No seré tuya #4

Capítulo 18

Los jóvenes, Caruso y Olsen, disfrutaron de su paseo en caballo. Hacía un día estupendo, ninguna nube oscura o tenebrosa se asomaba en el cielo. En fin, el buen tiempo los acompañaba. Sin embargo, aunque intentaba Caruso demostrar que era una compañera divertida y simpática, para nada aburrida, sus pensamientos estaban ocupados por cierta persona. ¡Le había molestado que el duque le prohibiese su paseo con Olsen sacando esa mentira que la había castigado! Por no contar que su regañina la noche anterior aún le quemaba en el fondo de su corazón. 

¿Cómo el duque podría afectarle de esa manera?

No lo comprendía. Ni siquiera su profesor la había irritado tanto como lo hacía el duque. Era diferente y muy intenso. Tanto que era así que aún sus sentimientos eran un revuelo de emociones. 

¡Estaba muy confundida! No le gustaba ese desosiego que se había instalado en su pecho cuando se fue de la casa, dejando así al duque furioso por haberlo desobedecido. Claro, que en su mente, pensaba que se lo merecía. Lo creía así pero parecía ser que su corazón opinaba diferente. Iba descoordinado totalmente a sus pensamientos.

— Me imagino que ayer su excelencia te echaría un sermón.

— Imaginas bien —hizo una mueca —. Le disgustó mucho la situación en la que nos encontró. 

—Lo siento.

Alice se sorprendió que se disculpara y vio en su compañero de paseo una sonrisa con un deje arrepentimiento en ella.

—¿Por qué te disculpas? No fue tan mal. Fue divertido - bueno sí pero no se lo quería decir -. El duque ladra mucho, pero no muerde.

La comparación que hizo de él, le pareció tan graciosa que soltó una risa cantarina.

— Espero que no te escuche y se enfade más —ensanchó su sonrisa acompañando a la risa de ella-. Pensará que soy una mala influencia para ti.

Ella negó con la cabeza y un nudo se le formó en la garganta al decir:

—No, creo que en todo caso sería al revés. Sí - le dijo al verlo sorprendido por su respuesta - soy una mala influencia.

 —Pues quien lo piense no tiene un gramo de inteligencia en su cerebro.

—Gracias por defenderme —Olsen estaba siendo un buen muchacho y un amigo.

—Eres hermana de Charles. Además —le pareció adorable que se sonrojara —, si tú me lo permites, te considero una amiga aunque nos conocemos bien poco. Eres la única chica con quién me siento a gusto.

—¡Vaya honor! — los dos sonrieron —. Por supuesto que te lo permito, yo también te considero como un amigo. Espero que no me defraudes porque mi lealtad es merecida aquellas personas que demuestren que lo es conmigo.

Él se puso en una mano en pecho y juró en medio del campo:

—  Te prometo, Ally que no te defraudaré. Ante todo tienes mi lealtad y mi amistad. 

— Gracias, Owen — la verdad que se había emocionado con las palabras del chico.

Continuaron con el paseo hasta que vieron que tenían que recogerse por la hora que era. Además, habían estado demasiado tiempo a fuera, tanto era así que más de uno - como el duque - interpretaría mal la situación. Había sido agradable el paseo con Owen y esperaba, tal como le había prometido, no defraudarla. No quería que él estuviese en su lista negra. Menos mal que Charles, Dante, Diane, Matthew, Cassandra y los niños eran unas personas que sin duda pondría la mano en el fuego por ellos. Los defendería a muerte. Son su familia y los quería. En cuanto a su excelencia, el duque Werrington se tenía que ganar su confianza. Aunque por dentro, sentía que lo quería... aún no podía definir el sentimiento pero estaba segura que no le quería hacerle ningún daño, ni desearle algún mal. 

No sabía cómo y en qué momento sus sentimientos hacia él habían cambiado... Bueno, sí lo sabía, desde el día que él le propuso esa cabalgata que él ganó. Ese día, aunque no se lo hubiera dicho a nadie, había sido muy especial para ella. Estaba pensando en ello que no se dio cuenta que había entrado en las cuadras. Estaba ahí la persona de sus pensamientos.  

—¿El paseo ha sido agradable? — la voz del duque la sobresaltó y se llevó una mano en su pecho.

El duque no se había cambiado de ropa. Estaba ahí apoyado sobre la puerta de madera que cerraba un cubículo. Por unos segundos, la joven podía escuchar los latidos desenfrenados de su corazón y los relinchos de los caballos. 

—¿Me persigue? —había hecho la pregunta en voz alta. 

Él negó con la cabeza y se encogió de hombros

—No, no tengo el pasatiempo de perseguirla  —se encogió de hombros —¿Por qué tendría que haberlo hecho? Habéis hecho algo indecente.

Pudo comprobar que la joven se indignó. Volvía a ver ese brillo furioso en los ojos de la chica, igual que unas horas antes por haberlo desobedecido. Oh, entendía esa emoción porque lo había sentido él mismo. Aún podía sentir la rabia corriendo por sus venas. Incluso, sentía cierto cosquilleo por el cuerpo, como si fuera... 




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