Hay clases que se sienten eternas.
Esta, en cambio, se me pasó en cámara lenta… pero no como cuando ves una película lenta y mala, no. Esta fue como cuando ves una escena de romance y sientes que todo dura el triple solo porque el protagonista está cerca.
Spoiler: Santiago estaba demasiado cerca.
Ese día venía en modo zombie, lo admito. Había dormido mal, me había puesto el primer buzo decente que encontré y me hice una cola de caballo tan apretada que creo que me jalé un pensamiento.
Y aun así, me senté en mi silla como quien se sienta en una película que ya vio, pero con la esperanza de notar algo nuevo.
Porque, seamos honestos, cuando Santiago está, uno siempre nota algo nuevo.
Él andaba más activo que de costumbre. Caminaba entre las filas como un explorador en medio de estudiantes agotados.
Y yo, como siempre, fingía estar muy concentrada… cuando en realidad estaba ensayando mentalmente cómo leer en inglés sin parecer que tengo una papa caliente en la boca.
— Alejandra, ¿puedes leer la siguiente parte, please?
Ay no.
Ahí me congelé. No porque no supiera leer, sino porque él dijo mi nombre con ese tonito calmado que tiene. Ese que suena como si le hablara a una planta para que florezca.
¿Cómo se supone que una respira cuando le dicen “please” con esa voz?
— Ok, teacher —respondí.
Y mi cerebro activó el “modo pánico elegante”.
Empecé a leer. Las primeras líneas salieron dignas.
Yo misma pensaba: “Bueno Alejandra, no estás tan mal, ¡le metes ganas, reina!”
Pero entonces llegó LA palabra: “comfortable”.
Fin del mundo en 3… 2… 1.
Yo la solté como Dios me dio a entender:
— Com-for-ta-ble…
Y en cuanto la dije, sentí que algo había fallado.
Santiago levantó una ceja. Yo tragué saliva.
Y con esa sonrisa suya, esa que no es burla pero igual te arruina emocionalmente, se acercó. Lentamente. Como si tuviera todo el tiempo del mundo para venir a desarmarme con educación.
Se inclinó un poco hacia mí.
Y con voz bajita, dijo:
— Mira, se pronuncia como “comft-er-bol”.
Y yo por dentro:
“¿Se pronuncia cómo? ¿¡Cómo me vas a decir eso con ese tono, con esa cercanía, con esa voz de ASMR emocional!?”
— Try again, —añadió, sonriendo.
Y yo no sabía si intentarlo o huir por la ventana.
— Comft-er-bol… —dije, haciendo lo posible por sonar normal.
— Exactly.
Y me sonrió. Otra vez. Como si fuera lo más sencillo del mundo.
Y luego siguió su camino, como si nada.
Como si no acabara de desordenarme el sistema nervioso.
Yo me quedé paralizada.
Literal. El texto seguía, pero yo no sabía ni en qué parte íbamos. El marcador seguía moviéndose por la pizarra y mis neuronas estaban en el suelo.
Mi alma estaba en modo: “¿ME SONRIÓ O ME LO IMAGINÉ?”
Mi ego estaba en modo: “TE FELICITÓ”.
Y mi dignidad estaba en modo: “Relájate, solo te corrigió, tampoco es que te propuso matrimonio.”
Pero igual, me reí sola.
Esa risa interna que uno hace cuando no sabe si está enamorada o poseída por las hormonas.
Y mientras mis compañeros seguían con sus frases, yo solo podía pensar en eso:
cómo algo tan simple como una corrección podía significar tanto.
Me gustaba. No lo podía negar.
Y aunque él no tenía ni idea del caos que me había dejado en la cabeza, yo ya estaba perdida.
No por cómo me habló.
Sino por cómo me habló como si de verdad importara lo que yo decía.
Y eso, sinceramente,
me jodió el corazón con elegancia.
Editado: 21.07.2025