No sere tu copia

Cap. 13

Capítulo 13: La llegada del dragón

El día amaneció con un cielo gris y pesado. Las nubes parecían flotar como bestias dormidas sobre la mansión. Hadrian se despertó temprano, con la mente llena de planes.
Su reunión con los magos días antes había sido el inicio. Ahora debía construir algo sólido: un núcleo leal, un círculo que creyera en su visión y no solo en el miedo.

Se levantó y fue directo al jardín secreto. Al llegar, encontró a Voldemort observando las plantas, su figura delgada destacando entre las flores oscuras.

—Hoy… necesito tu permiso para recibir invitados —dijo Hadrian, con el corazón palpitándole fuerte.

Voldemort giró, curioso.

—¿Invitados?

Hadrian asintió.

—Jóvenes… con potencial. Pueden convertirse en aliados.

Voldemort lo estudió largo rato. Finalmente asintió.

—Hazlo. Pero recuerda: la mente joven es voluble, fácil de seducir y fácil de perder.

Hadrian sonrió, decidido.

—No pienso perderlos.

Esa tarde, un carruaje oscuro se detuvo frente a la mansión. Cuatro figuras descendieron: un joven rubio con porte aristocrático, dos muchachos corpulentos y un chico moreno con aire enigmático.

Hadrian observó desde la entrada, su varita nueva descansando a su lado. Cuando el joven rubio alzó la vista, sus ojos grises y fríos se encontraron con los suyos.

—Así que tú eres el famoso heredero —dijo el rubio, caminando con elegancia.

Hadrian inclinó levemente la cabeza.

—Y tú debes de ser Draco Malfoy.

Draco arqueó una ceja, una media sonrisa formándose en sus labios.

—Mi reputación me precede, al parecer.

—Así como la tuya me precede a mí —respondió Hadrian, cruzando los brazos.

Los amigos de Draco se acercaron detrás de él. Crabbe y Goyle miraban con desconfianza, mientras Blaise Zabini se mantenía al margen, observando todo con ojos astutos.

Draco paseó su mirada por la fachada de la mansión.

—Mi padre me habló de ti… del niño que conquistó el corazón del Señor Tenebroso. Confieso que pensé que eras solo un mito.

Hadrian dio un paso hacia adelante.

—Soy muy real. Y ahora mismo, te ofrezco una elección: unirte a algo nuevo… o seguir obedeciendo por miedo.

Draco ladeó la cabeza, curioso.

—¿Y qué nuevo mundo es ese que prometes?

Hadrian inspiró profundamente.

—Un mundo donde no seas obligado a cumplir el legado de tu apellido. Donde el respeto valga más que la pureza de sangre. Donde el poder no sea la única moneda.

Draco se quedó en silencio, sus ojos recorriendo cada gesto, cada palabra. Luego soltó una risa breve.

—Eres… diferente.

—¿Eso te molesta? —preguntó Hadrian.

Draco negó lentamente.

—No. Me intriga.

Hadrian miró a los tres amigos detrás de Draco.

—¿Y vosotros?

Crabbe se encogió de hombros, mientras Goyle murmuró:

—Seguimos a Draco… siempre.

Blaise sonrió, dando un paso al frente.

—Yo… sigo al interés. Y ahora mismo, el tuyo es el más interesante.

Hadrian sonrió.

—Bien. Pero no basta con palabras. Quiero ver si podéis luchar por vuestras convicciones.

Se alejó unos pasos y alzó su varita.

—Atacadme. Los cuatro.

Crabbe y Goyle se miraron, dubitativos. Draco los detuvo con un gesto.

—¿Estás seguro? —preguntó Draco, con una chispa juguetona en los ojos.

—¿Tienes miedo? —replicó Hadrian, sonriendo con un toque de desafío.

Draco sonrió con picardía.

—Yo nunca.

El primer hechizo salió disparado. Hadrian lo desvió con un elegante giro de muñeca. Otro hechizo, y luego otro. Los cuatro atacaron en oleadas, pero Hadrian se movía como si danzara, cada contraconjuro una extensión de su cuerpo.

Después de varios minutos, Hadrian alzó la mano.

—¡Basta!

Los cuatro detuvieron sus ataques, jadeando.

Hadrian bajó la varita y los miró uno por uno.

—Podríais haberme vencido si atacaban con estrategia. Pero cada uno confía demasiado en el poder bruto. Eso cambiará aquí.

Draco sonrió ampliamente, sus mejillas sonrojadas por la adrenalina.

—Creo que me empiezo a divertir… —dijo, avanzando hasta quedar a un paso de Hadrian.

Hadrian sintió el cosquilleo eléctrico del momento. Sus ojos verdes se encontraron con los grises de Draco, y por un instante, el mundo pareció detenerse.

Draco alzó una mano y le acomodó un mechón de cabello rebelde.

—No estás tan mal para ser el hijo de la oscuridad —susurró.

Hadrian se sonrojó levemente, pero no se apartó.

—Y tú no estás tan mal para ser el príncipe de los Malfoy.

Ambos rieron, suavemente. Crabbe y Goyle se miraron, confusos, mientras Blaise observaba con una ceja alzada.

Al terminar, Hadrian los llevó a una sala lateral donde Severus los esperaba, sentado en un sillón con un libro en las manos. Al ver a Draco, Severus arqueó una ceja.

—Así que… Lucius envía a su hijo. Interesante.

Draco inclinó levemente la cabeza.

—Profesor Snape.

Severus cerró el libro y se puso de pie, caminando hacia ellos. Su mirada pasó de Hadrian a Draco, luego a los demás.

—¿Confías en ellos? —preguntó Severus a Hadrian, sin apartar la vista de Draco.

Hadrian asintió.

—Los vigilaré yo mismo. Quiero que aprendan y que crean en algo más que en la pureza o en la venganza.

Severus suspiró y miró a Draco.

—Cuidado. No subestimes a Hadrian. Puede parecer blando… pero su voluntad es afilada como un cuchillo.

Draco sonrió ampliamente.

—Por eso estoy aquí, Severus. Estoy cansado de los cuchillos oxidados. Quiero uno que corte de verdad.

Severus suspiró, derrotado.

—Haced lo que queráis… pero no destruyáis la mansión.

Esa noche, Hadrian llevó a Draco y sus amigos al gran salón para el primer entrenamiento oficial.

—Hoy no aprenderemos a destruir —anunció—. Hoy aprenderemos a escuchar.

Draco arqueó una ceja.

—¿Escuchar? ¿A quién?



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En el texto hay: harrypotter, voldemort, dracomalfoy

Editado: 27.09.2025

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