Aleksis cumple treinta y tres. Yo tengo treinta. Es un par de años mayor que yo.
Él tiene más de treinta, sabe lo que quiere en la vida y no le agobia predecir el futuro. Yo estoy entrando a los treinta, no sé bien lo que quiero y aunque miento sobre el tema me agobia el futuro, a veces, la mayor parte del tiempo lo evito.
Él es más libre de lo social y lo aceptable; dudo que a él le digan que es hora de sentar cabeza, formar una familia y tener hijos, en cambio, a mí, solía ser un recordatorio diario, tanto que pareciera una obligación, como si fuese mi única función en la vida.
Ahora, estas cuestiones no me preocupan tanto, pero a los demás —a mi familia— sigue siendo un tema central: ¿qué hay de mi futuro? Como si mis otros logros no fuesen suficientes ni importantes.
Miro a Aleksis de reojo, aún duerme. Hoy sábado es su cumpleaños. Llevamos dos noches en Mazunte y estamos conquistados de las increíbles vibras que tiene. Mazunte tiene efecto, me abraza y es como si no quisiera irme nunca.
El viernes estuvimos todo el día frente al mar, azulado, pacífico y romántico: como me gusta. Mientras Aleksis practicaba algunas actividades yo me centraba en la lectura; necesitaba sentarme frente al mar y leer.
Como dijo Pizarnik, el mar no sabe de dónde viene ni adónde va. Lo miré, lo observé, y disfrute; por lo tanto, cada segundo que pasaba entendía un poco más a Aleksis y su amor por el mar. Ahora entiendo su pasión y necesidad de estar cerca de las costas, tanto que incluso no quiero irme. Siempre me pareció que yo era una persona más de ciudad, pero descubrí que puedo generar una conexión especial con el mar; creo que es maravilloso.
Hoy, en cambio, y en este justo momento no miro al mar; lo miro a él, pero cuando creo que he perdido suficiente tiempo me levanto de la cama sin despertarlo. Tomo un baño, me pongo ropa ligera y cuando estoy peinando mi cabello en una coleta alta siento como sus manos me rodean la cintura y después su mandíbula sobre mi cabeza (¿por qué debe ser tan alto?).
—Buenos días, Rakkaani.
—Buenos días —Me volteo para quedar frente a él y entonces le sonrío. Tomo su rostro mientras sus manos sostienen mi cintura, entonces, lo beso, con amor y con pasión—. Feliz cumpleaños, amor.
Antes, me había explicado que los cumpleaños son un día regular para él, no suele festejarlo y añade que pocas personas lo hacen en suomi, entre ellos los niños. Pero le respondo que mientras este en este lado del mundo y conmigo, se festejará.
Él continúa besándome, pasa sus labios por mi cuello y desciende (¡qué bien besa!). Para ser sincera lo único que faltaba para hacer el ambiente más adecuado era escuchar je t’aime moi non plus de Serge Gainsbourng y Jane Birkin; pues temo admitir que me es imposible pensar en otra cosa que no sea la canción cuando se trata de los momentos del acto sexual.
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Tras un tiempo, cuando el único calor que hay es el del ambiente de la costa —y del estado—. Salimos, caminamos un poco por el pueblo que es pacífico y romántico, comemos, hablamos con lugareños, aunque es Aleksis el que habla más, intercambian información, y aunque es un sitio habitual donde viajan muchos extranjeros, lo felicitan por su buen español.
Después, pasamos la tarde frente al mar.
El momento es perfecto y desearía que hubiese más en el futuro, pero con él en el otro lado del mundo estos momentos se reducirán solo a mis amigos y a mí, o solo momentos hechos por mí y para mí.
—¿Estás emocionado o nervioso por Phuket? Yo no podría dormir.
—Estoy disfrutando del momento —responde—. Si pienso en el futuro, pierdo el valioso y limitado tiempo que tengo contigo.
—Yo podría reservar tiempo e ir a verte —sonrío. La verdad, no es una opción viable por el momento porque eso implica tener dinero y gano bien, pero no excesivamente—. El tiempo pasa rápido.
Y así es, este no espera a nadie, ni siquiera a los que disfrutan del momento, solo que estos últimos tienen una mayor ventaja: podrán evocar recuerdos y estos serán gratamente recibidos.
Vemos un par de niños correr. No pienso en la idea de concebir o no, llevo poco tiempo con Aleksis y ni siquiera le veo futuro a lo nuestro; además, siento que ni podría ser buena madre.
—Amor —llamo, él voltea a verme—. ¿Te gustaría tener hijos?
No sabe que responder, me mira levantando las cejas, y después ríe asintiendo.
—Sé honesto —Interrumpo. Ríe mientras me abraza—. Cuando te pregunto esto no significa que necesariamente conmigo, puede ser con cualquier persona en el mundo.
—Es complicado —musita, yo levanto las cejas preguntando a que se refiere—, no sé.
Por primera vez no tiene una respuesta, lo veo dudar. Imagino que es un no, es un sí, ambas al mismo tiempo y ninguna; creo que es debido a su estilo de vida vagabunda. Esta bien.
—Honestamente yo nunca me podría ver como madre —confieso—. Quizá sea porque mi madre no es muy ejemplar —Me encojo de hombros—. La idea nunca me ha llamado la atención.
Ríe. Yo también.
Tras caminar por el pueblo y sus pequeños lugares escondidos con vibras mágicas, lo motivo a que caminemos hasta punta cometa para ver el atardecer.
—Supongo que has visto muchos atardeceres en las mejores zonas del mundo, no será tan especial.
—En este caso, será diferente —Me mira y entonces reímos.
Caminamos a lo largo de la costa, entre vegetación, el mar, arena, el sonido de las olas al chocar contra las piedras y una orquesta de aves. No podría elegir otro lugar en el cual estar en este momento; y entonces, pienso en Alma. Ojalá pudiera duplicarme y estar en dos lugares a la vez. Quiero preguntarle si ella ha sido la de las flores y por qué, ¿qué es exactamente lo que significa? Pero a veces peco de cobardía.
Llegamos a la altura punta cometa antes del atardecer. Nos sentamos a una distancia prudente de la orilla, bebemos un poco de vino que he llevado. Dejo la copa junto a mí al tiempo que me recuesto sobre sus piernas y miro el cielo mientras él acaricia mi cara y cabello. Volteo el rostro sonriéndole.
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Editado: 13.12.2021