La fiesta de Alice Caruso iba a comenzar en una hora y los nervios estaban a flor de piel, o mejor dicho, los sentimientos. Tanto como la joven Caruso y el duque Werrington se iban arreglando con sus mejores galas que tenían hasta en ese momento. En cada caso, ambos eran asistidos por su propio personal; en el caso de ella, la ayudaba su doncella personal mientras que el duque Werrington tenía a su ayuda de cámara.
Los dos aunque estaban lejos, sin percatarse de lo que hacía el otro, recordaban lo ocurrido de esa tarde. Por ejemplo, el duque sin darse cuenta esbozaba una sonrisa de oreja, del cual se percató su entrometido empleado.
— Señor, le veo muy feliz — Julian al mirarse en el espejo carraspeó e intentó poner una expresión más seria.
— Son sus imaginaciones, suyas. ¿Ha acabado?
— No quiere decírmelo, ¿verdad? — su ayuda de cámara parecía una alcahueta —. Bueno, a menudo no le veo con esa sonrisa.
— Podría dejar el tema, ¿y la chaqueta? — el hombre sin dejarle de observarle, le puso la chaqueta negra.
— Aquí tiene. No olvide que una dama le alegrará más una sonrisa —le lanzó una pulla con todas sus letras—que unas malas pulgas.
— Si no fuera que es amigo de la familia y le apreciaba mi padre cuando estaba vivo, le echaría de la casa.
Pero el hombre no se amedrantó, y es más, le desafió con una ceja enarcada.
— ¡Qué disfrute de la fiesta! — dijo como si no lo hubiera escuchado.
Julian creyó que debería ser un duque menos permisivo y no tolerar ese comportamiento irrespetuoso. Bueno, no importa, pensó con un encogimiento de hombros, lo que importaba era que la protagonista del cumpleaños no tuviera queja de esa fiesta. No podía evitar sentir el deseo de verla sonreír. ¡Cómo no, de tenerla en sus brazos aunque fuera un rato! Por ello, había pensado en invitarla en un baile. Era algo que le provocaba que se deslizara un cosquilleo de expectación desde sus dedos hasta el centro de su corazón.
Seguía pensando en la joven cuando su hermana lo interceptó:
— ¿Me puedes explicar por qué has invitado la señora Garnier? — le preguntó su hermana a bocajarro sin darle tiempo de procesar la pregunta.
Julian miró por encima de su hombro y vio que, efectivamente, la señora Garnier había llegado a la fiesta. Lo saludó con la mano que el respondió con una leve inclinación de la cabeza.
—¿Por qué no podía hacerlo? — preguntó a su vez sin ver mal en ello.
Pero su hermana no le gustó que le contestara con otra pregunta que sonaba a chulería y descaro.
— Olsen es un amigo de Alice y también lo ha invitado.
Cassie entrecerró la mirada y él se puso un poquitín agobiado por su escrutinio.
— Como bien has dicho, es su amigo — parecía en vez de su hermana, su madre que lo estaba regañando —. La señora Garnier, no. ¿Acaso es tu amiga?
Julian no le estaba gustando cómo se había tornado la conversación.
— Sí, es una amiga y te pediría que no me cuestionaras.
— No te cuestiono, Julian. Tú lo has dicho. Espero que esto no te salpique.
—¿Qué quieres decir? — le extrañó su comentario y vio a su hermana yéndose hacia arriba sin responderle a la pregunta y dejándole con la palabra en la boca.
Fue justo en ese momento cuando Matthew bajaba también y su esposa subía hasta llegar a él, le dio un beso en los labios. Julian puso los ojos en blanco ante la escena cariñosa de la pareja. No esperó a su cuñado que estaba entretenido con su esposa.
— Señora Garnier, bienvenida — tomó su mano y le depositó un beso en su mano enguantada —. Ha venido muy pronto.
— Bueno, no quería llegar tarde. Además, después del encuentro que tuvimos ayer me muero de curiosidad por conocer a la dama que le tiene atado. Aún no me ha dicho su nombre.
Julian contuvo las ganas de bufar y resoplar. Su ayuda de cámara, su hermana y ahora la señora Garnier. En cambio, hizo una mueca.
— Espero que esa curiosidad desaparezca.
— Bueno teniendo en cuenta que no logre que la olvidara anoche, me lo he tomado como un reto personal — el duque cabeceó de un lado a otro; esa mujer no tenía reparo en decir lo que pensaba —. Nunca me he encontrado con la situación de haber sido rechazada y, nada menos, por un duque. Tranquilo, no voy a interponerme al menos que ella no esté interesada en usted.
— ¿Cómo?, ¿Interponerse? — no la entendía—¿En qué?
— Entiendo cuando pierdo; pero... — Julian debería haberlo visto venir dado el carácter de ella tan descarado y espontáneo—, si descubro quién es la dama y esa dama no está interesada, puedo volver a querer recuperarlo.
El duque no pudo evitar reírse.
— ¿Lo dice en serio? — no se lo creía pero por el brillo que sus ojos transmitían le decía que la tomara en serio.