No salgas

Parte 3

La tarde pinta el cielo de colores. Hoy está de rosado, mi color favorito.

Mientras cae la noche, me pongo a jugar con Nancy hasta que mi tío haga la merienda.

—Alix, ven a comer —me llama después de una hora. La noche nos abraza por completo, las estrellas alumbran el refugio.

En el refugio no hay electricidad, así evitamos que la gente mala entre para hacernos daño, por eso, por las noches, nos alumbramos solo con velas.

—Gracias —digo feliz al ver el plato de papas con pollo en la mesa.

—No olvides tu té —me dice mi tío, y asiento.

La merienda transcurre en silencio, mi tío y yo solo nos concentramos en comer, mientras la vela en el centro de la mesa parpadea.

—¿Será que mis papás regresen temprano hoy? —pregunto, mirando la puerta deseando que misteriosamente aparezcan por la puerta.

—No lo sé, tal vez. Si quieres, espéralos acostada en el sillón.

No respondo y me enfoco en terminar de comer.

Al acabar, lavo mis platos y subo al segundo piso a lavarme los dientes y ponerme la pijama, luego bajo de nuevo para acostarme en el sillón.

Esta vez sí los voy a esperar. Esta vez no voy a dormirme.
Pero al cabo de unos minutos, un sueño indescriptible me abraza lentamente. Mis párpados pesan, mi cuerpo se relaja, y en unos segundos una manta negra cubre mi visión y caigo dormida

A la mañana siguiente, el sol que entra por la ventana me despierta y al mirarme en el espejo noto una marca de un beso con labial en la frente.

No puedo evitar sonreír. Mi mamá me dejó un beso de buenas noches, y de seguro papá me cargó desde el sillón hasta mi cama.

Salgo corriendo a buscarlos, pero como era de esperarse, ya no están. Mi tío tampoco se encuentra, aunque encuentro una nota encima de la mesa que dice que volverá tarde.

También hay un plato de cereal con leche.

Me siento a comer mientras Nancy me acompaña. La casa es muy silenciosa, solo escucho el sonido de la cuchara contra el plato mientras como.

Al lavar mi plato, noto por la ventana a una niña corriendo entre las casas del refugio. Parece que juega a las escondidas, pues actúa como si no quisiera que nadie la viera.

Su aspecto me llama la atención, está sucia, con el cabello desarreglado y heridas en las piernas.

«¿Se cayó mientras jugaba?» —pienso, sintiendo preocupación al verla. Esas heridas parecen graves.
Tomo un vaso de agua y un rollo de papel higiénico, decidida a ayudarla, pero cuando me detengo en la puerta, las palabras de mi tío resuenan en mi mente.

No salgas.

Afuera es muy peligroso.

Debes quedarte adentro.

Te van a lastimar si sales.

El miedo me recorre el cuerpo, soy solo una niña. Si los monstruos me atacan, no podré defenderme.

Pero la chica se ve tan asustada, y sus rodillas no paran de sangrar. ¿Qué puedo hacer?

Si fuera yo en su lugar, me gustaría que alguien me ayudara.

Respiro hondo y agarrando valentía, decido abrir la puerta y después de tres años salgo al exterior.

El mundo afuera no parece tan aterrador.



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En el texto hay: suspenso, niñez

Editado: 20.11.2025

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