Después del arduo viaje de regreso y los saludos familiares, se instalaron en sus habitaciones. Los aposentos tanto del duque como la duquesa estaban acondicionados para la llegada de ellos y su comodidad. Ambos iban a tener sus respectivas habitaciones, como tiempo atrás, hicieron los padres de Julian y Cassandra. Aun así, la costumbre de tener los dormitorios separados, no le encantaba mucho al duque, y menos, tener una habitación común que comunicaba a ambas estancias. Dicha habitación era el baño, un gran baño que su padre hizo que remodelaran para su madre. No le había privado nada en sus primeros años de matrimonio. Él quería hacerlo igual con su esposa.
Fue hacia al lecho de su mujer dónde ella todavía colocaba sus pertenencias en el armario con la ayuda de su doncella. Se apoyó en el marco de la puerta indolente y observándola con cierto placer cómo se movía por la habitación. Parecía que era ese el lugar donde ella estaba destinada a estar. Como su esposa y dueña de la casa.
Pero su observación interesante, que estaba haciendo, fue interrumpida por el carraspeo de su mujer que lo miró con una ceja enarcada.
— Puede ayudarme su excelencia en vez de estar mirándome y poniéndome nerviosa — se atrevió añadir mientras colocaba los sombreros en el interior del armario.
— Tiene sirvientes que pueden hacer esa tarde – se acercó, antes de cogerle el rostro y besarla, sin mirar a la doncella —. Puede marcharse, la duquesa la necesitará más tarde.
Alice movió la cabeza. Escucharon el sonido de cerrarse la puerta.
— Aún no me acostumbro la idea de que sea la duquesa. Se me hace raro que me llames así. O los sirvientes dirigiéndose como mi lady o su excelencia. Siempre lo he escuchado cuando se dirigían a ti que ahora, cuando lo escucho hacia mí, pienso y me pregunto si no será hacia otra persona que no sea yo.
— En privacidad te puedo llamar como quieras — acarició cada rasgo de su esposa con el pulgar, provocando en ella, su respiración fuera más acelerada de lo normal —, pero en público, te tengo que tratar con el mismo respeto que se merece tu rango y tu estatus social.
— Quizás necesite tiempo para acostumbrarme — suspiró, pero no fue un suspiro de lamento, sino de gozo, porque su marido había empezado acariciar su cuello con su boca mientras sus manos bajaban hacia su trasero.
Dejó que encontrara un punto de apoyo en el armario y sus manos se entretuvieron en masajearlo y apretarlo. A pesar de las capas de ropa, ella sentía arder bajo sus caricias que se tornaban cada vez más atrevidas. No pudo controlarse y empezó a retorcerse en contra de su cuerpo buscando alivio. Él notó sus movimientos, aunque quería darle esa satisfacción, decidió alargar más el momento. Ocultando una sonrisa maliciosa en sus labios, fue bajando...
Ally se quejó cuando su marido dejó de besarla en el cuello y fue descendiendo sobre su cuerpo. Depositó besos como el de una mariposa en la piel desnuda de su pecho, que sobresalía por el escote de su vestido, hasta descender definitivamente abajo. No sabía lo que pretendía. Estaba agachado a sus pies, como vasallo a su reina. Contuvo la respiración y jadeó cuando fue levantándole las faldas hasta dejarlas posar en sus caderas para dejarle totalmente casi desnuda a su mirada lujuriosa. Solo la cubrían las medias y las ligas a juego. Sus mejillas ardieron. Nunca había sido tan expuesta hasta ese momento, en sus aposentos y a la luz del día. No debería sentirse así porque había hecho el amor durante el día, pero era distinto porque no estaba en una cama bajo las sábanas.
— Tengo una buena vista desde aquí — ella soltó una risa nerviosa —. Creo que deberíamos hacerlo más a menudo.
— No sé si es buena idea — le facilitó la tarea de quitarle los zapatos, que quitó lentamente para su tortura mental.
— Lo es, confía en mí.
Confiaba en él, lo amaba. Asintió sin saber lo que le estaba permitiendo hacer. No le quitó las medias como se imaginó que haría, sino que se las dejó puestas. Su boca se abrió buscando el aire cuando empezó a sentir su boca pecaminosa desde el tobillo (no sabía que fuera tan sensible en esa zona) hasta llegar en la parte del ligero. Jugueteó con él, haciéndola volver más loca. Estaba ardiendo y no podía más. No creía que podía sostenerse más tiempo en pie. Temblaba y su cuerpo era imposible de controlar. Hasta la razón de su mente había volado lejos de allí, dejando paso a una Ally que no conocía.
— Por favor – le suplicó con voz rota sin saber el qué.
Esa cosa que desconocía él se lo ofreció gustoso. Fue imparable con ella; no le dio un respiro en ningún momento, minuto y segundo a su cuerpo. Tras romper en un intenso orgasmo, siguió besándola y acariciándola con sus labios y dedos. Cada vez más intenso, más agudo y penetrante. El placer y la tensión, mezcladas, empezó a extenderse en su interior. Su cuerpo cayó desmadejado sobre él cuando la arrolló, para su sorpresa, otro orgasmo que la dejó agotada y sin fuerzas.