Capítulo 10: Conversaciones bajo la máscara
El amanecer se arrastró como un suspiro helado. Hadrian apenas había dormido. Sus pensamientos lo habían mantenido despierto, girando como serpientes en su mente. Cada vez que cerraba los ojos, veía el pergamino, la frase final escrita con la tinta verde que Severus le había dado:
Construiré un mundo donde nadie tenga que elegir entre ser monstruo o ser débil.
Se levantó, el cuerpo tenso. La luz débil apenas iluminaba su escritorio. Repasó cada palabra escrita, preguntándose si se atrevía a mostrárselo a Voldemort.
Respiró profundo.
—Si no hablo ahora… nunca seré libre —murmuró.
Se colocó la túnica, respiró profundamente y salió al pasillo.
Caminó hacia el estudio privado de Voldemort. A cada paso, el aire parecía volverse más denso, casi sólido. Cuando llegó frente a la puerta, levantó la mano y golpeó suavemente.
Un silencio espeso.
Finalmente, la voz de Voldemort se filtró desde dentro:
—Adelante.
Hadrian empujó la puerta. Voldemort estaba de pie junto a una gran ventana, mirando el bosque. Su túnica negra parecía absorber la poca luz de la habitación.
—¿Qué deseas, Hadrian? —preguntó, sin girarse.
Hadrian respiró hondo.
—Necesito… hablar.
Voldemort permaneció en silencio un instante. Luego giró lentamente. Sus ojos rojos lo atravesaron, afilados como cuchillas.
—¿Sobre qué?
Hadrian tragó saliva. Dio un paso al frente, luego otro. Cuando estuvo a pocos metros, sacó el pergamino.
—Sobre esto —dijo, extendiéndolo con manos temblorosas.
Voldemort lo tomó. Sus ojos recorrieron cada línea, cada palabra. A medida que leía, su expresión se endureció.
El silencio se hizo insoportable. Hadrian sintió el latido de su corazón resonar en todo el cuerpo.
Finalmente, Voldemort bajó el pergamino.
—Construiré un mundo donde nadie tenga que elegir entre ser monstruo o ser débil.—repitió en voz baja, como si probara el sabor de cada palabra—. Estas no son palabras de obediencia.
Hadrian levantó la mirada.
—No quiero ser solo un arma —dijo, su voz baja pero firme—. No quiero repetir tu camino… ni el de nadie.
Voldemort entrecerró los ojos.
—¿Te crees mejor que yo? —preguntó, cada palabra impregnada de veneno.
—No… —Hadrian negó con la cabeza—. No mejor. Diferente.
Voldemort avanzó un paso, sus ojos ardiendo.
—¿Diferente? Yo sobreviví al rechazo, al abandono, al odio. Creé un imperio de sombras para no volver a ser un niño débil. Y tú… tú hablas de compasión.
Hadrian no se movió.
—Sé que sufriste. Lo vi en las visiones. Vi tu soledad. Vi tu rabia. —Su voz se quebró—. Y vi a un niño que solo quería ser amado…
Voldemort se quedó petrificado. Un instante, el aire pareció congelarse.
—¡Basta! —rugió Voldemort, lanzando el pergamino al suelo—. ¡No hables de cosas que no entiendes!
Hadrian dio un paso hacia él.
—Sí entiendo. Yo también fui ese niño. Yo también fui golpeado, encerrado, humillado. Por eso no quiero repetir ese ciclo.
Voldemort levantó su varita, temblando.
—Podría matarte ahora mismo —susurró, con voz helada.
Hadrian alzó el rostro, sin retroceder.
—Entonces hazlo. Pero si me dejas vivir, seré alguien con voluntad propia. No un reflejo tuyo.
El silencio se hizo eterno. La varita de Voldemort temblaba ligeramente. Sus labios se movieron, pero ninguna palabra salió. Finalmente, bajó la varita.
—No… —murmuró, como si hablara consigo mismo—. No puedo matarte.
Hadrian sintió el temblor en sus propias piernas, pero se mantuvo firme.
Voldemort dio un paso atrás, girando hacia la ventana. Su espalda parecía más pequeña, más frágil.
—¿Sabes qué temía más que la muerte cuando era joven? —preguntó en voz baja.
Hadrian negó lentamente.
—Temía ser olvidado. Ser invisible. —Voldemort se apoyó en el cristal—. Por eso elegí el miedo como mi legado. Porque el miedo jamás se olvida.
Hadrian lo escuchó en silencio, cada palabra un corte en el aire.
—Pero tú… —Voldemort giró apenas la cabeza, sin mirarlo directamente—. Tú hablas de construir un mundo donde nadie deba elegir. ¿Cómo lograrás eso? ¿Cómo borrarás el odio del corazón humano?
Hadrian respiró hondo.
—No puedo borrar el odio. Pero puedo enseñar a no alimentarlo. A no convertirlo en la única voz en la mente.
Voldemort soltó una risa breve, hueca.
—Idealismo… una fantasía para los débiles.
—Quizás —admitió Hadrian—. Pero es mi fantasía. Mi elección.
Voldemort cerró los ojos. Por un momento, el cuarto pareció latir con un pulso lento y triste.
—¿Y qué harás conmigo? —preguntó finalmente, con voz cansada—. ¿Me derrocarás? ¿Me matarás?
Hadrian bajó la mirada.
—No lo sé. Quiero aprender primero. Quiero entender antes de decidir.
Voldemort permaneció quieto. Cuando volvió a hablar, su voz era apenas un susurro.
—Quizás… quizás seas tú quien herede lo que yo no pude terminar.
Hadrian alzó la vista, sorprendido.
—¿Qué quieres decir?
Voldemort se giró lentamente. Sus ojos rojos estaban apagados, como brasas agonizantes.
—Siempre quise un heredero. Alguien que comprendiera mi visión. Pensé que debía ser una copia mía… —Suspiró, con un cansancio profundo—. Pero tal vez… solo necesitaba alguien que mirara más allá.
Hadrian sintió un nudo en el pecho.
—¿Me aceptas… aunque no sea como tú?
Voldemort lo miró largo rato. Finalmente, inclinó la cabeza.
—Te acepto. Aunque me traiciones algún día… aunque me superes. Porque eres mi creación, mi hijo.
Hadrian sintió las lágrimas arderle en los ojos. Dio un paso al frente y, temblando, alzó una mano hacia Voldemort. Dudó, pero finalmente la apoyó en su brazo.
Voldemort lo miró, como si cada respiración le costara un pedazo de alma. Después, levantó una mano y la puso sobre la de Hadrian.