La nueva duquesa Werrington estaba tan pendiente de la puerta si se abría o no, que no se percató mucho de la presencia de su doncella personal, que la había ayudado a desvestirse y ponerle en su lugar un camisón de satén rosa, encima de la prenda, una bata larga del mismo género y color. No podía evitarlo, estaba nerviosa. Peor que en la ceremonia. No era decir unas palabras. Era algo más íntimo y personal. No sabía lo que ocurría en la noche de bodas. Se estaba imaginando tanto que solamente consiguió que estuviera con una sensación ardiente en el cuerpo. Ya con imaginarse con sus besos y caricias, entraba en un punto de ebullición. Su doncella al percatarse de sus nervios fue a coger un vaso y llenársela de vino.
Ally se lo agradeció y bebió de un solo trago. Era tan fuerte que tuvo que controlar la tos. Le pidió que devolviera el vaso de su lugar mientras su marido, sin tocar la puerta, entró como si fuera el mismo rey.
— Puede marcharse —ordenó sin apartar la mirada de su mujer.
La doncella se marchó con el sonido de la puerta al cerrarse.
— ¿Eso no debería haberlo dicho yo? — le preguntó con una ceja enarcada y él se acercó sonriéndole como un lobo ante su presa — Se está tomando responsabilidades que no son suyas — le regañó coquetamente, a su vez, entrelazaba sus manos en su fuerte nuca.
— ¿Cuáles son mis responsabilidades, mi querida y pequeña esposa? — le siguió el juego. Lentamente la abrazó y depositó delicados besos tomando como punto de partida su frente y fue descendiendo.
— Me está desconcentrando — no podía pensar con coherencia si continuaba con esos besos, tan suaves y cálidos.
— ¿Quiere que pare? — susurró en su piel sensible de su cuello provocando a su paso deliciosos escalofríos en su cuerpo.
— Por favor, no pare — se apoyó más a su cuerpo, abrazándolo al suyo, pero no podía porque las alturas no estaban compensadas. Ella era pequeña.
Tomó su rostro con las manos y la besó sus labios. Notando su intento y en un impulso, la cogió de las caderas con sus manos para que lo abrazara con sus piernas mientras iba en dirección a la cama. No la dejó de besar hasta que la depositó en la cama. Ambos se miraron con las respiraciones agitadas. Parecían que habían corrido cuando no era así, sus corazones latían con más deprisa y pesadez.
Con gestos pausados y en calma, se desnudaron el uno al otro. Él conforme la desnudaba, besaba esa piel tersa y pintada por pequitas doradas, incitando que ella se retorciera, gimiera y se moviera en contra de su cuerpo. Cuando alcanzó la piel de las pequeñas cimas de sus pechos, besó y mordió las puntas... Ella no aguantó más y explotó en mil esquirlas. No se percató de que sus labios habían gritado el nombre del hombre. Este la miró arrobado mientras los ojos de ella aleteaban para abrirlos y mirarlos con muda sorpresa. La besó sin poder contenerse haciendo que sus cuerpos volvieran a unirse. Se apartó unos segundos y casi sin voluntad para decirle con voz quebradiza:
— Lo siento si le hago daño — ella negó con la cabeza, mareada por el placer que volvía a sentir.
Sintió el toque de sus dedos en su intimidad y no pudo contener el impulso de agarrarse a él y morderle el hombre, provocando que su marido ejerciera más magia con sus dedos y su cuerpo se rompiese una vez más, cayendo desmadejada sobre las sábanas desordenadas. Casi sin sentir fuerza en su cuerpo, notó nuevamente un agujero en su estómago, creándole un vacío y una necesidad acuciante. Su marido se percató de ello y sin alargar más el suplicio de sus cuerpos, él se posicionó sobre la entrada de su feminidad. Poco a poco fue invadiéndola sintiendo las llamas del fuego apoderándose de él. Controlando su lado más animal, la embistió lentamente hasta romper con el himen de su virginidad.
No pudo contener el grito del desgarro. Dolía mucho.
— Lo siento — llegó oír de los labios de su marido que volvió a besarla intentando calmar el dolor.
Las caderas del hombre se movieron para salir. Ella sintió un vació y lo abrazó como había hecho antes, el simple movimiento hizo que el dolor fuera menos leve y fuera sustituido por otra sensación más placentera. Repitió el movimiento y gimió. Julian subyugado por los movimientos intuitivos de su mujer, empezó a embestirla con más fuerza y rapidez. El control se rompió en mil pedazos. La besó como un loco y bailaron la danza más primitiva de los tiempos hasta estallar en un casi infinito clímax. Lo alcanzó primero Ally. Dominada por el punto álgido de la pasión le arañó su espalda. Él llegó al clímax, sintiendo una descarga que explotó en él. Gritó su nombre embistiéndola una última vez y derramándose dentro de ella. Después de la tormenta que los había dominado, la calma llegaba lentamente tanto a sus cuerpos como a sus corazones.
— Ally — la besó en sus labios y, como no quería molestarla, se apartó, pero no se fue demasiado lejos.