No podía ser posible. Me iba a morir en un parque de diversiones y la culpa de todo esto la tenía el idiota de mi vecino. Definitivamente, él me odiaba.
¿Cómo se me ocurrió aceptar subir a la endemoniada rueda de la fortuna?
¡Esto era una pesadilla!
Lo peor de toda la situación era que no podía evitar ver hacia abajo cada cinco segundos. Me producía mareos la altura.
¡Que débil debí verme!
Por lo menos, me consolaba el hecho de que si vomitaba de los nervios, lo haría sobre Hunter. Se lo merecía por hacerme subir. Tal vez me merecía la humillación por no decirle que me aterrabas las alturas.
No me juzguen, sé que hubieran hecho lo mismo que yo.
El parque de diversiones estaba sin un foco de luz encendido, se escuchaban a varios niños llorar por miedo a la oscuridad y a muchas personas quejándose, pues muchos se quedaron varados en los juegos. Entendía a los pobres.
Las fallas eléctricas eran muy poco comunes en esta ciudad, normalmente eran provocadas por grandes tormentas, pero ni siquiera estábamos en otoño. No tenía sentido que en esta época ocurriera esto.
— ¿Estás bien? —preguntó Hunter preocupado.
— ¡No! ¿Acaso no ves que vamos a estar aquí para siempre? —dije mortificada—. Y todo es tu culpa.
Hunter me miró unos segundos y en su cara se dibujó el entendimiento.
— Me hubieras dicho que le temes a las alturas, princesita —regañó—. No hubiera insistido.
— ¡Ya cállate! ¡No sé de qué estás hablando!
Y lo hizo. Guardó silencio.
Yo estaba al borde de las lágrimas, pues la maldita cosa donde estábamos sentados se balanceaba con el viento. Hunter al percatarse de mi patético estado hizo algo inesperado.
Me rodeó con sus brazos y me instó a hundir mi rostro en su pecho. Yo no me opuse a su gesto.
Y como si de un botón se tratara, sentí tranquilidad. Olvidé que estaba a unos quince metros de altura y que todo estaba sumergido en la oscuridad. El olor de su perfume inundaba mis fosas nasales, el calor de su cuerpo me reconfortaba.
No sé cuánto tiempo estuvimos así. Incluso, al cabo de unos minutos, me armé de valor y vi a la pequeña ciudad desde las alturas. Las copas de los arboles danzaban con el paso del viento, el cielo nocturno estaba despejado y se visualizaban miles de estrellas.
Era una noche hermosa.
En el fondo, aunque me negaba a aceptarlo, quería estar en sus brazos todo el tiempo que los dioses nos permitieran.
De pronto las luces del parque de diversiones se encendieron, la música animada volvió a sonar por los parlantes y todos los juegos se pusieron en movimiento nuevamente. Un grito de alegría se escuchó por todo el lugar.
— Lamentamos estos diez minutos de molestia que nuestro sistema eléctrico haya causado. Gracias por su compresión y paciencia —comunicaba un hombre por los parlantes.
Esos diez minutos parecieron eternos para mí, por lo menos los primeros cinco. Los otros cinco que restaban los disfruté.
La rueda de la fortuna volvió estar en movimiento, mas no me separé de Hunter hasta que llegamos al suelo. No saben lo aliviada que me sentí cuando volví a estar sobre la tierra. Era la gloria.
— ¿Ves que no fue tan malo?
— Ni una palabra de esto —advertí.
Él rió por lo bajo y negó con la cabeza.
Emprendimos nuestro camino a su auto.
— ¿Qué te gustaría cenar? Pero ten en cuenta que yo no estoy incluido en las opciones —dijo con picardía.
— Preferiría la pizza con piña antes que a ti —y ahí se le borró la sonrisa, a lo que yo sonreí con suficiencia.
El resto de la cita transcurrió bien. Me sorprendía que se estuviera comportando como u caballero, sin embargo, de vez en cuando soltaba unas de sus bromas. Es que el chico no podía ser tan perfecto. Me sorprendí cuando preferí que fuera así.
Estaba sospechando que el hecho de que pusiera mi paciencia a prueba constantemente, ya no me parecía tan molesto. Tal vez era su forma de demostrar su interés por alguien, pero no estaba segura, solo eran suposiciones mías.
Fuimos a cenar un buen par de hamburguesas con sus respectivas milkshakes de fresas, muy deliciosas por cierto. Después de eso me llevó a casa y hasta se bajó del auto primero que yo para abrirme la puerta.
Tenía que admitir que el chico se estaba esforzando por ganarme. Sin embargo, eso estaba por verse aún. No se la pondría tan fácil. Si quería algo conmigo realmente, tenía que esforzarse.
Ya en la puerta de mi casa no estaba segura qué hacer.
Me debatía entre entrar sin más, despedirme con la mano, darle un beso en la mejilla...o los labios.
Por suerte, él tomó la decisión por ambos.
Pasó su mano por mi cintura y me atrajo hacia él, bajó su rostro y depositó un tierno beso en mi mejilla. Se apartó y me sentí extraña, como si hubiera estado esperando algo más.
— Buenas noches, Ashton.
— Buenas noches —me despedí con una sonrisa ya que por fin me llamaba por mi nombre.
Hunter se encaminó a su casa y yo entré a la mía.
— ¿Eso es todo? ¿Un simple beso en la mejilla? —cuestionaba mi mamá desde el pasillo de entrada, lo que me confirmó que estaba espinándonos—. En mis tiempos nos despedíamos con besos reales ¡No comprendo a esta juventud!
— Sin comentarios, mamá.
Y ella se fue frustrada por las escaleras.
Editado: 03.03.2021