Me quedé quieto, sintiendo como el aire entraba de a poco en la habitación. Desorientado por lo que acababa de experimentar, y cerré fuerte los ojos, sosteniendo de nuevo a mi hermana cerca de mí. Me temblaba el cuerpo, y la adrenalina me abandonaba en tandas. Había algo inusual, ese escalofrío que había sentido los últimos días se repitió, pero no quería girarme. No estaba listo para enfrentar a quien fuera que estuviera en el umbral de la puerta a mis espaldas.
Abrí los ojos para inspeccionar a Vee, si rostro volvía a tomar color poco a poco. Sus mejillas estaban levemente sonrojadas y sus manos tenían calor. Estaba asustado, casi la había perdido y sin embargo ella estaba aquí, respirando y eso hizo que el mundo se sintiera menos pesado. Intenté acomodarla un poco mejor en mí regazo, tenía soltarla y que se esfumara de mis brazos.
Y abrió los ojos. Y ya no eran pozos negros, eran sus jodidos ojos azules los que inspeccionaban mi rostro con confusión y luego con espanto absoluto.
—Está bien, estamos bien —le dije, apretándola más fuerte. No sabía que más podía decirle. Qué palabras eran las indicadas para reconfortarnos de algo tan irreal.
Y lo sentí de nuevo, el escalofrío, Pero está vez una mano pequeña y cálida apretó mi hombro, irradiaba un calor tranquilizador pero la presencia detrás de mi se sentía avasallante.
— Levántense, hay que irnos rápido... podrían volver en cualquier momento y no creo que tengamos tanta suerte como hace un rato.
La voz era dulce y absurdamente firme. Giré mi rostro lentamente y al fin pude verla, era la misma mujer del arenero y la de la universidad. Esa que tenía la sonrisa traviesa, y de cerca era mucho más hermosa y delicada, casi etérea. Mantenía una sonrisa gentil que tranquilizaba, y aún con una de sus manos en mi hombro la otra la extendía hacia Vee para ayudarla a incorporarse. Mi hermana dudó, Pero al cabo de segundos terminó aceptando la ayuda aunque yo nunca deje sostenerla y nos incorporamos juntos. La mirada de la chica sin nombre se dirigió a todos lados a nuestro al rededor y con un tono ligeramente más apresurado que antes nos volvió a insistir:—vamos, sé que tienen preguntas pero hay que salir de aquí ya mismo.
Caminamos por el pasillo como si pisáramos vidrios rotos. Vee se apoyaba en mí con cada paso, aún aturdida, aunque sus ojos ya no se perdían en la nada. Los tenía fijos en la mujer que nos guiaba, la misma que antes solo era un misterio de fondo y ahora caminaba delante nuestro con la seguridad de quien ha hecho esto mil veces.
No hablábamos. Solo el sonido de nuestros pasos y el golpeteo de nuestros corazones marcaba el ritmo. Ella avanzaba sin mirar atrás, pero no dejaba de observar cada sombra, cada rincón, con una atención que me hacía pensar que sabía exactamente qué esperar.
No entendía nada. No sabía quién era, por qué había venido o cómo había sabido lo que pasaba. Pero algo dentro de mí confiaba en ella. No por su cara bonita ni por su aire sobrenatural, sino por la forma en la que me había tocado el hombro. Firmeza y calidez. Como si me conociera. Como si estuviera ahí por mí.
—¿Quién eres? —pregunté al fin, rompiendo el silencio que se me hacía insoportable. Mi voz sonaba más áspera de lo que pretendía.
Ella se detuvo en seco. Nos miró por encima del hombro. Su rostro seguía tranquilo, pero en sus ojos había un brillo nuevo, algo que no sabía si era dolor o ternura.
—Después. Primero, salimos.
—No podemos seguir sin respuestas —insistí, apretando la mandíbula—. Mi hermana casi muere. Tú sabías que esto iba a pasar, ¿no?
Vee tironeó suavemente de mi brazo, pero no le hice caso. La mujer suspiró, se giró por completo y dio un par de pasos hacia mí. Otra vez esa presencia abrumadora. No por lo que hacía, sino por lo que era. Como si todo en ella estuviera contenido a duras penas.
—Lucas —dijo, y la forma en que pronunció mi nombre hizo que todo mi cuerpo se tensara—. Estoy aquí por ti.
No entendí. O sí. Y eso fue peor.
—¿Cómo sabes mi nombre?
No contestó enseguida. Me sostuvo la mirada con paciencia, como si esperara que yo solo encontrara la respuesta. Luego, bajó la vista hacia Vee, que seguía temblando levemente, y su expresión se suavizó.
—Te lo explicaré todo, pero no en este lugar. Esto no ha terminado, solo fue el primer movimiento.
Algo detrás de nosotros crujió. Una puerta en el fondo del pasillo se abrió sola con un chirrido seco. La mujer chasqueó la lengua, molesta.
—Ya vienen. Necesitamos movernos.
Esta vez no dudé. Volvimos a caminar, y cuando llegamos a la escalera, descendimos en silencio hasta la entrada y caminamos de prisa un par de minutos hasta haber puesto algunas calles de distancia entre la casa y nosotros La brisa de la noche me dio de lleno en la cara, y por primera vez en días, sentí que podía respirar. Vee también pareció aliviada, pero seguía aferrada a mi brazo. Había oscurecido, quién sabe cuánto tiempo habíamos estado allí.
—¿A dónde vamos? —pregunté mientras seguíamos a la mujer, que ahora caminaba con menos apuro.
—A un lugar seguro. Tu departamento. Y luego… te lo contaré todo.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué apareciste justo hoy? Te he visto, estos días merodeando. ¿Por qué te acercaste justo hoy?
Se detuvo frente a una vieja camioneta negra estacionada bajo un árbol. Abrió la puerta del acompañante y esperó a que subiera Vee. Cuando mi hermana lo hizo, ella cerró la puerta y se volvió hacia mí.
—Porque hoy fue la primera vez que pudiste verla a ella... y sobreviviste.
Me quedé helado.
—¿Quién?
—La que se llevó a tu hermana antes de que yo llegara. La que casi la consume. No era un demonio cualquiera, Lucas. Era una heralda del Vacío.
Sentí que el mundo se reducía al sonido de mi respiración.
—¿Qué carajo es eso?
—La razón por la que yo existo, mas o menos—dijo, como si eso explicara todo. Haciendo ese gestito con el hombro para restarle importancia como si fuese lo más normal.