No sere tu copia

Cap. 11

Capítulo 11: Raíces de sombra y luz

El amanecer tejía hebras plateadas entre los árboles cuando Hadrian despertó. Había dormido profundamente, sin el peso de los gritos o de las visiones que solían visitarlo.
Se quedó acostado, observando el techo de piedra. Por primera vez en su vida, no sintió la urgencia de escapar de su propia mente.

Recordó la conversación con Voldemort la noche anterior. Había sentido una grieta abrirse en aquel hombre, una grieta por donde se filtraba algo parecido a la ternura.

Se incorporó despacio. Sobre la mesa, la frase que había escrito anoche seguía allí:

La oscuridad no desaparece, pero puedo aprender a guiarla.

La acarició con los dedos, como si fuera un talismán.

Mientras se vestía, un elfo doméstico apareció con un chasquido suave. Llevaba un pergamino enrollado con un lazo rojo.

—Mensaje del maestro —dijo el elfo, agachando la cabeza.

Hadrian tomó el pergamino y lo abrió.

Hadrian

Ven a los jardines. Hoy, tú y yo cultivaremos juntos.

Tu padre.

Hadrian sintió el pulso acelerarse. Cultivar, pensó. Nunca había imaginado a Voldemort cuidando plantas.
Se colocó la túnica y bajó a los jardines.

El jardín estaba oculto detrás de un seto espeso y alto. Cuando Hadrian empujó la puerta de hierro forjado, se encontró con un espacio completamente distinto al resto de la mansión: flores negras y moradas se mezclaban con rosas rojas profundas y plantas plateadas que brillaban bajo el sol tenue.

Voldemort estaba allí, arrodillado junto a una planta extraña con hojas afiladas como cuchillas. Llevaba guantes de dragón y sostenía unas tijeras pequeñas.

Al verlo, Hadrian se quedó paralizado. Voldemort alzó la vista, sus ojos rojos más suaves de lo habitual.

—Llegas justo a tiempo —dijo, con un gesto que casi parecía una sonrisa.

Hadrian se acercó con cautela.

—¿Qué… haces aquí?—

Voldemort cortó una rama y se la mostró.

—Esta es la Serpens Umbra, una planta extremadamente peligrosa si se deja sin control, pero también útil para pociones regeneradoras y venenos sofisticados.—

Hadrian tomó la rama con cuidado. Sintió el pulso de la planta, un latido lento y venenoso.

—¿Quieres que te ayude? —preguntó, mirando la planta.

Voldemort se incorporó y le entregó unas tijeras.

—Quiero que aprendas a cuidarlas. La magia, como estas plantas, puede ser letal o curativa. Todo depende de la mano que la guía.—

Hadrian respiró hondo. Se arrodilló junto a Voldemort y empezó a cortar con cuidado. A veces, las hojas se movían como si tuvieran vida propia, tratando de arañarlo.

Voldemort se inclinó hacia él.

—Ten cuidado. Si sientes que la planta se resiste, no luches con fuerza bruta. Cede y luego redirige.—

Hadrian asintió. Después de varios intentos fallidos, consiguió cortar una rama perfecta. La sostuvo con orgullo y se la mostró.

Voldemort lo observó en silencio. Después, apoyó una mano en su hombro.

—Bien hecho. —Sus dedos se quedaron allí un momento más de lo necesario, transmitiendo una calidez silenciosa.

Hadrian sintió un nudo en la garganta.

—Gracias… padre.—

Voldemort parpadeó. Luego, sin apartar la mano, murmuró:

—Cuando me llamas así… recuerdo que no estoy solo.—

Después de trabajar en el jardín, Voldemort lo invitó a compartir el almuerzo en un pequeño comedor privado. La mesa era modesta, cubierta con un mantel negro y platos de porcelana antigua.

Hadrian observó cómo Voldemort se servía té oscuro y colocaba un trozo de pan en su plato. Un ambiente tranquilo, casi doméstico.

—¿Por qué haces esto? —preguntó Hadrian, rompiendo el silencio.

Voldemort levantó una ceja.

—¿Esto?—

—Tratarme… como un hijo. Pasar tiempo conmigo.—

Voldemort se quedó callado un momento. Luego miró su taza, como si en ella hubiera un secreto.

—Porque aunque el poder es esencial… no todo en esta vida debe ser conquista —confesó.

—Al principio, pensé que solo debía forjarte como arma. Pero ahora veo que el vínculo también es un arma… y una salvación.—

Hadrian tragó saliva.

—¿Tú también querías ser hijo? —se atrevió a preguntar.

Voldemort levantó la vista, sus ojos rojos brillando con una tristeza oculta.

—Fui hijo de la indiferencia y del rechazo. Nunca conocí el abrazo de una madre ni la mirada orgullosa de un padre. Por eso… cuando tú dijiste que querías ser tú mismo… recordé al niño que fui.—

Hadrian bajó la mirada, tocando su taza.

—Yo… quiero honrarte, pero también quiero construir algo nuevo.—

Voldemort se inclinó ligeramente hacia él.

—Y lo harás. Y cuando el mundo te tema… sabrán que tú eres mi heredero, pero también tú mismo.—

Después del almuerzo, Voldemort lo llevó a una pequeña sala con vitrinas llenas de reliquias mágicas. En el centro, había una caja negra con grabados plateados.

—Esto es para ti —dijo Voldemort, abriéndola con un chasquido.

Dentro, descansaba una varita oscura, de ébano pulido, con un núcleo que brillaba suavemente.

—Esta varita fue creada a partir de la rama de un árbol de Nox Umbrae, mezclada con la pluma de un Augurey. Es sensible a la voluntad y se vincula con el alma de su dueño —explicó Voldemort.

Hadrian la tomó con delicadeza. Sintió un latido suave, como si la varita respirara con él.

—¿Por qué me das esto?—

Voldemort se acercó.

—Porque quiero que tu poder sea tuyo, no solo prestado de mí. Esta varita crecerá contigo.—

Hadrian sintió que el pecho se le llenaba de un calor que casi dolía.

—Gracias… padre —repitió.

Voldemort alzó una mano y acarició suavemente su cabello.

—Hoy… he ganado un hijo. —Su voz sonó ronca, casi quebrada.

Esa noche, Voldemort lo llamó de nuevo a su estudio. No para entrenar, ni para planear. Simplemente para hablar.

Se sentaron frente a la chimenea, el fuego lanzando reflejos danzantes en los muros.



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En el texto hay: harrypotter, voldemort, dracomalfoy

Editado: 27.09.2025

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