrió.
Ese gabán está divino, Alejandra.

Yo me quedé como... ¿qué?
— ¿Sí? Gracias —le respondí, medio confundida, pero con una sonrisita interna.

No me lo esperaba.
No ese halago. No de ella. Y aunque fue una tontería, me levantó un poquito el ánimo. No lo suficiente como para cambiar el mundo, pero sí lo justo para salir del baño con el paso un poco más firme.

Busqué mi silla como quien busca dónde desaparecer. Me senté junto a la ventana para ver el cielo en los momentos de desesperación existencial y empecé a sacar mis cosas como si supiera lo que estaba haciendo. No sabía. Estaba ahí por costumbre. Y honestamente, con hambre.

Y entonces, él entró.

Santiago.
No sabía su nombre en ese momento, pero sí sabía que el ambiente cambió. Como si alguien hubiera bajado el volumen del mundo para que él tuviera su momento de entrada. Llevaba un buzo gris claro que parecía más cómodo que mi cama, unos jeans oscuros y ese aire de profe que no intenta parecer interesante, pero lo es por accidente.

Entró caminando como si no le importara nada, pero ¡ay, cómo camina!
Con esa tranquilidad que uno no sabe si envidia o quiere abrazar. Y luego habló.

Good morning, everyone.

¿Everyone? Señor, si éramos cinco y medio en el salón. Pero esa voz... esa voz hizo que me enderezara sin darme cuenta. Suave, clara, con ese tono entre relajado y seguro que uno no espera escuchar a las 7:00 a.m.

Yo pensaba que iba a ser uno de esos profesores que se paran ahí a leer la presentación en PowerPoint mientras uno lucha por no morir dormido. Pero no. Él no estaba improvisando. Hablaba como si le gustara estar ahí. Como si le gustara que estuviéramos ahí. Como si le gustara... yo. Mentirassss, yo la menos esquizofrenica. En ese momento todavía no fantaseaba tanto. Casi.

En medio de la clase, me preguntó mi nombre. Y me sonrió.
Yo tartamudeé un poco, como si no lo supiera. Como si no llevara veinte años llamándome igual.
Y luego me dijo que mi pronunciación estaba muy bien.

You sound natural, dijo.
Y yo por dentro: “¿Natural como en ‘destinada a estar contigo’, o natural como en ‘bueno, no lo hiciste tan mal’?”

Mi cerebro ya estaba haciendo de las suyas. Mientras él hablaba de verbos y acentos, yo solo podía pensar: “Este tipo no tiene derecho a tener esa voz y ese rostro tan temprano”.
Y entonces me reí. De mí. De mi mente. De esa facilidad con la que una puede enamorarse por accidente de alguien que ni siquiera sabe cuántos gritos emocionales hay en su pasillo interno.

La clase siguió. Yo intentaba tomar apuntes, pero mi letra parecía de secuestrador nervioso.
Me sorprendí a mí misma mirándolo más de la cuenta. Pero no por atrevimiento, sino porque no podía evitarlo. Había algo en su forma de explicar, en cómo caminaba entre las sillas, en cómo sostenía el marcador, que era hipnótico. Como si todo en él dijera “tranquila, puedes respirar… pero también, muérete un poquito”.

Salí de esa clase distinta.
Me reí sola bajando las escaleras. Me revisé en la cámara frontal de mi celular como si pudiera encontrar la razón por la que me gustaba tanto.
Y me repetí lo que ya sabía:
Era solo una clase.
Pero por dentro, una voz chiquita pero honesta me susurró:

O eso creí.



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En el texto hay: amor, miradas, emociones

Editado: 18.07.2025

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