¿Existía la calma tras la tormenta?
Sí, existía. Pero para las vidas de la joven Caruso y el duque Werrington no había llegado aún dicha paz, y podría tardar bastante, más de lo imaginado. La tormenta aún caía sobre ellos y las emociones estaban a desatadas. Ahora nada ni nadie podía parar ese torrente de sentimientos.
¿Quién podía parar, por ejemplo, un tigre que había escapado de las cuerdas que lo mantenían preso?, ¿el mismo fuego que ardía y quemaba un bosque entero?
El beso furtivo, que se dio lugar en los jardines del palacio St. James y, los amantes, creyendo lejos de las miradas ajenas, fue el preludio de algo más. No eran conscientes de que el deseo, que estaban sintiendo, les estallaría en la cara y no de la manera que ellos se imaginaban. En ese instante que sus bocas estaban unidas, ignoraron los peligros que pudieron acechar. Por ejemplo, un intruso perdido, una madre buscando a su hija o un amante despechado. La prudencia voló de ellos porque podrían haber sido prudentes, pero no lo fueron. Lo que desembocaría un escándalo de una tal magnitud que ellos tampoco podrían detener. Sin embargo, en esos minutos, no les importaba lo que ocurriese a su alrededor. Ni siquiera un observador despistado.
Solo importaban ellos.
***
La vuelta hacia la casa fue silenciosa y tensa.
La joven fue con la señora Ferguson en un carruaje y el duque solicitó otro, marcando las distancias. Una simple y engañosa apariencia.
- El duque se enfadó conmigo por no haberla protegido del lord York – dijo en un tono de confesión -. Afortunadamente, la encontró y pudo volver al salón. Si le hubiera pasado algo, me habría dado un soponcio allí mismo. El duque puede ser muy intimidante cuando se enfada. Pero esto último no se lo diga.
Alice trató en no sonrojarse. La mujer era ignorante a lo que había ocurrido en los jardines. Daba gracias a Dios a su ingenuidad.
- Sí, me encontró. Estaba disgustado – y su mente regresó al beso que la dejó más sedienta y necesitada. Sin embargo, no se alargó más y los dos volvieron en silencio, con la promesa de verse más tarde. Estaba como un flan porque no había pensado en otra cosa que en eso. Movió la cabeza y trató en quitarse dichos pensamientos-. No se preocupe, a mí me echó un sermón. No debo salir con compañía masculina en ninguna circunstancia – frunció el ceño pensando que eso le incluía a él y se encogió de hombros. Ella no tenía culpa de eso; él vino solito y se montó su propio cuento en la cabeza. Aunque debía de reconocer que lord York contribuyó al enfado del duque.
- Es muy protector con usted. ¿Se lo he dicho ya?
- No – mintió, pero no quería quitarle la ilusión de decirlo de nuevo.
- Ha tenido mucha suerte de tenerlo a su lado. Él la protegerá y velará por su bienestar. Sino fuera porque el duque es su tío y usted, su sobrina política, pensaría que harían una buena pareja.
No esperó que el ultimo comentario le provocara un sabor agridulce. Sabía de la buena intención de la mujer, pero oírselo decir, cortaba a pedacitos sus esperanzas.
- Él no es mi tío en verdad – saltó picada por su comentario.
Ferguson abrió los ojos por completo por la salida de tono de la joven.
- Lo siento, quería hacer una aclaración – añadió aún algo ofuscada.
Ella asintió mirándola con compasión, cosa que irritó a la muchacha.
- Sé lo que quería decir, jovencita – le dio una palmada para calmarla -. Sin embargo, la realidad es distinta.
Contuvo en no gritarle porque se estaba excediendo en meter el dedo en la llaga.
- Su excelencia, tarde o temprano, le buscará un marido. Puede que él rehaga su vida. ¿Se ha fijado que las damas no perdían con la mirada la figura de su excelencia? Las comprendo – echó un suspiro como si ella se incluyera en dicho círculo de damas.
- Tal vez – dijo a pesar de que le costó decir esas dos sencillas palabras.
- Sería maravilloso que el legado Werrington continuara – continuó fantaseando en voz alta.
Si pensaba que sus esperanzas no habían sido lo suficiente golpeadas, esta vez con sus últimas palabras las remataron. Controló las lágrimas que querían salir de las cuencas de sus ojos.
- Maravilloso – la garganta le ardía por controlar las lágrimas delante de esa mujer.
También, por ella misma. Tenía que tener amor propio.
El carruaje se detuvo y pudo darse la prisa para adelantarse a Werrington, que bajaba del otro carruaje asumido en sus propios pensamientos. Cuando quiso ayudar a las damas de bajar al suyo, se sorprendió que solo estuviera la señora Ferguson, que aceptó su ayuda sin decir palabra.
- ¿Y la señorita Caruso?
- Oh, la señorita Caruso parecía tener prisa en entrar. Ay, la pobre estaba aguantado. Estaba muy emocionada imaginándose que contrajera matrimonio y tuviera sus propios hijos – el duque se quedó paralizado, en el mismo sitio, y alzó una mano para detener la sarta de tonterías que estaba diciendo.