Capítulo 7: La mente como fortaleza
El sol apenas asomaba en el horizonte cuando Hadrian despertó. Había dormido pocas horas, pero su mente bullía de pensamientos. Aun con la emoción latiéndole en el pecho, se levantó sin dudar.
Encontró sobre su mesa una nota, escrita con la elegante caligrafía de Severus:
Hadrian
Desayuna bien. A las ocho en punto, el Lord Oscuro espera para tu primera lección de Legeremancia y Oclumancia.
S.S
Hadrian sonrió. La caligrafía era seca, directa, pero la frase desayuna biense sentía como un susurro de cuidado escondido.
Se vistió con la túnica negra que Severus le había dejado el día anterior y bajó al comedor. La mesa estaba servida con pan caliente, frutas, una jarra de jugo oscuro y huevos blandos. Comió despacio, cada bocado cargado de expectativa.
Al terminar, Severus apareció en la puerta, silencioso como un espectro.
—Ve al Salón de los Recuerdos —dijo—. Él te espera.
Hadrian asintió, secándose los labios. Sus pasos resonaban en los corredores fríos de piedra. Al llegar, la puerta estaba entreabierta, invitándolo.
Voldemort estaba en el centro del salón, sin varita, con los brazos cruzados detrás de la espalda. Cuando Hadrian entró, alzó la mirada, evaluándolo con sus ojos rojos.
—Bienvenido, Hadrian —saludó con voz suave, casi melódica.
Hadrian se inclinó ligeramente, como había aprendido la noche anterior.
—Hoy empezaremos a entrenar la mente —continuó Voldemort—. La mente es la fortaleza de un mago. Puede ser su escudo o su mayor debilidad.
Hadrian respiró hondo.
—¿Cómo se entrena? —preguntó, curioso.
Voldemort caminó en círculos a su alrededor, como un depredador evaluando a su presa.
—Aprenderás Oclumancia para proteger tus pensamientos y Legeremancia para explorar los ajenos. Con estos artes, nadie podrá manipularte. Nadie sabrá tus secretos.
Se detuvo frente a él, sacó su varita y la apuntó suavemente a su frente.
—Vamos a probar… No te resistas todavía.
Un cosquilleo frío entró en su mente. De pronto, imágenes comenzaron a desbordarse: la alacena donde dormía, las burlas de su tía, el sabor metálico de la sangre tras un golpe. Su garganta se cerró.
Voldemort frunció levemente el ceño.
—Dolor… soledad… rabia —murmuró—. Todo eso te alimenta, pero también puede destruirte.
Hadrian se estremeció. Quería empujar la varita, cerrar la mente, pero no sabía cómo.
Voldemort retiró la varita y bajó la mirada.
—Debes aprender a cerrar puertas —dijo, caminando a un lado—. Imagina tu mente como un castillo. Piensa en muros, cerrojos, portones. Debes construirlos.
Hadrian respiró profundo, imaginando un gran portón negro, grueso, con cadenas. Una y otra vez, reforzándolo en su mente.
Voldemort volvió a apuntarle.
—¡Legeremancia!
Esta vez, el cosquilleo golpeó el portón. Hadrian sintió una vibración, pero el portón se mantuvo. Apretó los puños, concentrándose en cada eslabón de la cadena, en cada bisagra.
Voldemort sonrió, satisfecho.
—Muy bien… Has dado el primer paso.
Hadrian abrió los ojos, sudando, pero con un extraño orgullo latiendo en el pecho.
Durante horas, Voldemort alternó entre invadir y forzar la mente de Hadrian. Cada intento era más agresivo. Hadrian imaginaba el castillo más grande, muros más altos, fosos llenos de fuego. A veces fallaba, y los recuerdos emergían como una inundación.
Pero cada vez que caía, se levantaba.
Finalmente, Voldemort bajó la varita y respiró hondo.
—Suficiente por hoy —dijo, inclinando levemente la cabeza—. Tu mente es fuerte, Hadrian. Pronto nadie podrá leerla sin tu permiso.
Hadrian se dejó caer de rodillas, exhausto. Voldemort se inclinó frente a él.
—Recuerda… la debilidad no está en el fracaso, sino en no volver a intentarlo.
Hadrian asintió. Aunque temblaba, una chispa ardía en su interior.
Voldemort lo ayudó a levantarse con un gesto suave.
—Ve a descansar. Severus te espera para tu próxima lección.
Hadrian llegó al laboratorio y encontró a Severus revisando frascos. Su rostro serio se suavizó un poco al verlo entrar.
—¿Cómo te fue? —preguntó, sin levantar mucho la vista.
—Difícil… pero lo logré un poco —respondió Hadrian, dejando escapar un suspiro.
Severus soltó un leve sonido que parecía un murmullo de aprobación.
—Ven. Hoy trabajaremos en pociones de refuerzo mental.
Le mostró un frasco con un líquido oscuro y espeso.
—Esta poción fortalece la resistencia mental y alivia los efectos de ataques psíquicos. —Le puso el frasco en la mano—. Necesitarás aprender a prepararla por ti mismo.
Hadrian empezó a mezclar ingredientes, siguiendo instrucciones detalladas. Los pétalos negros parecían disolverse en cuanto tocaban el líquido. Mientras trabajaba, Severus lo corregía con toques breves en la muñeca o el codo.
—No te apresures —murmuraba—. La paciencia envenena los errores antes de que nazcan.
Hadrian repitió cada paso con cuidado. Se sorprendió al notar cómo, poco a poco, la mezcla empezó a adquirir un brillo suave, como si respirara.
Finalmente, Severus lo observó y asintió.
—Bien. La próxima vez la prepararás solo.
Hadrian sonrió, sintiendo un cálido orgullo.
Aquella noche, después de cenar, Severus lo acompañó a su habitación. Había un silencio cómodo entre ellos, una conexión que no necesitaba palabras.
Antes de despedirse, Severus se quedó quieto frente a la puerta.
—Quiero que sepas algo —dijo, con la voz grave pero suave—. Aunque seas el heredero del Lord Oscuro… aunque cambies tu nombre, o tu magia crezca, para mí seguirás siendo mi alumno.
Hadrian sintió un nudo en la garganta.
—Gracias, Severus… —susurró.
Severus dudó un instante, como si peleara consigo mismo. Finalmente, extendió la mano y revolvió el cabello de Hadrian, torpemente.