Lavó su rostro bajo el silencio de la noche, sintiendo la sordera del lugar atravesar debajo de la puerta.
Sostuvo el lavamanos, cabizbajo de solo pensar en los hechos, apenas cerrando los ojos.
Negó, con las manos temblando sobre la cerámica, pasando el trago de saliva que lo hizo desbordarse.
Un sollozo casi imperceptible salió de sus labios, pudiendo sentir el malestar que de abrió pasó en su interior como una ola, hasta el punto de evitar que respirara como era debido, completamente afectado.
Tenían días ahí.
No faltaba mucho para que a Evia le dieran el alta luego del monitoreo constante en el que estaba.
Había intentado mantenerse al margen, en calma, solo que su situación estaba empeorando en horas de la madrugada.
La admiraba por cómo lograba dormir como si nada, aunque quizás lo hacía a pesar de todo, pero él no lograba conciliar el sueño.
Cada vez que cerraba los ojos, había sangre en ellos. Se sentía indefenso... ¿Por qué no lo dijo antes? ¿Hablar le hubiera evitado ese resultado? O tal vez habría sido algo inevitable, aunque con menos dolor.
Inspiró, pasando el aire al ver su rostro pálido, sentado en el suelo, pegando la espalda de la pared.
Colgó los brazos de sus rodillas alzadas, viendo la luz del cuarto al tratar de procesarlo.
Aun con todo, le estaba costando.
No se había sentido así nunca en su vida y no era que la muerte repentina de su hermano no le afectó, sin embargo, haberse descubierto ilusionado por el mundo nuevo de una paternidad con su esposa, era muy diferente, tanto así, que podía sentirlo como pérdida demasiado pesada para su alma.
Apenas sonrió ante el recuerdo cuando la oyó hablar de querer darle un hijo.
Parecía tan genuina en sus palabras, ni siquiera algo forzado, solo un resultado de lo que tenían y sentían cada uno por la relación.
El hecho de que eso no sucedió como quiso, le rompía más el corazón y el pecho se le resquebrajaba por haberle quitado esa oportunidad.
Una que también supo que ella guardaba a modo de sorpresa por su felicidad.
Exhaló, casi puesto de pie ante los pasos, viendo que movía el pomo de la puerta hasta pasar, encontrando au figura más fortalecida, aún si las sensaciones por la cirugía, no habían parado.
—Hola, mi amor—trató de mantenerse tranquilo, evitando llorar—. ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?—Davon parpadeó en la negativa, pasando la saliva sin hablar—. Davon...
—Solo quería espacio—murmulló, ahogado, echando la cabeza de un lado a otro para poder seguir en el mundo real.
—¿Por qué?—Cerró, dando un paso adelante.
No se podía hincar en frente, pero al menos podía estirar su mano hacia él para sostenerlo desde ahí.
—Solo...
—¿Tú necesitas que yo...?—Lo enfocó—. Me refiero a si tienes necesidad de algo íntimo—el joven se atrevió a reír, sacudiendo su cabeza en la negativa, apenas sorbiendo su nariz.
—Eso es lo de menos, Evia—eludió, seguro—. ¿Cómo crees que te voy a reducir solo a eso? Soy tu esposo, no tu abusador—murmuró, elevado al quedar en frente.
—Lo sé, es que no sé qué te pasa y... bueno, llevamos casi una semana aquí y yo...—enarcó la ceja, a la espera—, supongo que no te estoy cumpliendo o ayudando en cualquier cosa que necesites.
—Mi amor, acabas de...—Tomó aire, asediado—. Acabamos de atravesar una pérdida inesperada, pero no es lo de ambos lo que me tiene así, yo...—cerró los ojos, cansado—. Creo que estoy teniendo síntomas del trauma, eso es todo—susurró, entrecortado—. No puedo dormir, no como por hambre sino porque a ti te entretiene; mi boca no tiene sabor, Evia, mis oídos no dejan de zumbar, mi mente solo me muestra sangre y no descanso porque mi sentido de alerta me dice que algo malo pasará, aunque no es así—declaró, tocado—. Apenas sé que respiro y lo único que intento ignorándolo es que estés bien, que te mejores y dejemos este lugar—su pulgar retuvo una lágrima de la comisura de su izquierdo, mirándolo bajo esa sinceridad que le dolía, tomando sus manos para besarlas.
Lo único que se le ocurrió fue atraerlo en un beso, recibido el ósculo con una buena aprobación de su parte, como si de la nada le quitó un peso de sus hombros aún sin decir nada, bajo el recuerdo de lo que ambos compartían desde el corazón.
Davon la probó, habiendo añorado tanto ese contacto profundo, terrenal y a la vez, el mismo que lo desconectaba de la realidad, de los hechos, pudiendo ahondar en el gesto hasta que los pulmones le ardieron por falta de aire, detenido un instante antes de regresar.
Su esposa lo sostuvo, recibida en la unión de sus labios, de su mano en su cintura, reposado ahí de forma delicada, acortando la distancia entre ellos.
Tocarla le reactivó los sentidos, fue como un choque de vida al tenerla rodeando su cuello y su cabellera entre sus dedos, dejando un gruñido contra su boca, echado atrás.
—¿Ahora qué puedes sentir?—Pegó su frente a la suya, desbocado al darle un abrazo con cuidado.
—A ti, aquí, conmigo—asintió, oculta en el hueco de su cuello.
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Editado: 21.07.2025