No sere tu copia

Cap. 6

Capítulo 6: Prueba de fuego

El amanecer tiñó el cielo de un rojo suave que se desvanecía en la bruma del jardín. Hadrian despertó temprano, su mente aún repitiendo el momento en que Voldemort le había dado su nuevo nombre. La sensación de orgullo, el calor en su pecho, todo seguía presente como un latido secreto.

Se vistió rápido y salió al pasillo. Encontró a Severus esperándolo con los brazos cruzados, pero con el ceño menos fruncido de lo habitual.

—Hoy no irás a la biblioteca ni harás ejercicios básicos —anunció Severus, entregándole una varita más ligera y pulida que la anterior—. Hoy empezarás magia ofensiva.

Hadrian tomó la varita con cuidado. Era más ligera, hecha de un material oscuro con vetas plateadas que brillaban bajo la luz.

—¿Estás preparado? —preguntó Severus, evaluándolo con una mirada profunda.

Hadrian respiró hondo y asintió.

—Sí, Severus. Estoy listo.

Severus alzó una ceja, como si evaluara si realmente hablaba en serio. Finalmente, giró sobre sus talones y comenzó a caminar. Hadrian lo siguió, con la varita firmemente apretada entre los dedos.

El jardín exterior era aún más vasto que el interior. Las plantas parecían moverse solas, hojas que susurraban y flores venenosas que se abrían con un chasquido sordo. Un ligero vapor cubría el suelo, dándole un aspecto onírico.

Severus se detuvo en un claro rodeado de árboles retorcidos.

—Aquí entrenarás tu primer hechizo ofensivo: Expulso—dijo Severus, levantando su propia varita y haciendo una demostración.

Una ráfaga invisible salió disparada, golpeando una roca cercana que se astilló en mil fragmentos.

Hadrian dio un paso atrás, sorprendido.

—El Expulso no solo sirve para lanzar objetos lejos. Si lo controlas bien, puede neutralizar a un enemigo sin matarlo. Pero un mal control podría matarte a ti mismo —advirtió Severus, mirándolo con seriedad.

Hadrian tragó saliva. Sus manos sudaban, pero no retrocedió.

—Quiero intentarlo —dijo, alzando la varita.

Severus asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Apunta a ese tronco seco —indicó.

Hadrian se concentró. Recordó las respiraciones que había practicado en el jardín interior, el flujo de energía que había sentido al alimentar la flor.

—¡Expulso! —gritó.

Un chorro de energía tembloroso salió de la varita y apenas rozó el tronco, dejando una quemadura superficial.

Hadrian frunció el ceño, frustrado. Severus se acercó, posó una mano firme en su hombro y bajó la voz.

—No se trata de gritar más fuerte. Tu voluntad guía la magia. No tu voz.

Hadrian respiró hondo. Cerró los ojos. Imaginó el tronco no solo como un objeto, sino como un obstáculo que debía eliminar para sobrevivir. Sintió el poder subir desde su pecho a la varita, un cosquilleo intenso.

Abrió los ojos, llenos de determinación.

—¡Expulso!

Esta vez, el rayo impactó de lleno. El tronco voló por el aire y se estrelló contra el suelo, rompiéndose en pedazos.

Hadrian jadeó, incrédulo.

Severus sonrió apenas, una curva diminuta en sus labios.

—Bien hecho —dijo, con un tono que casi sonaba orgulloso—. Deberás seguir practicando hasta que puedas hacerlo con el mismo control en situaciones de presión.

Hadrian asintió, la adrenalina aún vibrando en sus venas.

Mientras seguían practicando, Severus de pronto se detuvo y levantó la mano, indicando silencio. Hadrian se tensó.

De entre los arbustos, emergió una criatura del tamaño de un perro grande. Su piel era gris, cubierta de protuberancias, y sus ojos brillaban en un naranja enfermizo. Una de las criaturas mágicas salvajes que habitaban el jardín.

—No te muevas —susurró Severus.

La criatura avanzó con lentitud, olfateando el aire. Hadrian sintió un sudor frío recorrerle la espalda.

De pronto, la criatura rugió y se lanzó hacia él.

—¡Expulso! —gritó Hadrian, casi por instinto.

La ráfaga impactó al animal, pero no lo detuvo. La criatura rodó por el suelo y volvió a lanzarse, más enfurecida.

Severus alzó la varita, pero antes de intervenir, Hadrian gritó de nuevo.

—¡Expulso!

Esta vez, la energía fue más intensa, pura, guiada por la necesidad de sobrevivir. La criatura fue lanzada contra un árbol con un golpe sordo y quedó inmóvil.

Hadrian cayó de rodillas, jadeando. Su varita temblaba en su mano.

Severus corrió hacia él y lo tomó por los hombros.

—Respira —ordenó—. Respira, Hadrian.

El muchacho obedeció, llenando sus pulmones de aire húmedo y denso. Sentía la sangre martillándole las sienes, el corazón queriendo salírsele del pecho.

Severus mantuvo sus manos en sus hombros hasta que la respiración se normalizó. Entonces, lo atrajo suavemente hacia sí y apoyó la frente en la suya.

—Estoy orgulloso de ti —murmuró.

Hadrian sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Apoyó la frente en Severus, temblando.

—Gracias… Severus —susurró, con la voz rota.

Por primera vez, Severus lo abrazó por completo. Fue un abrazo breve, rígido, pero real. Un puente que unía dos soledades.

Esa tarde, Severus llevó a Hadrian de regreso a la mansión. Lo guió a una sala donde Voldemort esperaba, de pie, junto a una gran ventana desde la que se veía el jardín.

—Mi Lord —saludó Severus, haciendo una reverencia.

Voldemort giró, sus ojos rojos examinando a Hadrian de pies a cabeza.

—He sentido tu magia desde aquí —dijo Voldemort, acercándose—. Has dado un gran paso hoy.

Hadrian bajó la mirada, todavía tembloroso. Voldemort levantó una mano y tomó su mentón, obligándolo a mirarlo.

—Nunca bajes la cabeza —ordenó—. Ni ante mí, ni ante nadie.

Hadrian asintió, mordiéndose el labio. Voldemort soltó su rostro y se giró hacia Severus.

—Mañana lo presentaré ante los fieles. Necesitan saber quién es. No solo como aprendiz… sino como mi heredero.

Severus abrió ligeramente los ojos, sorprendido, pero se inclinó en silencio.



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En el texto hay: harrypotter, voldemort, dracomalfoy

Editado: 27.09.2025

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