Capítulo 5: La semilla del heredero
La luz tenue del amanecer se filtró a través de las cortinas pesadas de la habitación, bañando el rostro de Harry con un resplandor suave y cálido. Cuando abrió los ojos, sintió un extraño cosquilleo en el pecho, como si algo importante estuviera por suceder.
Se levantó sin dudar. Cada día parecía un paso más lejos de su antigua vida y un paso más cerca de un nuevo destino que aún no comprendía del todo.
Cuando salió al pasillo, Snape ya lo esperaba, de pie, con los brazos cruzados.
—Hoy entrenaremos afuera —anunció, sin preámbulos.
Harry asintió, conteniendo la emoción. Nunca había estado fuera de la mansión desde que llegó. La idea de sentir el sol en su piel y el aire fresco le aceleraba el corazón.
Caminaron por corredores interminables hasta que llegaron a una puerta de hierro forjado. Snape murmuró un hechizo y el metal crujió suavemente, revelando un sendero de piedra que se perdía en un jardín salvaje y profundo.
El lugar era sorprendente. Flores venenosas, árboles retorcidos y extrañas criaturas mágicas llenaban el espacio. Mariposas negras revoloteaban cerca de las enredaderas, y un pequeño estanque reflejaba la luz como un espejo roto.
Harry se detuvo, con la respiración entrecortada. Era hermoso y terrible a la vez.
—Este jardín fue creado por el Lord Oscuro —dijo Snape, acercándose detrás de él—. Aquí, la magia es más densa, más viva. Podrás sentirla con mayor claridad.
Harry tragó saliva. Dio un paso y sintió que el suelo vibraba bajo sus pies, como si algo lo reconociera.
—Empieza con el hechizo Lumos —ordenó Snape—. Pero esta vez, no lo uses para iluminar. Usa la luz para sentir la vida a tu alrededor.
Harry cerró los ojos, levantó la varita improvisada que Snape le había prestado y murmuró:
—Lumos.
Una débil luz apareció en la punta. Pero, en lugar de alumbrar, Harry se concentró en dirigir la energía hacia el suelo. Sintió el murmullo de raíces, la respiración lenta de los árboles, el pulso tenue de las criaturas escondidas.
Su frente se cubrió de sudor. Snape lo observaba con atención, su rostro severo pero con una chispa de expectativa.
—No luches contra la sensación —susurró Snape, acercándose un paso más—. Deja que fluya…
La luz se intensificó, extendiéndose en un halo que se filtró en el suelo. Algunas flores se abrieron, curiosas. Unas mariposas negras se acercaron a la varita, atraídas por la energía.
Harry abrió los ojos, maravillado. Snape esbozó una ligera sonrisa, que desapareció tan rápido como apareció.
—Bien —murmuró—. Has aprendido a sentir la magia viva. Este es el primer paso para manipularla y dominarla.
Harry asintió, exhausto pero feliz.
Después del ejercicio, Snape lo llevó a una mesa de piedra ubicada en un claro del jardín. Sobre ella, había frascos con pociones, morteros, y varios ingredientes raros: pétalos negros, raíces cristalinas, y escamas de criaturas mágicas.
—Hoy empezarás a aprender Pociones —anunció Snape, con un brillo particular en los ojos—. Las Pociones requieren paciencia y precisión. Te enseñarán disciplina mental.
Harry se inclinó hacia adelante, fascinado. En casa, sus padres apenas le habían permitido tocar la cocina, y aquí, Snape confiaba en él para manipular ingredientes peligrosos.
—Muele estas escamas hasta obtener un polvo fino —ordenó Snape, empujándole un pequeño cuenco.
Harry tomó el mortero y comenzó a trabajar. Sus manos se movían lentas al principio, pero pronto encontró un ritmo, disfrutando el sonido del roce, la suavidad del polvo que se formaba.
Snape lo observaba, corrigiendo su postura de vez en cuando con un toque breve en la muñeca o el hombro. Aunque sus gestos eran secos, Harry sentía una calidez escondida en cada corrección.
Cuando terminó, Snape asintió.
—Excelente. Ahora, mezcla con estas raíces. Cuida que no se forme espuma.
Harry siguió cada indicación al pie de la letra. La mezcla comenzó a emitir un tenue vapor azul. Snape bajó la cabeza para mirarla más de cerca.
—Perfecto. Tienes talento natural —dijo en un murmullo, casi para sí mismo.
Harry sintió que se le hinchaba el pecho de orgullo. Por primera vez en su vida, alguien le reconocía un talento.
Mientras terminaban la preparación, una figura emergió entre los árboles: Voldemort. Sus túnicas negras parecían absorber toda la luz del jardín.
Harry se irguió, sintiéndose pequeño de nuevo. Snape se inclinó con respeto.
—Mi Lord —dijo.
Voldemort no le devolvió la mirada. Sus ojos estaban clavados en Harry. Caminó lentamente hasta la mesa y se detuvo frente al niño.
—Me han dicho que progresas —comentó.
Harry asintió, conteniendo el temblor en sus manos.
Voldemort alargó una mano y rozó la superficie de la poción, como si evaluara su consistencia. Luego llevó la yema de sus dedos a su nariz y aspiró.
—Interesante —murmuró—. Has seguido las instrucciones de Severus a la perfección.
Harry sintió un leve cosquilleo en la nuca. Voldemort se inclinó un poco más y susurró:
—La obediencia y la precisión son virtudes que valoro mucho. Me haces sentir... orgulloso.
Harry abrió los ojos con sorpresa. Orgulloso. Una palabra que jamás había escuchado dirigida a él. Se le anudó la garganta.
Voldemort levantó la vista y miró a Snape.
—Prepáralo para esta noche. Vendrá conmigo al Salón de los Recuerdos.
Snape se tensó ligeramente, pero asintió.
—Como desee, mi Lord.
Voldemort se giró y desapareció entre las sombras del jardín, como un susurro.
Cuando llegó la noche, Snape llevó a Harry por un pasillo que descendía bajo la mansión. A cada paso, la piedra se volvía más húmeda y fría. Finalmente, llegaron a una enorme puerta de hierro con runas grabadas.
Snape murmuró un hechizo y la puerta se abrió pesadamente, revelando una sala circular iluminada por antorchas verdes.