Los ojos del chico con el que me había chocado estaban clavados en los míos. Durante unos segundos que parecieron eternos, me observó, como si intentara descifrar algo en mi cara. No puedo quedarme aquí sin decir nada. Actúa con naturalidad, Vivienne.
—Lo siento —dije con un tono de voz grave, sonriendo torpemente—. La emoción del primer día, ya sabes.
Con un gesto de confusión, asintió.
—Está bien —respondió, casi en un murmullo. Se puso en marcha por el pasillo, alejándose poco a poco. Sin embargo, antes de continuar, se giró para lanzarme una última mirada, seria y contemplativa, antes de seguir su camino.
Mientras lo veía alejarse, una sensación extraña de déjà vu me recorrió. ¿Lo conozco de algún lado? Antes de que pudiera seguir pensando en eso, noté cómo Soren ya se dirigía hacia la oficina de administración, con Cameron siguiéndolo de cerca.
Soren me lanzó una mirada de reojo.
—¿Nunca te han dicho que no debes correr por los pasillos? —dijo Soren, arqueando una ceja. Su tono burlón provocó que frunciera el ceño mientras él entraba por la puerta, que ya estaba abierta.
Antes de que yo también entrara, eché un vistazo hacia donde el chico de cabello negro había ido, pero ya no estaba. ¿De qué me suena? Su cara me resultaba familiar, como si lo hubiera visto en algún lado. Intenté recordar, pero fue en vano. Frustrada, sacudí la cabeza y luego entré en la oficina.
Nos sentamos en las dos únicas sillas de la zona de espera que había dentro de la oficina, mientras que el guardaespaldas de Soren se quedó de pie, tan serio como siempre. El silencio llenó la sala, acompañado solo por el tic-tac rítmico del reloj de la pared. Intenté distraerme mirando la decoración que, aunque era un poco aburrida, tenía su encanto. Había algunas estanterías llenas de libros entre los que se podían ver macetas pequeñas, además de otra planta cerca de la puerta.
—Entonces, Thornfield… —Soren rompió el silencio. No me miró; su mirada estaba fija en una estantería cercana—. ¿Qué haces aquí?
Me enderecé un poco en la silla.
—Lo mismo que tú, Montgomery. ¿Carnet de estudiante? —Respondí, imitando su forma de hablar.
Soren puso los ojos en blanco y finalmente me miró.
—Me refería a qué vas a estudiar —dijo, con un aire de incredulidad, como si su pregunta hubiera sido la más obvia del mundo—. Es decir, ¿qué carrera has elegido?
—Ah, eso. —Intenté mantener la calma. Pues acláralo, listillo—. Voy a estudiar administración de empresas, ¿y tú?
Soren se quedó callado por un momento.
—Yo también —Su expresión seria y altiva dejaba claro que no estaba contento con la coincidencia.
Antes de que Soren o yo pudiéramos decir algo más, Thaddeus regresó con sus gafas casi resbalando de su nariz. Llevaba una pila de carnets de estudiante en la mano.
—¡Aquí traigo las identificaciones! —dijo con entusiasmo. Pero, antes de siquiera acercarse a nosotros, tropezó con la planta que estaba cerca de la puerta. Thaddeus se cayó al suelo y los carnets salieron volando por todas partes, como confeti en una fiesta de cumpleaños.
Me levanté de mi silla rápidamente, pero Cameron se adelantó y lo ayudó a levantarse, manteniendo una expresión seria.
—Gracias, joven —dijo Thaddeus, dejando escapar una risita nerviosa que sonaba un poco torpe pero genuina.
Me agaché para recoger los carnets esparcidos. Soren hizo lo mismo, agachándose con elegancia. Justo cuando mi mano iba a alcanzar uno de los carnets, en mi intento por ser rápida y eficiente, mi mano se deslizó sobre la suya sin querer. El contacto me tomó por sorpresa y retiré la mano tan rápido como si hubiera metido la mano en fuego. ¿En serio? ¡Con todos los carnets que hay tiene que ir a por el mismo que yo!
Soren tosió dos veces suavemente, intentando mantener una expresión neutral, pero había un leve fruncimiento en su ceño que lo traicionaba. Entonces, recogió el carnet que ambos habíamos intentado tomar. Mientras lo observaba, Soren se dio cuenta y me miró con una expresión de sorpresa que duró solo un instante, seguida de una mueca de irritación. Sin decir nada, se levantó rápidamente y se dirigió hacia otra zona de la oficina, agachándose de nuevo para recoger las identificaciones que había esparcidas por el suelo.
Cuando terminamos, Thaddeus revisó la pila de carnets que habíamos recogido y nos sonrió con aprobación.
—¡Gran trabajo, chicos! ¿Cuáles son sus nombres?
—Soren Montgomery —respondió Soren con una sonrisa confiada.
—Dante Thornfield —dije, manteniendo mi voz lo más firme posible. Eché un vistazo rápido a Soren y, en ese momento, él me miró de reojo, pero solo por una milésima de segundo.
Thaddeus buscó nuestros carnets de estudiante entre los muchos que había y, al encontrar el mío, se ajustó sus gafas, mirándolo de cerca. Entonces, me dedicó una sonrisa cálida.
—¡Dante! ¡Qué cambio! ¡Parece que la vida le ha tratado bien! —exclamó, entregándome mi carnet.
¿Cómo que cambio? Sus palabras, aunque amistosas, me dejaron confundida y sin saber qué responder.
—¿Sí? —respondí, forzando una sonrisa que delataba mi confusión y nerviosismo.
Thaddeus asintió con una sonrisa muy simpática.
—¡Y este es el suyo! —Thaddeus le entregó su identificación a Soren.
Cuando miré mi carnet, sentí un nudo en el estómago. No era la foto que había enviado; era una foto de mi hermano, de hace uno o dos años. ¿Por qué han puesto esta foto? ¿Puede ser que…? No, estoy segura de que envié la foto correcta.
Guardé el carnet rápidamente en el bolsillo. Esperaba que Soren no lo hubiera visto y, por suerte, él estaba demasiado ocupado mirando su propia foto, frunciendo el ceño como si estuviera evaluando qué tan atractivo salía. ¿Qué tanto tiene que mirar su foto? Ni aunque estuviera disfrazado de una morsa con bufanda de plumas y gorro de Navidad se vería mal…