Llevaba despierta casi desde el amanecer, tratando de poner orden en la jaula de grillos que en ese momento era su cabeza. La mañana avanzaba pero Lia era incapaz de salir de la cama, no tenía ánimo para ver ni hablar con nadie. Pero una vez más, no se cumplieron sus deseos, la puerta de su habitación se abrió y Valeria entró.
—¡Dios, que susto!—la chica se sobresaltó al verla metida en la cama—¿Cuándo has llegado?
—Anoche—respondió—¿Nadie sabe que estoy aquí?
—No. Todos creemos que sigues en Londres. ¿Ha ido bien?
—Bueno, ha habido un poco de todo—se volvió a tumbar bocarriba—Val, no le digas a nadie que estoy aquí por favor.
—Se pueden dar cuenta al igual que lo he hecho yo ¿No?
—Aunque sólo sea por hoy, asegúrate que nadie entre aquí.
—Está bien—Valeria se convenció—Pero tendrás que comer algo, digo yo.
—No me apetece mucho, no te preocupes por mí—le sonrió—Ve hacer lo que tengas que hacer.
Pasó algunas horas más metida en la cama dándole vueltas a todo lo sucedido en Londres. En un momento dado, se levantó, abrió su bolso y sacó la rosa y la nota que Ethan le había dejado. Aspiró su aroma una vez más y la guardó dentro de un libro para poder seguir conservándola una vez que se marchitara. Releyó una y otra vez aquellas palabras escritas de su puño y letra hasta aprendérselas de memoria y después fueron hacerle compañía a la rosa que ya había guardado.
No saldría de la habitación, pero decidió cambiarse de ropa, hacer la cama y salir a la terraza, la cual llevaba tiempo sin llave. Con cuidado para que nadie la viera, se asomó a tomar el aire, ese mismo que a veces parecía no llenar sus pulmones lo suficiente.
Esteban llevaba todo el día llamándola, pero Lia no se sentía lo bastante fuerte como para hablarle, ni siquiera había respondido a su mensaje de los buenos días. Se sentía la mujer más miserable que alguna vez había pisado la faz de la Tierra. Había traicionado la confianza de la persona que más la había ayudado en su vida.
Casi al anochecer, cuando pensaba que había logrado pasar un día sin que nadie supiera de ella, la puerta de su habitación se abrió por segunda vez aquel día.
—Así que es aquí donde te escondes—Esteban estaba allí con cara de pocos amigos.
—Lo siento mucho Lia, no he podido hacer nada—se disculpó la chica.
—No importa Val, cierra la puerta cuando salgas—intentó respirar hondo y observó a su prometido.
—¿Desde cuándo estás aquí?—sólo tuvo que mirarla a los ojos pasa saber que algo había pasado.
—Llegué anoche. Nadie sabe que estoy aquí salvo Valeria y ahora tú—se acercó hasta él incapaz de mirarlo más de dos segundos seguidos—Tengo que hablar contigo y no sé cómo hacerlo.
—Lia…—suavizó su gesto, la cogió de la mano y se sentaron en el sofá frente a la cama—Hazlo como siempre, sólo soy yo, Esteban.
—Lo sé—suspiró mirando al suelo—El problema siempre será el mismo…yo.
—Pensaba que esa fase de faltarte el respeto estaba superada.
—Esta vez sí me lo merezco—se frotó las manos repetidas veces—Esteban, lo que te voy a contar te va a doler y me siento como una mierda por eso.
—Al final vas a conseguir asustarme—agarró sus manos para que se estuviera quieta—Dime lo que sea que haya pasado—podía hacerse una idea que todo aquello tenía que ver con el tal Ethan, de lo contrario Lia no estaría en ese estado.
—He traicionado toda la confianza que depositaste en mí—dijo dándole vueltas al anillo que estaba en su dedo—Lo siento muchísimo Esteban—se levantó y caminó lentamente hasta la terraza con lágrimas en los ojos.
—¿Qué significa eso?—trató de tomarlo con calma y dejó que ella confirmara sus sospechas.
—Me acosté con él…—confesó mientras apretaba con fuerza la barandilla del balcón.
—Entiendo…—se acercó hasta ella y se detuvo a su lado—Te mentiría si dijera que no me duele…—suspiró—Pero sabía que algo así podía pasar, por eso no quise ir contigo aunque me moría de ganas de hacerlo. Tenías que cerrar esa historia de alguna forma, no pienses que me has traicionado, ni muchísimo menos. Yo siempre supe cuales eran tus sentimientos y aún y así quiero tenerte a mi lado, aunque no sea de la manera que a mí me gustaría—en su interior, su corazón se había hecho añicos, pero era incapaz de reclamarle nada por todo lo que él mismo acababa de decir.
—Eso hace que me sienta peor aún. No puedes ser tan bueno y comprensivo con la persona que te está haciendo daño—lo cogió por los brazos y lo zarandeó ligeramente—¡Es que no es lo normal!
—¿Y qué quieres que haga Lia? ¿Quieres que maldiga? ¿Qué grite? ¿Para qué?
—¡Para desahogarte, maldita sea!—lo soltó—¡Porque es lo menos que me merezco después de lo que te he hecho!
—Lo siento pero no voy a montar una escena, yo no soy así—se encogió de hombros—Nada de lo que yo pueda hacer puede borrar eso o el dolor que siento Lia. No queda más remedio que seguir con nuestras vidas como hasta ahora, poco más podemos hacer.
—Soy incapaz de mirarte a la cara. ¿Cómo podría seguir con mi vida como si nada?