Como cada mañana desde que he tenido uso de razón, mi madre de manera muy sutil vino a despertarme golpeando delicadamente la puerta de mi habitación, quisiera aclarar que con lo de "delicado" era medio derribar la puerta y "sutil" era gritar mi nombre casi a todo pulmón desde el otro lado, no sé cómo los vecinos no se habían quejado a estas alturas.
Abrí mis hinchados y ojerosos ojos, resultado de una noche entera de lectura, rezongando sonoramente mientras intentaba levantarme de mi amada cama. Sufría las consecuencias de mis rebeldes acciones al no ir a la cama a una hora temprana, el cansancio de mi cuerpo me golpeaba sin piedad pidiéndome a gritos seguir durmiendo.
Mientas hacía el esfuerzo de realizar mi rutina matutina, meditaba sobre lo irreal que eran las historias de amor en los libros. Realmente, no entendía a las protagonistas de esos relatos, las cuales los rayos del sol daban justo sobre sus caras y eso provocaba que se despertasen de manera radiante para después deleitar sus oídos al escuchar a las aves cantar sus melodías mañaneras, ¡Puras patrañas! ¿Es que ya las personas no eran realistas con la literatura? ¿En qué mundo sucede eso?, Y para colmo, en la mayoría de las historias pasaba de esa forma, al parecer los autores se ponían de acuerdo para escribir lo mismo.
Definitivamente, odiaba el cliché.
Volviendo a centrar mis pensamientos en mi rutina diaria y apartando mi incomprensión hacia ciertos autores, me dediqué a reunir fuerzas para ir a tomar una ducha. Por alguna razón, tenía el presentimiento de que hoy sería un largo día. Efectivamente, el agua fría de la ducha fue un mal presagio, una señal de los dioses de los días que empiezan con el pie izquierdo, para mi mala suerte yo era diestra.
Me decidí por vestir unos jeans gastados, una camiseta negra con el logo de Arctic Monkeys en ella, un par de converse negras, las cuales nunca habían recibido una lavada, por ultimo una chaqueta verde olivo. Mi rojizo cabello decidió tener libertad de expresión esa mañana ya que se negaba a ser domado por el cepillo.
Bajé las escaleras para tomar el desayuno que mi madre había preparado, mas a ella no la encontré, imaginé que se fue antes al trabajo llevándose con ella mi oportunidad de pedirle un aventón.
Iba comiendo el desayuno mientras caminaba hacia la parada del bus, no lo había notado pero este ya estaba poniéndose en marcha. Tuve que correr hasta poder alcanzarlo y al subirme me llevé la desagradable sorpresa de que el único asiento libre era el que estaba al lado de un chico sudoroso que jamás había visto en mi corta vida. Resignada arrastré mis pies hasta el lugar.
El viaje a la escuela no fue tan terrible como pensé que sería. Los dioses me sonrieron por primera vez en el día al hurgar en mi mochila y encontrar mis enredados audífonos. Juro que no entendía como era que se enredaban tanto llegando a parecer más complejos que nudo de boy scout. A pesar de que me tomó un tiempo lograr ponerlos de una manera cómoda, pude usarlos la mitad del viaje.
Ya dentro del instituto, caminaba tranquilamente por los pasillos, estaba absorta en el ritmo de Dream On. Me dirigía a la clase de biología cuando de repente algo colisionó contra mí y me estampó directo al suelo, derribando en el proceso los libros que había sacado de mi casillero minutos atrás.
— ¡Imbécil, fíjate por donde vas! —grité con la mirada puesta en la espalda del idiota que se alejaba sin tener la cortesía de disculparse. Volteó su cabeza hacia mí con una burlona sonrisa en los labios y siguió su camino, el muy descarado se reía en mis narices.
Miré a mi alrededor y noté que el pasillo había quedado sin un alma.
¡Mierda!
No había escuchado la campana. Apresuradamente recogí mis libros y eché a correr escaleras arriba hasta el jodido laboratorio de biología.
Un gran suspiro de alivio salió de mis labios al ver que el profesor aún no llegaba. Mick era la clase de profesor que le encantaba hacer comentarios humillantes cada vez que alguien llegaba tarde a su clase, y para ser sincera a mí no me apetecía pasar por eso hoy.
Dirigí mis pies hasta mi solitaria mesa casi al fondo del laboratorio. Estaba sin compañero por dos razones: la primera era porque somos un grupo impar a lo que me venía como anillo al dedo; la segunda era porque prefiero trabajar sola ya que todos eran unos incompetentes.
A los pocos segundos entró el profesor Mick con el mismo imbécil que me empujó en el pasillo hace un rato.
Mis alertas se activaron. Algo no olía bien.
Intercambiaron algunas palabras. Por mi parte me dedicaba a cruzar los dedos para que no se quedara en esta clase, sin embargo, nuevamente mis plegarias no fueron escuchadas. El imbécil dio un paso al frente y se presentó con una mueca rara en la cara, un pobre intento de aparentar que estaba animando de estar ahí, cuando en realidad le fastidiaba tanto como a mí.
— Hola a todos, mi nombre es Hunter —dijo distraídamente.
Toda la atención estaba puesta sobre él ¿Y cómo no? Si ahora que me fijaba bien podía notar que era muy guapo, alto, bronceado, ojos verdes, un rebelde cabello oscuro caía sobre su frente y ni hablar de sus cuerpo, se notaba que se ejercitaba. Conclusión: si obviamos el percance del pasillo, lo hubiera considerado caliente. Lástima que ya se había ganado mi odio.
El profesor indicó la mesa en la que se sentaría y para mi desgracia era justo la mía. Al igual que yo, arrastró sus pies a lo largo del salón y se situó a mi lado.
¡Joder, lo único que faltaba!
Damas y caballeros, esta era la cereza de mi fatídica mañana. El maleducado se convirtió en mi nuevo compañero de biología.
Fueron dos horas muy largas. Ni siquiera me miró en toda la clase y yo hice lo mismo, me dediqué a prestar atención en la composición del ADN y Dios sabía que no entendía nada.
Ya harta de haber estado toda la hora sin moverme ni hablar, sonó la que sería mi salvación, la gloriosa y ensordecedora campana anunciando el final del primer periodo.
Editado: 03.03.2021