No Sabes Todo Lo Que Te Dije En Silencio

Entre la risa y la herida: la sonrisa que no me pertenece

Mi rutina ha dejado de ser solo rutina desde que Santiago apareció en ella.

Los pasos de mis tacones —que antes me hacían sentir ridícula— ahora me hacen sentir poderosa. Retumban en el pasillo de la academia como un anuncio: “Ella llegó”. Suenan fuerte, firmes, como si quisieran avisarle a él que estoy cerca.

Desde que empecé a vestir más elegante por mi trabajo, me siento diferente. No sé si más bonita, pero sí más visible. En la entrada, algunas miradas me siguen. A veces creo que Santiago también lo hace, aunque finja estar hablando con alguien más. No siempre lo noto, pero hay días en los que lo siento.

Ese día tenía doble clase con él. Un regalo del universo. O una tortura, dependiendo de cómo se mire.

Antes de entrar al salón, como siempre, fui al baño. Me miré al espejo y me puse el protector solar que me recomendó el dermatólogo. Me lo aplico con cuidado, como si el rostro que me devuelve el reflejo fuese algo más que piel y poros: es mi carta de presentación, mi escudo, mi espacio de lucha interna.

Ahí, en medio de ese silencio tan íntimo, aparece Laura.

—¡Ale! —dice con esa alegría que me alivia el alma—. Ese outfit está a otro nivel. Pareces sacada de una revista.

—¿De las de moda o de las de chismes? —le respondo entre risas.

—De las de mujeres que se saben valer por sí solas. —Y me guiña el ojo.

Nos reímos juntas. Ella siempre es así: una mezcla de ternura, euforia y apoyo incondicional. Nos conocimos hace poco, pero ya parece que fuéramos amigas de toda la vida. Nos une más que la academia: somos ARMY, fanáticas de BTS, aunque ella insiste en que Zero O’Clock es mejor que Young Forever. Yo le digo que no, que lo nuestro es eterno. Y nos reímos, como si la vida no doliera.

Entramos juntas al salón. Laura se sienta dos filas más atrás porque quiere estar cerca de David. Él también está en la clase. Es tranquilo, amable... y cada tanto, sus ojos se detienen en mí. No sé si es porque le caigo bien o porque le gusto. Y a veces no sé si yo siento algo por él o solo me confundo. Es raro, incómodo y hasta un poquito doloroso. Porque, aunque nunca pasó nada, yo sé que Laura lo mira como yo a Santiago. Y eso pesa.

Pero no quiero pensar en eso ahora. No hoy.

Santiago entra al aula con su porte siempre sereno, con esa forma suya de estar sin invadir, de hablar sin gritar, de enseñar sin imponer. Tiene una chaqueta azul oscuro y un reloj de correa negra. Todo en él grita “yo no vine a llamar la atención”, y por eso me resulta tan magnético.

Ese día, durante clase, corrige mi pronunciación.

—"Comfortable", Alejandra. Sin la ‘e’. No es “confortéibol” —dice, mirándome directamente.

Y yo me río, entre nerviosa y divertida.

—Profe, ¿usted no ha pensado en ser cantante? Porque corrige con ritmo —bromeo.

Él sonríe. Y ese gesto pequeño me dura horas en el pecho.

Santiago (desde su pensamiento):

“Ella es espontánea, ocurrente. Se ríe de sí misma. Eso me gusta. Hay estudiantes que buscan agradar, ella parece no buscarlo, pero lo logra sin querer. Cuando habla, su tono sube y baja como si cantara. Y aunque no lo sabe, se ha vuelto uno de los rostros más esperados de mis días. Me reprendo por pensarlo. Pero es la verdad.”

La clase avanza, y yo también. Más risueña que de costumbre. Le hablo, hago comentarios que provocan risa. Me muestro. Y él, desde su lenguaje tímido, responde: hace chistes, se ríe, nos mira a todos, pero a mí un poquito más. O eso quiero creer.

Después de clase, me quedo en un salón vacío, como siempre. Me siento en el piso y pongo mi serie favorita. Es mi manera de desconectarme del mundo. Pero esa tarde no podía concentrarme. Las palabras de Santiago seguían rebotando en mi cabeza. Y su sonrisa. Y su forma de corregirme. Todo en él me revolvía el alma.

Hace unos días, le pregunté si tenía novia. Fue directo, sin rodeos. Dijo que sí.

Y aunque lo sabía, aunque lo intuía, esa respuesta fue como una puerta cerrándose despacito.

Aún así, no me alejé. No puedo. Me encanta verlo, estar cerca, escuchar su voz, aunque duela un poco. O mucho. A veces me convenzo de que es una admiración pasajera, pero cuando pienso en él... se me dilatan las pupilas. Literal.

Santiago (desde su pensamiento):

"¿Y si hubiera conocido a Alejandra en otro contexto? ¿Si no fuera su profesor? Ella me intriga. Me sacude. Me hace reír de verdad. Y no debería pensar en esto. Pero lo pienso. Y cuando llega a clase, me dan ganas de dar una mejor clase. Cuando no está, la busco con la mirada. Me odio un poco por eso. Pero no puedo evitarlo."

Esa noche, en casa, puse una canción que no escuchaba hace tiempo: Avemaría de Nanpa Básico.

Y la letra me sacudió:

“Ese movimiento que tú tienes me encanta.
Cuando voy pa’ abajo, fácilmente me levantas.
Como la ganjah, tú eres una santa…”

Me hizo pensar en él. En cómo, sin saberlo, me ha levantado en días bajos. En cómo su presencia, aunque silenciosa, me sostiene a veces. No es amor, quizás. O tal vez sí. Es algo más grande que una simple ilusión. Es emoción suspendida en el aire, esperando un destino.

No sé qué pasará. Solo sé que, por ahora, me sigue encantando.

Y mañana, como siempre, llegaré temprano, con mis zapatos retumbando en el pasillo, con protector solar en el rostro, con la esperanza temblando en el pecho. Tal vez sea solo otro día. O tal vez... no.



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En el texto hay: amor, miradas, emociones

Editado: 27.08.2025

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