Un par de días después, Ethan recibió la llamada de Leena de la que llevaba días sin saber nada de ella.
—Ethan ¡Cuánto te echado de menos!—una efusiva Leena casi le rompe el tímpano.
—Hola Leena, dime ¿Qué ocurre?—preguntó despreocupado.
—¿Recuerdas el viaje del que te hablé? Pues ha llegado el momento. Volamos a Ámsterdam esta misma noche. No tienes que hacer nada, sólo tu equipaje. Te pagaré lo que acordamos más algún que otro caprichillo ¿Quieres que te recoja?
—No quiero que me recojas, porque no puedo ir. Tengo trabajo—sentenció Ethan.
—¡¿Cómo?!—gritó la señora, tanto, que Ethan alejó el teléfono de su oído—¡Tú harás lo que yo diga que para eso te pago!—estaba furiosa.
—Ya te lo he dicho, la respuesta es no. No soy de tu propiedad por mucho que me pagues.
—Si el problema es el dinero, te pago lo que quieras. Te necesito cariño, entiéndelo—su tono de voz se suavizó un poco—Por favor no me hagas esto.
—Lo siento, el problema no es el dinero. Simplemente ahora no puede ser, no hace falta que te pongas así.
—¿Estás trabajando para otra no?—intentó disimular su enfermizos celos—Tienes razón, debo tranquilizarme, siento haberme puesto histérica.
—No es asunto tuyo—Ethan ya estaba perdiendo la paciencia con ella—No tengo nada que perdonarte y ahora si me disculpas te tengo que dejar.
—Te llamaré cuando vuelva. Cuídate Ethan—colgó el teléfono mientras intentaba hallar la forma de enterarse quién le estaba robando la atención del que ella consideraba su hombre.
Ethan dejó el móvil en la mesa mientras le daba vueltas a la actitud de Leena. Cada vez estaba más obsesionada con él, debería ir pensando en dejar de verla. Era una pena, ya que su dinero le venía muy bien. Bajó hasta la cocina donde Mary Anne estaba cocinando, la abrazó por detrás y la mujer como siempre dio un saltito asustada.
—¡Qué susto! No me hagas estas cosas, un día me matarás—sonrió mientras levantaba su entrañable mirada hacia su nieto.
—¡Qué cosas dices! Tú jamás vas a morir, serás eterna—bajó su cabeza para besar a su abuela en la frente—Uf eso huele de maravilla…
—No sabía que tenía un nieto tan pelota, sabes que es estofado de ternera con verduras, tu comida favorita.
—El médico dijo que no deberías cansarte y…
—¡Tonterías! Consentirte no me cansa, me encanta y lo sabes. Y hablando de cosas que me encantarían. Me gustaría mucho que un día de estos dejes ese dichoso trabajo y consigas a una buena chica que te haga un hombre decente—Ethan puso sus ojos en blanco mientras Mary Anne reía a carcajadas—No me pongas esa cara hombre, me gustaría dejarte en buenas manos cuando yo me vaya.
—Para eso faltan siglos, así que no hay nada de qué preocuparse, además, no todo el mundo está hecho para tener pareja. Yo cuidaré muy bien de mí, te lo prometo.
—Cielo—le levantó la barbilla con cariño—No tenemos que engañarnos. No duraré mucho más y me apena dejarte solo. Eres un hombre extraordinario, cariñoso y bueno. Sé que encontrarás alguien a quién cuidar y que te cuide de la misma manera. Cuando eso pase, descansaré tranquila—le besó las manos— Y ahora vete de aquí que me estás distrayendo.
Ethan salió de la cocina pensativo. Era incapaz de concebir que un día su amada abuela, su madre, la única persona que lo había amado incondicionalmente y a la que él adoraba por encima de todo, pudiera faltarle. Pensó en salir a pasear, eso le ayudaría a despejarse y caminando casi sin rumbo, llegó a la escuela infantil donde trabajaba Lia.
Se encontraba jugando con los niños en el patio. Se la veía feliz, a leguas se notaba que adoraba su trabajo y disfrutaba de él. Seguro que si su abuela la conociera, le caería bien al instante. Siguió observando la tierna escena hasta la hora de la salida, cuando Lia despedía a cada niño con un beso. Ethan decidió acercarse a saludar.
—Hola—se acercó hasta la valla que delimitaba el edificio.
—Hola—sonrió ella—¿Qué haces tú por aquí?
—Salí a pasear y no sé cómo terminé aquí y te vi. Supongo que trabajas aquí—intentó hacerse el loco porque lo sabía prácticamente todo de ella.
—Sí, así es. Pues vaya casualidad—lo miró a los ojos y pudo percibir en su mirada siempre alegre, estaba muy apagada—¿Te encuentras bien?
—Estoy bien, sólo un poco melancólico. Se me pasará—esbozó una tímida sonrisa.
—Oye Ethan, sé que no nos conocemos demasiado, pero si quieres hablar de algo, no dudes en buscarme.
—¿A qué hora terminas?—la pregunta salió de sus labios sin apenas darse cuenta.
—Pues en cuanto se vayan todos los niños, no faltan muchos por irse—no sabía muy bien el motivo pero empezó a ponerse nerviosa.
—Te espero ¿Vale?
—De acuerdo— se dio media vuelta y sentía sus mejillas arder.
Después de quince minutos, Lia apareció acompañada de una gran sonrisa.
—Y bien ¿Dónde quieres ir?
—Vayamos a pasear, si te parece bien—ella asintió y caminaron calle abajo—Deben gustarte mucho los niños para dedicarte a lo que te dedicas.