Ese mismo día, ya en la tranquilidad de mi habitación, entendí que me sentía atraída por Hunter. Por más que no quisiera aceptarlo, era un hecho al que tarde o temprano tenía que prestarle atención. Pero ese día no sería hoy, porque le iba a demostrar que él no me importaba.
Ya casi era la hora de mi cita con el idiota de mi vecino, por lo que tenía que comenzar a arreglarme, el problema era que no quería hacerlo, mi mente no dejaba de pensar en todo lo que hacía sucedido desde que me empujó en el pasillo el día que lo conocí. Me sentía un poco molesta a decir verdad. Entonces, ¿por qué me arreglaría para una persona que me hacía la vida tan complicada?
No le iba a llevar la contraria a mi lógica, así que me puse lo primero que encontré. Jeans rotos en las rodillas, sudadera negra y mis converse rojas, mi cabello lo sujeté en una cola alta y no usé ni una gota de maquillaje. Y en menos de 15 minutos estaba lista.
Bajé las escaleras y me dirigía a la sala, recordé que no le había dicho a mi mamá que hoy saldría. De hecho, esperaba que ni me diera permiso, porque sometida se nace, no se hace.
Sin embargo, algo me hizo frenar el paso.
Una voz.
¿Quién demonios visitaba a esta hora de la noche?
Pues la respuesta la obtuve al instante.
— ¡Ay, hijo! Me alegra mucho que Ashton y tú salgan ¡Que alivio que se alejó de ese tal Chris! —comentaba mi querida madre.
— Si, señora. A mí también me alivia —informó Hunter.
— Aquí entre nosotros. Siempre quise que saliera contigo —agregó mi mamá con voz cómplice.
Ya había escuchado suficiente, por lo que hice acto de presencia en la sala. Por otro lado, parecía que ya tenía permiso para salir hoy.
— Mamá, Hunter y yo ya tenemos que irnos.
— La traeré temprano, señora —dijo mientras se levantaba del sofá.
— No se preocupen. Vayan, disfruten la noche.
Y sin más intercambio de palabras mi mamá nos empujó por la puerta.
Hunter y yo nos dirigimos a su carro y hasta abrió mi puerta como todo un caballero. Ese acto resultó sospechoso.
— Habla, ¿cuánto tiempo tenías ganándote a mi mamá? —exigí saber.
— No tengo idea de lo que me hablas —señaló haciéndose el desentendido—. Estás hermosa esta noche, Ariel.
Me le quedé mirando con incredulidad.
— Gracias, me arreglé pensando en ti.
Esperaba que le quedase claro que esta cita no significaba nada y por eso no me esforcé en arreglarme.
— Y lo aprecio. Me gusta mucho más como te ves al natural.
¿Qué?
No me esperaba eso en lo absoluto. Me le quedé mirando en busca de alguna señal que me dijera que eso fue sarcasmo, pero no había ninguna. En su lugar había una mirada cálida y una sonrisa pequeña. Estaba siendo sincero.
Y pensar que todo este tiempo había cambiado de imagen para hacerlo arrepentirse de haber jugado conmigo. Bueno, la principal razón era mejorar mi autoestima, pero que Hunter sufriera en silencio fue un plus para hacerlo. Ahora me enteraba que no le afectó en lo más mínimo. Sentí un poco de decepción, pero también un poco de alegría porque le gustaba tan y como era.
— ¿A dónde iremos? —cambié de tema.
— Es sorpresa.
A partir de ahí ambos guardamos silencio. No pasó mucho tiempo cuando ya habíamos llegado.
Hunter aparcó su auto y ambos bajamos para dirigirnos a la entrada de un parque de diversiones.
Amaba los parques de diversiones.
Este estaba iluminado por luces de muchos colores, se escuchaba la música animada, el olor de algodón de azúcar llegaba a mi nariz y automáticamente mi vista ubicó el puesto.
— Vamos, Ariel. Te compraré uno.
Dicho y hecho.
Después de comerme el algodón, fuimos a los autos chocones, donde aproveché en chocar a Hunter todas las veces posibles. Luego jugamos a derribar pirámides de latas y ambos perdimos, éramos un asco apuntando.
Y así iba transcurriendo la noche, entre juegos y risas. Me la estaba pasando de maravilla y me sorprendía que nos estuviésemos llevando tan bien.
— Vamos a la rueda de la fortuna —propuso y mi sonrisa desapareció.
Me daban miedo las alturas.
Las alturas era un miedo que no quería enfrentar, sin embargo, no quería parecer como una tonta, así que no le dije nada. Antes muerta que demostrarle que tenía un punto débil.
Tragando mi terror a las alturas, asentí y él tomó mi mano arrastrándome hasta la jodida rueda de la fortuna.
Mientras esperábamos nuestro turno, yo elevaba plegarias a todas las deidades existentes para que no nos cayéramos y yo no me desmayara. Alguna de ellas tenía que escucharme.
Ya era nuestro turno y un chico nos indicó que tomáramos asiento, después se dedicó a poner los seguros y en menos de lo que canta un gallo estábamos subiendo. Yo me quería morir.
— ¿Estás bien, princesita? —preguntó notando mi rigidez.
— Pues claro que estoy bien, me encantan la vista del lugar —mentí.
Al llegar a la cima, la rueda se detuvo, tomaba respiraciones profundas y me aferraba del asiento como su mi vida dependiera de ello.
Hunter lo notó al instante.
— Tranquila, solo están subiendo más personas. Empezará a andar en unos segundos. Disfruta la vista mientras —me dijo con suavidad y tomó mi mano.
Me hizo sentí bien, fue un lindo gesto. No obstante, yo seguía nerviosa.
La rueda anduvo de nuevo, pero antes de que descendiéramos dos metros, se detuvo totalmente y todas las luces del lugar se apagaron.
— ¡NOS VAMOS A MORIR!
Y mi relativa calma se fue al demonio.
Editado: 03.03.2021