- Su gracia, ¿podría tener alguna palabra con usted? – la señora Ferguson no entró todavía a la casa porque lo estaba esperando.
Había presenciado la escena entre la joven y él. Se imaginó que le echaría un pequeño sermón.
- Por supuesto – le ofreció como un caballero el brazo mientras entraban. La señorita Caruso no les había esperado y se imaginó que había preguntado al mayordomo cuál era sus aposentos o se habría ido otra parte, lejos de él.
- ¿No cree que la señorita Caruso tiene demasiada confianza hacia usted para contestarle de esa forma? Si alguien la escucha cómo se dirige y le habla, pediría mi cabeza en una bandeja.
El duque se detuvo e hizo un esfuerzo por no ruborizarse y delatarse así ante la mirada astuta de la carabina. Debería haber contratado una menos sagaz y perspicaz.
- Le he avisado que entre la señorita y yo tenemos posturas diferentes, tanto es así que podemos tener algunos roces– alzó una mano viendo que la mujer iba a replicarle -. No obstante, si ve algo inadecuado en su comportamiento, hagáselo saber a ella. Tiene un sentido rebelde que no puede controlar.
Un sentido que la hacía única.
Se le estaba yendo la cabeza. A pesar de que estaba disgustado con lo que pasó hacía dos noches, parecía que no era suficiente razón para su mente no dejara pensar en ella. La mujer hizo que volviera a pisar tierra cuando dijo:
- Me he fijado. ¿Tiene la esperanza que encuentre un caballero que quiera cortejarla y casarse con ella en su primera temporada social? Lo veo muy difícil que se cumpla.
El hombre se tensó con la pregunta y dijo lo que se vino en la mente.
- Ella no quiere casarse – la mujer jadeó por la sorpresa de su comentario, parecía que había dicho una herejía -. Quiere ser independiente y autosuficiente – viendo a la mujer abanicarse con la mano, se acercó y detuvo que se abanicara.
- ¿Para qué me ha contratado? – ella lo veía todo negro de repente.
- Señora Ferguson, la he contratado como carabina de la señorita Caruso y hará bien su papel. Aunque la joven ponga reparos en encontrar un digno caballero, por siguiente, casarse. Usted no debe preocuparse por ello mientras pueda proteger su reputación de hombres indeseables. Hay muchos sin escrúpulos andando fuera.
Uno de ellos: tú.
Su mente estaba siendo muy graciosa. Le sonrió para tranquilizarla ya que él mismo estaba considerándose como un hombre de esa calaña.
- La dejaré para que se instale o hable con la señorita Caruso. Yo me iré a mi habitación. Necesito descansar.
Mientras subía las escaleras se preguntó si él podría soportar que la joven fuera abordada por miles de pretendientes para cortejarla. ¿Lo aguantaría o espantaría a más de uno? Aún estaba celoso de Owen y no le gustó para nada perder el control de sus emociones dos noches atrás. A partir de ese momento, él vio que debía parar cuanto antes.
Era evidente que no podía olvidarla, ni siquiera con la ayuda de su antigua amante.
¿Qué podría hacer para qué no se volviera loco de remate e hiciera una locura?
Era el duque Werrington y no podía permitirse tal barbaridad. Quizás, debía tener la esperanza con que el tiempo actuara e hiciera que sus sentimientos se desvanecieran. Además, si aceptaba que ella pudiera buscar un pretendiente digno de ella, posiblemente, parte de su deseo se desaparecía.
Eso no te lo crees ni tú.
Ese instante deseó una copa de whisky, si algo fuerte para apagar la voz irritante de su mente. Podría intentarlo, podría demostrarse así mismo que haciendo el buen papel de ¿celestino?, podría borrarla de sus pensamientos. Sí, lo haría. Había dejado de beber por fuerza de voluntad y haría lo mismo con la señorita Caruso.
Sí o sí tenía que quitársela de su mente y de su sangre.
Mientras tanto la señorita Caruso se fue hacia el jardín y observó cómo el cielo se llenaba de nubes. Hasta el tiempo se había oscurecido. Igual que ella. Ahí la encontró la señora Ferguson que vino con la artillería cargada.
- Señorita Caruso, menos mal que la veo. Quería comentarle que debe quitarse esa costumbre de contestarle mal a su excelencia. Debe darse cuenta que es una persona superior a usted y debe mostrarle respeto.
- ¿Le ha dicho que venga a darme el sermón? – se giró, enfadada aún con el duque.
- No, jovencita. Lo he pensado yo. Sé que tiene unos buenos modales, pero con el duque se le olvidan.
Ally sabía porqué se olvidaba de ello. ¡Porque le enervaba la sangre!
- Lo tendré en cuenta – se cruzó de brazos y volvió a mirar el cielo.
Se percató que la mujer no se había ido.
- Su excelencia me ha comentado que no quiere casarse – uy, el tema espinoso.
- ¿Qué más le ha dicho? - preguntó envarada.
- Debo mantenerme en mi papel de carabina y espantarle de cualquier hombre de dudosa reputación – esto último llamó la atención a la joven.