Me planté frente a las puertas de aquella universidad. El campus era tal como se veía en las fotos, o incluso más impresionante: edificios altos y enormes que proyectaban largas sombras sobre el césped perfectamente cuidado.
Sabía que no debía estar ahí: en Prestige Hill solo permitían hombres. Pero creo que mi disfraz de Dante era lo suficientemente convincente para que nadie se diera cuenta. Llevaba el pelo corto y me había puesto maquillaje, pero solo lo justo, para lograr que mis facciones se vieran más masculinas. Lo único que me podría delatar sería mi estatura. Aunque ¿qué les impediría pensar que simplemente soy un chico bajito?
Me había inscrito online: un proceso que no fue nada sencillo, pues tuve que rellenar un montón de papeles, enviar documentos y hacer pagos. Dante estuvo acompañándome durante gran parte del papeleo para ayudarme cuando no sabía algo. Y, después de una espera de varios días, pasó: enviaron un correo confirmando la admisión de Dante en la universidad. Nuestros padres se enteraron tan pronto lo aceptaron, pues si nosotros no hubiéramos hecho el papeleo para Prestige Hill, ellos se habrían encargado. Al haberlo hecho nosotros, pudimos hacer todos los cambios necesarios: como enviar una foto mía, tomada ya con el pelo corto, en lugar de una de Dante.
En el correo de confirmación venían unas indicaciones: era necesario recoger el carnet de estudiante en la oficina de administración e instalarse en los dormitorios ese viernes, antes de que empezaran las clases el siguiente lunes. El correo daba unas indicaciones vagas de cómo llegar a esa oficina, pero el campus era tan grande que no sabía dónde empezaba y dónde acababa.
Suspiré, frustrada.
—¿Cómo se supone que encuentre la oficina de administración? Siento que estoy dentro de un laberinto —murmuré.
Miré a mi alrededor; todo estaba en silencio, ni un solo estudiante a la vista. Cuando fui a sacar mi móvil del bolsillo para comprobar la fecha, por si me había confundido de día, una limusina se detuvo cerca.
De ella bajó un hombre alto y elegante, de unos veinte años o quizá algo más. Tenía el cabello rubio, los ojos de color azul y vestía un traje blanco que parecía haber costado miles de dólares. Otro hombre, de unos cuarenta años, bajó detrás de él y lo comenzó a seguir. Llevaba gafas de sol oscuras y estaba vestido de negro: era claramente su guardaespaldas. El joven caminaba como si el lugar le perteneciera, aunque no tenía pruebas de que fuera así.
Seguramente vaya a recoger su carnet de estudiante. Sin pensarlo, empecé a seguirles; iba a ser difícil encontrar la oficina de administración si la buscaba yo sola. Me detuve brevemente por el ruido de las ruedas de mi maleta. Respiré profundamente y, decidida, cogí la maleta para llevarla entre mis brazos. Pesaba un poco: no por lo que llevaba dentro, sino la maleta en sí. Dentro de la maleta tan solo había tres cambios de ropa, que había comprado el día anterior, y un poco de maquillaje para darle un toque masculino a mis rasgos. Planeaba comprar más ropa después, pero por ahora me sentía lista para pasar desapercibida.
Manteniendo una buena distancia, los continué siguiendo, deslizándome entre estatuas y setos como una espía amateur. Cada vez que alguno de los dos miraba hacia atrás, me escondía detrás de los setos tratando de no ser vista.
Cuando entraron en el edificio principal me acerqué un poco más, conteniendo la respiración para no ser descubierta. Pero justo cuando llegamos al pasillo de la primera planta, el hombre del traje blanco se detuvo. Se giró y su mirada se clavó en la mía.
Mi mente se quedó en blanco. ¡Di algo! Piensa, piensa, piensa...
—Eh… —Intenté modular mi voz para que sonara más grave—. ¿Bonito traje?
El rubio me miró de arriba abajo, alzando una ceja. ¿En serio, Vivienne? ¿Eso es lo mejor que se te ocurre?
—¿De verdad vas a seguirme todo el día? —preguntó con un tono de burla e incredulidad.
—No te…
Antes de poder decir algo, el guardaespaldas dio un paso al frente, adoptando una postura defensiva, listo para intervenir.
Di un paso atrás. No es que me asustaran las peleas: había tomado clases de karate y judo años atrás, así que tenía conocimientos sobre cómo defenderme. Pero el guardaespaldas del rubio era tan alto y fuerte que ni siquiera podía imaginarme enfrentándolo. ¿Y ahora? Ser atacada por un hombre de por lo menos dos metros en mi primer día no estaba en mis planes…
—Tranquilo, Cameron —dijo el rubio, conteniendo una risa.
Cameron dudó, pero cumplió su orden y retrocedió, aún mirándome con desconfianza.
El joven se cruzó de brazos, acercándose a mí.
—¿Cómo te llamas? —preguntó, entrecerrando los ojos.
Me enderecé y tosí dos veces antes de responder.
—Dante. Dante Thornfield —respondí, de nuevo modulando mi voz.
El rubio me miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—Thornfield, ¿eh? He escuchado hablar de tu familia, aunque… —Hizo una pausa, desplazando la mano entre su cabeza y la mía, mostrando la diferencia de estatura que había entre nosotros. Se agachó, acercándose a mi cara mientras en la suya se formaba una leve sonrisa burlona—. No sé. No esperaba que fueras tan bajito.
Midiendo 162 centímetros no era precisamente la más alta, menos aún para ser un chico. De hecho, en comparación con él, que debía superar el metro ochenta, debía parecer minúscula. Pero no me gustaba la gente maleducada, así que no me iba a quedar callada.
—Qué gracioso. No esperaba que fueras tan maleducado —dije, cruzándome de brazos.
Él inclinó ligeramente la cabeza, frunciendo el ceño.
—No es ser maleducado, Thornfield. Solo era una observación. Sé que tu familia tiene fama de ser inteligente… Supongo que no podéis tener todo —Se encogió de hombros y extendió su mano—. Soren. Soren Montgomery.
Por un segundo, pensé en negarle el apretón de manos; odiaba el aire de superioridad que le rodeaba. Pero no podía permitirme hacer enemigos, y menos aún el primer día, así que tomé su mano y la apreté con firmeza. Por esta vez.