Ese día llegué un poco antes de lo normal.
Y no porque tuviera afán, ni porque me emocionara entrar a clase (aunque… Santiago). No. Era porque Laura me había escrito desde las 6:50 a.m.:
“¡Amiga, ven rápido que tengo chismeeee!”
Y cuando Laura dice “chisme”, una va.
Así estuviera sin desayunar, despeinada o emocionalmente inestable (como suele ser el caso).
Nos encontramos en el pasillo, justo al frente del salón. Ella estaba contra la pared, con cara de haber vivido una telenovela en cámara rápida.
— ¡Amiga! Me habló… ¡me habló David! —me dijo, agitadísima.
— ¿Y qué te dijo? —le pregunté, intentando parecer sorprendida y no emocionalmente conflictuada por dentro.
— Me pidió el cargador. Pero eso no es lo importante. ¡Me dio las gracias mirándome a los ojos! Amiga, ¡ojos!
Asentí con una sonrisa que más bien era una mueca.
Porque sí, Laura está completamente ilusionada con David.
Y sí, David también me gustó a mí.
No como Santiago, claro. Lo de Santiago es otro tipo de sentimiento: más profundo, más emocional, más… silencioso.
Pero David... David tiene esa forma de ser tranquila, amable, con esa energía de “puedo llevarte y traerte sin hablar mucho, pero estando”. Y eso, a veces, también se siente.
Y lo peor de todo es que, aunque no lo busqué, él y yo ya habíamos compartido un momento. Uno raro, pequeño, pero que se me quedó grabado como si fuera más.
Fue hace unos días.
Salíamos de clase, y justo estábamos hablando de motos. Él la había parqueado cerca del árbol grande, donde siempre hace sombra, y yo, sin pensarlo mucho, le solté:
— ¿Oye, te importa si me pongo tu casco?
— ¿Mi casco? —preguntó, medio riéndose.
— Sí, solo por curiosidad, nunca me he puesto uno de verdad.
— Desde que no lo dejes caer, todo bien —dijo, con un tono tranquilo, casi suave.
Y me lo pasó.
Yo me lo puse. Me quedaba un poco grande.
Me sentí ridícula. Pero él se quedó mirándome, sin decir nada.
Solo sonrió.
Una sonrisa de esas pequeñas, pero que uno no olvida.
Me lo quité rápido, entre risas nerviosas, y se lo devolví.
— Gracias por confiar en mí tu vida entera, le dije, señalando el casco.
Él se rió bajito.
— Bueno, no es tan dramático... pero sí, gracias por no soltarlo.
Y ya.
Eso fue todo.
Pero ese momento, por alguna razón, se me quedó pegado como chicle emocional.
Volviendo al pasillo con Laura, ella seguía soñando despierta con su escena del cargador.
Y yo, mientras tanto, pensaba en esa escena del casco.
Porque a veces los gestos pequeños dicen mucho…
y a veces no dicen nada.
No sé si David sintió algo.
No sé si lo hizo solo porque es buena persona.
No sé si lo mío fue solo un gustico pasajero.
Pero sí sé que cuando una amiga tuya está ilusionada con alguien… el corazón tiene que hacer espacio, aunque le cueste.
Y justo cuando pensé eso, vi a Santiago entrar al salón.
Y todo en mí se reacomodó.
Porque una cosa es que alguien te preste el casco.
Y otra muy distinta es que alguien te desarme con una corrección en voz bajita.
Editado: 27.08.2025