No sere tu copia

Cap. 12

Capítulo 12: La semilla del liderazgo.

El amanecer teñía el cielo con tonos violáceos y escarlata cuando Hadrian se despertó. Había pasado la noche soñando con un bosque interminable: caminaba sin rumbo, con la nueva varita brillando como una estrella en su mano.

Al abrir los ojos, aún sintió el pulso suave de la varita. Se incorporó, la tomó y la sostuvo frente a su rostro. Era como sostener una extensión de su alma.

"Hoy… empieza mi camino," pensó.

Se vistió con una túnica negra sencilla y salió de la habitación. Al llegar al pasillo, Severus lo esperaba, recostado contra la pared, con los brazos cruzados.

—Vas temprano —dijo Severus, con una mirada que mezclaba curiosidad y recelo.

Hadrian asintió.

—Hoy quiero hablar con algunos seguidores… poner a prueba mi voz.

Severus arqueó una ceja.

—¿Y crees que están listos para escucharte?

Hadrian sonrió.

—No lo sé. Pero yo estoy listo para hablarles.

Cruzó los pasillos hasta el gran salón principal. Allí, varios magos estaban reunidos, discutiendo estrategias y repartiendo tareas. Entre ellos había rostros que Hadrian había visto durante los entrenamientos: magos con miradas duras, muchos marcados con la Marca Tenebrosa.

Hadrian dio un paso al frente y se aclaró la garganta.

—Quiero hablar con todos —anunció, su voz resonando firme.

El murmullo se detuvo. Algunas cabezas se giraron, con expresiones de sorpresa y desdén.

Un hombre alto, con el cabello rubio sucio y barba descuidada, avanzó.

—¿Y tú quién eres para darnos órdenes? —gruñó, cruzando los brazos.

Hadrian levantó la varita.

—No vengo a dar órdenes. Vengo a ofrecer una visión. Una nueva forma de existir.

El hombre rió, burlón.

—¿Una visión? Este no es un jardín de cuentos de hadas, niño.

Hadrian inclinó la cabeza.

—No. Es un campo de batalla. Y por eso necesitamos algo más que miedo. Necesitamos lealtad nacida del respeto, no del terror.

La sala quedó en silencio. Algunos magos se movieron inquietos.

El hombre volvió a reír, pero esta vez con un matiz más nervioso.

—¿Y qué propones, pequeño mesías?

Hadrian dio un paso adelante y alzó la varita. Sintió el calor de su núcleo responder.

—Propongo que cada uno aquí elija. Servir por convicción… o marcharse.

Hubo un silencio brutal. Luego, un segundo hombre, de cabello oscuro y mirada astuta, murmuró:

—El Señor Tenebroso nunca permitió eso…

Hadrian sostuvo su mirada.

—Yo no soy el Señor Tenebroso. Soy Hadrian.

El primer hombre alzó la varita, su rabia palpable.

—¡Crucio! —gritó.

Hadrian giró suavemente la muñeca. Un resplandor plateado salió de su varita, desviando el maleficio y enviándolo contra la pared. El hombre cayó de rodillas, temblando.

Hadrian se acercó y puso la punta de su varita en su frente.

—Podría matarte ahora. Pero no lo haré. Porque quiero que elijas: quedarte y aprender… o irte.

El hombre levantó la vista, atónito. Bajó la varita lentamente.

—M-me quedaré… —balbuceó.

Hadrian bajó la suya.

—Entonces, levántate.

El hombre obedeció, tambaleante.

Hadrian se giró hacia los demás.

—Hoy, cada uno aquí tiene una opción. No busco marionetas. Busco compañeros que crean en algo más grande que el miedo.

Uno a uno, los magos bajaron la mirada. Algunos asintieron. Otros simplemente guardaron silencio.

Hadrian respiró hondo.

"Este es el inicio," pensó. "La primera semilla."

Mientras Hadrian hablaba, Severus lo observaba desde la entrada. Sus ojos estaban entrecerrados, analizando cada palabra, cada movimiento.

Cuando la reunión terminó y los magos comenzaron a dispersarse, Severus se acercó.

—Has cambiado —dijo, sin rodeos.

Hadrian lo miró, aún respirando con fuerza.

—He crecido.

Severus asintió, pero había una chispa de melancolía en su mirada.

—¿Y si te conviertes en aquello que dices querer evitar?

Hadrian bajó la vista un instante. Luego la levantó, firme.

—No permitiré que eso pase. No mientras recuerde quién soy.

Severus posó una mano en su mejilla, con una ternura rara en él.

—Solo no olvides… que incluso la mejor visión puede corromperse si no escuchas a los que amas.

Hadrian asintió.

—Por eso necesito que estés aquí. Para recordármelo.

Severus dejó escapar un suspiro y lo abrazó brevemente.

—Siempre.

Más tarde, Voldemort lo llamó a su estudio. Estaba sentado en un sillón, un libro abierto en el regazo. Al verlo entrar, Voldemort cerró el libro y lo dejó sobre la mesa.

—He escuchado lo que has hecho hoy —dijo, sin moverse.

Hadrian se tensó.

—¿Te molesta? —preguntó, cauteloso.

Voldemort soltó una carcajada breve.

—Molestarme… no. Sorprenderme… quizás.

Se levantó y caminó hacia Hadrian.

—La forma en que hablaste… cómo desviaste el Crucio… cómo exigiste lealtad auténtica. Eso no es algo que enseñe el miedo. Eso es liderazgo real.

Hadrian tragó saliva.

—Quiero que me respeten, no que me teman.

Voldemort alzó una ceja.

—¿Y crees que eso bastará para mantener el control?

Hadrian lo miró a los ojos.

—Si no basta, al menos moriré siendo yo mismo.

Un silencio denso llenó el cuarto. Voldemort dio un paso y puso ambas manos en los hombros de Hadrian.

—Hoy he visto algo que jamás creí posible. Un heredero que no necesita repetir mis errores para superarme.

Hadrian sintió el pecho arder, y sin pensarlo, apoyó su frente en el pecho de Voldemort.

Voldemort se tensó, pero luego bajó una mano y acarició suavemente su cabello.

—Eres más fuerte de lo que fui a tu edad —murmuró.

Hadrian sonrió contra su túnica.

—Porque tuve un padre que me dio la opción de elegir.

Voldemort se quedó quieto. Luego soltó un suspiro profundo, casi dolido.

—Si mi madre me hubiera dado esa opción… quizás todo habría sido distinto.



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En el texto hay: harrypotter, voldemort, dracomalfoy

Editado: 27.09.2025

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