Capítulo 3: Primeros pasos en la oscuridad
El silencio en la mansión era absoluto. Las pocas habitaciones iluminadas parecían flotar en un mar de sombras profundas, donde los ecos se perdían como fantasmas. Harry despertó antes del amanecer. Su pequeño cuerpo estaba cansado, pero su mente estaba inquieta, ansiosa por descubrir más sobre ese mundo que apenas empezaba a vislumbrar.
Se levantó con cuidado de la cama enorme y fría, se puso la túnica negra que le habían dado y tomó el libro que Voldemort le había entregado la noche anterior. Aun con sueño, sus dedos recorrían las páginas como si fueran un mapa hacia un nuevo universo.
El libro hablaba de la magia como si fuera un lenguaje secreto entre el cuerpo y el alma. Hablaba de canales internos de energía, de vibraciones del aura, de voluntad dirigida. Cada palabra era complicada, pero Harry avanzaba con una curiosidad ardiente, ignorando la fatiga y el hambre que le retorcía el estómago.
Un golpeteo suave en la puerta lo sobresaltó. Antes de que pudiera contestar, la puerta se abrió y Snape apareció en el umbral.
—Levántate —ordenó con voz seca—. Hoy comienzas tu entrenamiento formal.
Harry asintió rápido, cerró el libro con cuidado y se levantó. Snape lo miró de arriba abajo, evaluando cada movimiento con sus ojos negros, fríos pero no del todo vacíos.
—Sígueme —dijo, girándose sin esperar.
Cruzaron varios pasillos oscuros, donde retratos antiguos parecían observarlos con desconfianza. Harry podía escuchar el murmullo lejano de algún reloj o el eco de pasos que no veía. Cada rincón olía a humedad, a polvo, a historia olvidada.
Llegaron a una gran sala circular iluminada por antorchas mágicas que flotaban en el aire. En el centro, había un círculo dibujado en el suelo con runas antiguas que brillaban débilmente. A un lado, Voldemort los esperaba, de pie, con las manos entrelazadas detrás de la espalda.
Al verlo, Harry sintió una mezcla de temor y algo nuevo, algo parecido a respeto.
—Acércate al círculo —ordenó Voldemort, sin apartar sus ojos rojos del niño.
Harry avanzó despacio, con el corazón martillando en el pecho. Al llegar al borde del círculo, sintió un leve cosquilleo en la piel, como si una corriente eléctrica lo envolviera.
—Este círculo amplifica la magia —explicó Voldemort con calma—. Pero también revela las verdaderas intenciones de quien se para en su centro. No intentes engañarlo.
Harry tragó saliva y dio un paso dentro. Sintió un calor subir por sus pies hasta el pecho, y de pronto, una sensación de vacío, como si su alma fuera examinada minuciosamente.
Voldemort caminó alrededor del círculo, estudiándolo como un alquimista estudia un raro espécimen.
—La magia no es solo un poder —dijo, con voz suave pero firme—. Es una extensión de tu voluntad. Un reflejo de quién eres y qué deseas. Si tu corazón vacila, tu magia también lo hará.
Harry apretó los puños. Quería ser fuerte. Quería dejar de ser el niño débil que recibía golpes. Quería, aunque no lo dijera, ser alguien digno de quedarse.
—Ahora, concéntrate —ordenó Voldemort, deteniéndose frente a él—. Siente el flujo de energía dentro de ti. No pienses en tus miedos, no pienses en tu pasado. Solo siente.
Harry cerró los ojos, recordando las palabras del libro. Respiró profundo. Primero sintió el frío en sus dedos, luego el calor en su pecho. Una corriente parecida a la que sintió en el bosque empezó a formarse, girando lenta y pesadamente.
—Bien —dijo Voldemort en un susurro—. Ahora, abre los ojos.
Harry obedeció. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad que nunca había tenido. Delante de él, una pequeña esfera de luz temblorosa flotaba sobre sus palmas.
Por un instante, el niño sintió algo parecido al orgullo.
Pero la esfera parpadeó y se desvaneció de pronto, dejando un vacío frío en sus manos. Harry bajó la mirada, sintiendo que había fallado.
—¡No! —exclamó Voldemort, con voz dura pero no furiosa—. ¡Nunca bajes la mirada ante un error! Los errores son lecciones, no cadenas.
Harry levantó la cabeza, sorprendido. Esa frase no se parecía a los insultos que le lanzaban sus padres.
—Otra vez —ordenó Voldemort, dando un paso atrás—. No me decepciones.
Snape, que había observado en silencio, habló por primera vez.
—El niño necesita disciplina, pero también estructura. Déjale espacio para adaptarse —dijo, con tono suave pero seguro.
Voldemort lo miró de reojo, sin contestar. Después de un largo momento, asintió con lentitud.
—Hoy harás solo prácticas básicas —continuó Voldemort, dirigiéndose a Harry—. Y después, tendrás tiempo para estudiar. Quiero que memorices el libro entero.
Harry asintió, decidido. A pesar del cansancio y el sudor frío que le recorría la espalda, estaba dispuesto a continuar.
Las horas pasaron volando. Harry practicó una y otra vez el conjuro de la luz, el control de la energía, la respiración. Cada vez que fallaba, sentía el vacío, pero cada pequeño progreso era como una chispa en la oscuridad.
Al anochecer, Snape lo llevó de regreso a su habitación.
—Necesitas comer y descansar —dijo Snape, mientras le entregaba un cuenco de sopa caliente.
Harry lo miró con ojos grandes y agradecidos.
—Gracias… señor —murmuró, aferrándose al cuenco como si fuera oro.
Snape se quedó en silencio un momento. Luego se sentó en el sillón polvoriento.
—No me llames señor —dijo finalmente—. Puedes llamarme Severus.
Harry lo miró, sorprendido. Nadie le había permitido llamar a un adulto por su nombre. Sintió un pequeño calor en el pecho, algo que no sabía nombrar.
—Gracias… Severus —repitió, casi tartamudeando.
Snape giró el rostro para que Harry no viera la suave conmoción en sus ojos. Había algo en ese niño, algo que despertaba un instinto dormido en él.
Esa noche, después de comer, Harry se recostó en su cama y abrió el libro. Repasó cada palabra, cada runa, hasta que el cansancio le venció y se quedó dormido con el libro abierto sobre el pecho.