—¡Lia!—gritó Jen mientras golpeaba la puerta—Sal de una bendita vez del baño, las demás también tenemos necesidades.
—Lo siento, he tenido un problemilla—Lia estaba muy pálida y Jen se preocupó—No me mires así ¿Vale?—le sonrió débilmente y se fue a su habitación.
Jen se fue a la cocina donde Kate y Lou desayunaban en la barra americana.
—Chicas—llamó la atención de sus compañeras de piso—Lia lo ha vuelto hacer, estoy muy preocupada por ella ¿Cómo podemos ayudarla?—sus ojos castaños estaban a punto de desbordarse.
—Tranquila Jen—la reconfortó Kate—Lo único que podemos hacer es cuidar de ella, el resto es cosa de Lia.
—Debería ir a un psicólogo—sentenció Lou—Sé que suena muy frío pero es la única manera en la que se puede curar. No es sano estar cada dos por tres vomitando a propósito y…
—Buenos días—Lia apareció en la cocina—Por mí no os cortéis, podéis seguir criticándome, estoy más que acostumbrada—las miró con dureza.
—Lia, no te lo tomes a mal, te queremos y es normal que nos preocupemos por ti—Jen la abrazó.
—Estoy bien, os lo agradezco, pero no es necesario—se soltó del abrazo de su amiga—Nos vemos luego—salió del apartamento y subió al ascensor. Se miró al espejo y otra vez volvió esa sensación. Asco, repulsión y una infinita soledad.
Desde que tenía uso de razón, se odiaba. Su genética le jugaba siempre en contra. Nunca consiguió ser una persona perfecta como sus amigas de la infancia o ahora sus compañeras de piso.
Kate nació en Londres, pero su familia era natural de Colombia con lo cual era una belleza morena de ojos negros y con un físico espectacular. Trabaja en un bufete de abogados, le apasiona su trabajo y era una de las mejores abogadas de Londres con sólo veintinueve años.
Jen, la inocencia personificada, jamás veía la maldad de la gente. Estaba saliendo con Carl, su novio de toda la vida. Era menuda con un pelo castaño precioso y sus ojos del mismo color. Sin duda la más recatada de todas y la que mediaba siempre en las discusiones. Poseía una pequeña tienda de ropa que traspasará en cuanto se case porque quiere tener una gran familia a pesar de sus veinticuatro años.
Lou es la más alocada de todas ellas. Trabaja en una revista de moda, vive la vida intensamente en todos los sentidos, no se preocupa por lo que pasará mañana. Tiene un gran corazón que esconde tras capas y más capas de ironía y frialdad. Es una chica que llama la atención allá por donde pasa. Su pelo pelirrojo cortado a lo garçon, unos espectaculares ojos esmeraldas y unos labios carnosos adornan su pequeña cara de ninfa. A sus veintiocho años se había relacionado con todo tipo de personas, hombres y mujeres, famosos o anónimos, su vida era una montaña rusa y a Lou le gustan las emociones fuertes.
Y luego esta ella... La que no pegaba con sus espectaculares amigas, la que nadie miraba ni hacía caso. Desde que era niña había tenido que soportar los insultos de todo el mundo. ¡Qué razón tenían los que le decían que nadie la iba a querer así! Y era cierto, veintisiete años de sufrimiento la contemplaban. Era realmente insoportable y por más que hacía y se esforzaba no conseguía bajar ni un sólo gramo.
Conoció a las chicas cuando se fue de Erasmus a Londres y ya nunca volvió a su Marbella natal. Con una niñez traumática y con unos padres más preocupados de sus reuniones de trabajo que de su única hija, Natalia o Lia como la llamaban sus amigas, se graduó en la carrera de magisterio y ahora trabaja en una prestigiosa escuela infantil muy selecta. Ahí comenzaban su educación los hijos de importantes personajes públicos de la ciudad. Los dejaban allí desde muy temprano y los recogían por la tarde sus niñeras. Esos niños apenas veían a sus padres. Le gustaba pensar que gracias a ella esas criaturas se sienten menos solas creciendo felices y libres de traumas.
Lia bajó la mirada hasta sus pies y recorrió su cuerpo hasta encontrarse de nuevo con sus ojos azules pálidos. Su cabello castaño siempre recogido en una coleta alta porque era una negada para la peluquería, sus labios eran demasiado gruesos, que tampoco le gustaban nada al igual que su pequeña nariz respingona. Odiaba su cuerpo por tener más curvas de las deseadas... Echándose un último vistazo y blasfemando, salió hasta la calle para ir a trabajar otro día más
Mientras tanto, arriba en el piso, las chicas pensaban en como levantarle la moral a Lia.
—¡Tengo una idea!—exclamó Lou—¿Y si contratamos a un chico que le alegre un poco la vida?
—¡¿Qué?!—gritaron Kate y Jen al unísono.
—Sí, es perfecto—se puso en pie frente a sus amigas—Le pagamos a un hombre para que la mime y se anime un poco. Que le de cariño… ya me entendéis.
—No creo que sea una buena idea, se va a sentir muy humillada—Kate se levantó a por su tazón de cereales.
—Creo que estaría bien—Jen, la puritana, se sonrojó.
—¡Oh Jennifer!—se burló Lou—Gracias por el apoyo. Somos dos contra una—miró fijamente a Kate—Venga, tenemos que hacer feliz a Lia. Además que el tío nos va a costar un ojo de la cara y si pagamos entre las tres, saldrá más económico.
—Está bien, lo que queráis—Kate claudicó—Pero como se entere nos va a matar. ¿Dónde podemos encontrar un chico… así?