Entonces, deberías decírselo a ella antes que sea demasiado tarde.
Las palabras de Diane rondaron en su mente mientras se adentraba en el lecho, donde había dejado dormir a su esposa. Esta solamente se movió hacia él cuando notó su cuerpo presionando el colchón. Se giró y se apoyó en su torso desnudo. Julian abrazó a su mujer ignorando el deseo acuciante de su miembro. Profundizó el abrazo y depositó un beso en la sien oliendo el aroma de sus cabellos. Era tan suave, cariñosa, dulce... También, un poco rebelde, pero a él no le importaba. La adoraba y amaba cada aspecto de su personalidad.
¿Quién le iba a decir que se iba a enamorar de su ladrona?
No se imaginó enamorarse de nuevo. Ese sentimiento era como caer al abismo sin saber si la caída iba ser desastrosa o no. Él había sufrido esa caída y tenía heridas aún del pasado. Sin embargo, esas heridas estaban cicatrizadas. La conversación que había tenido con su hermana le había demostrado que amaba a su esposa.
Debes decírselo.
Estuvo observando cómo dormía, ajena a sus pensamientos y al terremoto que le había azotado un momento antes. Le acarició el rostro sin la intención de despertarla. No quería molestarla. Solamente porque sentía el placer de sentirla bajo sus dedos. Le besó suavemente en los labios. Poco a poco, sus ojos fueron cerrándose y cayó en el sueño de Morfeo.
***
La fiesta en honor al duque y la duquesa Werrington se pospuso por el mal temporal que estaba haciendo. El viento cortaba el aire helado y las nubes que se asomaban, presagiaban tormenta. El ambiente frío se podía palpar. Tal evento tampoco iba a celebrarse porque no iba a contar con la presencia del señor Windsor, que hasta ahora iba a ser el que daría el concierto privado y familiar. Por lo tanto, debía buscar otro músico que estaba a la altura de la fiesta.
Cassandra, al saber que su hermano había cambiado de opinión y le había mandado una carta, expresándole su deseo que no volviera a poner un pie en Devonshire, no había más que decir, no tuvo más que aceptar que el señor Windsor no iba a entrar en la casa. Si entraba, se enfrentaría a la furia del duque. Este último estaba distraído, no por la fiesta que se había pospuesto. Eso le causaba más tranquilidad, dado que él no tenía un alma de festividad. Era porque la confesión de su esposa, y descubrir que sus sentimientos eran recíprocos, habían sido dos sorpresas tan grandes que aún le costaba de asimilar. Se sentía vulnerable. Como si el hecho de revelar y aceptar sus sentimientos, su corazón estaba más expuesto al dolor. No era la primera vez que su corazón estuviera expuesto; lo había pasado con Diane. Sin embargo, ahora era distinto y más intenso. Muy intenso.
Miró a su esposa, que jugaba con los más pequeños de la casa en el salón. Ella había tenido pánico de no ser la duquesa que todos se esperaban de ella. Por no cumplir con las expectativas de su papel en el ducado y en la vida social. Pero ahí estaba, con la cabeza bien alta y aprendiendo. Lo más importante, no había salido despavorida. En cambio, él parecía un chaval preadolescente que no sabía cómo actuar ni saber con qué palabras podrían expresarle el amor que sentía por ella.
Notando su mirada en ella, alzó la mirada y él esbozó una sonrisa.
La amaba con toda su alma.
Era hora de decirle la verdad.
***
Ally no era tonta, ni ingenua y sabía que algo extraño le estaba pasando al duque. Estaba más callado, más de la acostumbraba a ser. Eso le hacía sospechar que, quizás, a raíz de su confesión, él se había retraído, o peor aún, no quería acercarse por no hacerle más ilusiones. Una señal que podía indicar el fracaso de su matrimonio. Lo que más temía y le partiría el alma. Por otro lado, esa sospecha podría ser fundada por el mismo miedo y no por la realidad. Ayer noche le hizo el amor como si no hubiera pasado nada. Probablemente ese nada fuera un gigante elefante rosa que estaba ahí en la habitación. No sabía qué pensar. Tenía pavor, si le preguntaba aquello que temía.
No podrías haber tenido la boca cerrada un poco tiempo más.
Cuando él le pidió hablar con ella, el nudo del miedo se acrecentó. Intentó mantener una apariencia calmada mientras seguía sus pasos. No fueron a la biblioteca, sino que subieron las escaleras y se dirigieron a los aposentos de él. Los sirvientes que estaban limpiando la habitación se marcharon al verlos entrar en la estancia. A lo lejos, se podía escuchar la tormenta de afuera. Se había desatado un gran diluvio.
— Ven — le pidió cogiendo suavemente de su mano hasta ir a la cama.
Ella cogió la mano fuertemente como si con ello podía salvarse, ¿de romperle el corazón? Estaba tan asustada que no articuló palabra. Contuvo el aliento cuando sintió los labios de él posarse en sus manos juntos, provocando un cosquilleo inoportuno en su cuerpo. A pesar de que estaba por dentro histérica, el beso de su marido ejercía otra respuesta en ella.