No Soy De AquÍ

5

— No sé qué soy y para serte sincero ahora mismo ni siquiera sé quién soy —me sinceré.

Ella no se rió esta vez. Solo me miró. Con esos ojos que no sabías si te juzgaban o te comprendían. Azules de una forma preciosa. Y me detuve a observarla, a ella realmente. Pelo castaño, ojos hermosos, una nariz respingona y labios llenos y rosados. Era hermosa de forma casi imposible, las pecas salpicadas por sus mejillas solo lo acentuaban.

—No eres el elegido —respondió, al fin sacándome de la absoluta concentración que mantenía en ella.—. No de la forma en la que estás pensando. No hay profecías. No hay gloria. Hay cosas rotas, que deben mantenerse contenidas. Y tú... eres un punto de quiebre.

—¿Qué significa eso?

—Que no eres como los demás. Que nunca lo fuiste. Pero hasta ahora, estabas dormido a lo que realmente habita en ti. A lo que eres capaz de ver. De atraer. De abrir.

Mi garganta se cerró por un segundo. Me llevé la mano al pecho, como si algo en mí tratara de salir. No me gustaba lo que insinuaba. No me gustaba que se sintiera real. Como si algo en mi interior siseara y se desperezara en su presencia.

—¿Y entonces cuál es tu papel, Pagan? ¿Una niñera interdimensional?

—Soy una fractura —dijo ella, en voz tan baja que me hizo erizar la piel—. Un paréntesis en la lógica de este mundo. Aparezco cuando algo amenaza con romperlo todo. Y tú Lucas, eres ese algo.

Me levanté de golpe, haciendo ruido con la silla. Caminé por la cocina como un animal enjaulado. Sentía la sangre hervirme bajo la piel. Como si no me perteneciera.

—No puede ser —dije, entre dientes—. No puede ser que esto me esté pasando. No soy nadie. No soy especial. No tengo poderes. No tengo... nada.

—Tienes a tu hermana —respondió, señalando con la cabeza a Vee, que dormía profundamente en el sillón.

Me detuve.

—La tienes a ella —repitió—. Y eso fue suficiente para que una heralda se fijara en ustedes. Para que intentaran quebrarlos. Pero no pudieron.

Me dejé caer de nuevo en la silla, agotado. Me dolía todo el cuerpo, y aún así lo que más me pesaba era lo que no entendía. O lo que entendía y me negaba a aceptar.

—¿Por qué a ella? ¿Por qué Vee?

— Es como tú, no exactamente, pero se parecen. En la fuente de sus esencias. Hay algo milenario que los une, un mismo origen. Por eso te eligen, y a ella. Porque la amas. Porque eres vulnerable. Porque ella es un ancla. Y porque hay cosas en ti que duermen, pero que llaman la atención de cosas que no deberían oírte. Y para ella es igual.

Silencio.

Me froté la cara con ambas manos. Me ardían los ojos. El corazón me latía con violencia.

—¿Y ahora qué?

Pagan no respondió enseguida. Se levantó, caminó hasta la ventana y apartó apenas la cortina. Observó la calle unos segundos antes de hablar.

—Ahora hay que prepararte.Porque esto no terminó. Apenas empezó.

—¿Prepararme? ¿Qué soy, un soldado? Empieza a fastidiarme que hables con acertijos.

—No. Eres una grieta. Y las grietas no eligen si se abren o no. Pero pueden elegir a quién dejan pasar.

Su respuesta me dejó helado. Me dolió la cabeza. Me dolía el alma.

—¿Puedo elegir cerrar esta puerta? ¿Ignorar esto?

Pagan se giró hacia mí. Su mirada era un eco de miles de cosas rotas.

—Puedes intentarlo. Pero ya viste lo que pasa cuando se abre... y no estás listo.

Vee se movió en el sillón, murmurando algo entre sueños. Me levanté de inmediato y me acerqué a ella. La cubrí con una manta. Su respiración era tranquila.

Ella seguía aquí. Conmigo. Y por ahora, eso era todo lo que importaba.

Me di vuelta. Pagan seguía de pie, observándome como si pudiera ver todo lo que llevaba dentro.

—Mañana —dijo—. Empezamos mañana. Porque hay otros como tú. Y no todos eligen bien. Además demasiado revuelo por hoy, yo también necesito descansar.

Deje escapar un suspiro cuando la figura de Pagan desapareció por la sala. Se había ido, lo sentía. Un silencio denso ocupó su lugar, como si el aire mismo se hubiera vuelto más espeso, como si la realidad tardara en reacomodarse después de su visita. Apoyé la espalda contra la madera de la silla y cerré los ojos un segundo, forzando a mi cuerpo a relajarse. Pero era imposible. Aún sentía el zumbido de la presencia del ella retumbando en los rincones.

Mi mundo se había torcido de nuevo.

Con pasos lentos, fui hacia la ventana de la sala. Afuera, la noche seguía en calma, como si nada hubiera cambiado, como si lo ocurrido no fuera más que una alucinación. Pero no lo era. La marca en mi pecho quemaba todavía, y no era por el roce de Pagan, sino por el significado. Lo había dicho con todas las letras: era su protegido. Su deber. Su carga.

Y eso me alteraba más que cualquier amenaza.

Pasé una mano por mi rostro. No podía entender del todo lo que sentía. No era miedo. Pagan me daba miedo, claro, pero eso era secundario. Lo que me inquietaba era la forma en la que todo parecía estar fuera de mis manos. Pagan hablaba como si mi vida le perteneciera. Como si fuera una pieza más en una guerra invisible. Como si yo no tuviera elección.




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