¡ No sonrías, idiota! (2024)

CAPÍTULO 24

Nada más aterrizar en Madrid, tras recoger su equipaje y esperar unas cuantas horas, subió al tren dirección Málaga. Cuanto más se acercaba a su destino final, más ansiedad sentía. No sabían cómo reaccionarían sus padres cuando la vieran allí después de tanto tiempo. Ni siquiera sabía qué haría ella misma cuando los tuviera enfrente. Horas más tarde cuando llegó a Málaga, cogió un taxi hasta la casa de sus padres en Marbella y le saldría por un ojo de la cara.

La vivienda se situaba en una de las mejores urbanizaciones de la ciudad, y justo por eso, contaba con un alto sistema de seguridad, fuera de las horas estipuladas sólo podían acceder los residentes de la misma. Al llegar a la garita del vigilante, éste le impidió el paso.

—Señorita, usted no está entre la lista de los residentes de la urbanización. Por favor debe irse, tiene prohibido el paso.

—¿Perdón? ¿Es que acaso no ha escuchado bien mis apellidos?—Lia estaba harta de todo el mundo, así que sacó su DNI y se lo mostró—¿Lo ve? ¿Ve quienes son mis padres?

—Yo…señorita…lo siento mucho, pero jamás la he visto por aquí—el hombre pulsó el botón y levantó la barrera—Discúlpeme, por favor pase.

—Gracias—no le gustaba comportarse así, había sonado como una niñata malcriada, pero quería llegar ya, encerrarse en su habitación para mentalizarse de todo lo que se le avecinaba.

El taxista la ayudó a subir las maletas por la escalinata de la puerta principal. Se quedó mirando la hermosa fachada blanca adornada con plantas y árboles bien cuidados, los tejados de color bermellón y el suelo adoquinado, contrarrestaba con la opulencia que guardaba en su interior.

Al entrar pudo darse cuenta que pocas cosas habían cambiado desde la última vez que estuvo allí, parecía que el tiempo se había detenido. Respiró hondo, cogió sus maletas y empezó a subir las escaleras para ir directamente a su habitación.

—¿Quién es usted?—una chica morena con uniforme de servicio la hizo frenar en seco.

—Lia, encantada—le sonrió por educación—Yo soy…

—¡La hija de los señores!—la muchacha se quedó mirándola—¡Qué fuerte, existe de verdad!—cuando se dio cuenta que la estaba tratando con demasiada familiaridad se disculpó—Perdóneme señorita. Déjeme subirle el equipaje.

—No me llames señorita por favor, sólo Lia. Tanta formalidad no va conmigo—notó que la chica estaba nerviosa por su metedura de pata—¿Cómo te llamas?

—Valeria, señorita—le arrebató las maletas de las manos y siguieron subiendo al piso de arriba—Los señores se alegraran de verla, últimamente hablan mucho de usted.

—Valeria tutéame por favor—le insistió.

—No es correcto, me pueden regañar—guió a Lia hasta su nueva habitación porque la que tenía antes ya no existía—Es aquí.

—Hagamos algo, en privado tutéame y en público, háblame como quieras ¿Vale?

—De acuerdo seño… Lia—la chica le sonrió, le caía bien la hija de los señores—Mis amigos me llaman Val.

—No soy tu amiga, al menos de momento, pero te llamaré así si te parece bien claro.

—Por supuesto que sí. Bueno, tengo que dejarte, cualquier cosa que necesites, avísame. ¡Bienvenida!

—Gracias Val—la muchacha salió dejándola sola.

Observó su nueva habitación, era idéntica al dormitorio principal de sus padres. Era enorme y las vistas daban a la sierra. Cuando entró al baño y al vestidor, se dio cuenta que la estancia estaba perfectamente preparada para dos personas. Su madre lo había calculado todo al milímetro.

Después de una merecida ducha ya que hacía un calor infernal y un poco de descanso, Lia salió de su habitación a indagar el resto de la casa. Cuando llegó a la cocina, se encontró de nuevo con Valeria, otra chica de una edad parecida a ella y una mujer más mayor quien era la cocinera de la casa.

—Hola—saludó tímidamente.

—Chicas, ella es la señorita Lia—Valeria se encargó de presentarla—La hija de los señores.

—Encantada señorita, yo soy Mónica—apuntó la chica.

—Yo soy Rosa—añadió la mujer.

—Igualmente, sólo os pediré algo, tuteadme por favor. Soy sólo Lia—les sonrió—Decidme por favor que no trabaja nadie más en esta casa. Nunca entenderé a la gente que no sabe hacer las cosas por sí mismas.

—No, tranquila, dentro de la casa sólo estamos nosotras—le aclaró Mónica—Muchas gracias por la confianza Lia.

—Eres muy diferente a ellos—Rosa la miraba con gesto serio—¿Por qué?

—Me encantaría saber responderte a eso. Llevó muchos años fuera de aquí, pero incluso antes de irme, tampoco compartía su estilo de vida. ¿Sabéis si tardarán mucho en volver?

—Eso nunca lo sabemos con certeza. Son gente ocupada y que no da explicaciones, pero siempre hay que tener comida lista. ¡Pobre de mí si no lo hago!—por fin Rosa se relajó un poco.

—¿Y qué haces cuando no vienen a comer?

—Llevamos la comida a quienes puedan necesitarlo, por eso siempre hago de más. Hay mucha gente sin recursos y un plato de comida le alegra el día.




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