No Soy De AquÍ

11

La sangre me subió a la cabeza. ¡Otra vez! Otra vez el tema de nuestros padres. Otra vez buscando un cierre que nunca nos habían dado. No la culpo. Pero... era demasiado.

— ¡Vee, basta! —estallé, más rápido de lo que pude pensar—. No es momento para eso. No ahora. Todo está hecho un desastre y tú...¡tú sigues aferrándote a esos dos!

Ella se quedó quieta. No lloró. No se enojó. Simplemente bajó la mirada como si mi enojo la hubiera vaciado. Me arrepentí de inmediato, pero el daño ya estaba hecho. Pagan resopló, cruzó los brazos y giró el rostro hacia Elarion.

Su mirada lo decía todo. Ella sabía algo, algo que podía destruir a Verenice. Pero no era su protegida. No podía decidir sola si decírselo o no. Entre guardianes, ese tipo de información necesitaba consentimiento. Era un pacto tácito.

Elarion, que hasta entonces había permanecido impasible, comenzó a irradiar esa energía densa que hacía vibrar el aire. No necesitaba decir nada. El silencio se volvió su lenguaje. Lo observé fruncir el ceño, sus ojos cálidos ahora se veían opacos, perturbados.

Pagan alzó una ceja, esperando. Elarion suspiró apenas, pero fue suficiente. Asintió con un leve gesto, aunque se notaba en cada fibra de su ser que deseaba proteger a Verenice del dolor que se avecinaba.

Pagan volvió su mirada hacia nosotros.

—Volvimos al lugar donde todo empezó —dijo, su voz ronca, cargada de lo que aún no decía—. Donde la heralda los acorraló por primera vez...

Verenice alzó la cabeza. Sus ojos brillaban de una forma extraña, como si supiera que lo que vendría a continuación rompería algo dentro de ella.

—No encontramos rastros de ella. Ninguno. —Pagan bajó la mirada—. Lo más probable es que su alma haya sido consumida. Que la heralda no sólo la haya poseído, sino que se haya apropiado completamente de su cuerpo.

Silencio.

Verenice no parpadeó. No reaccionó. El aire pareció detenerse.

—No... —susurró Vee.

Ella no lo gritó. No hizo un escándalo. Solo fue ese susurro. Quebrado, rasgado, tan bajo que apenas si fue un sonido. Y sin embargo, se sintió como si el universo entero se inclinara hacia su dolor.

Verenice se llevó una mano al pecho y dio un paso atrás. Su cuerpo temblaba. No dije nada. No podía. Una parte de mí quería decirle que no era cierto. Que Denisse estaba bien. Pero no podía mentirle. No ahora. No después de todo.

—Y... ¿Marco? —preguntó entonces. Su voz apenas era un hilo. —¿Mi papá?

Pagan dudó. Miró a Elarion. Fue un gesto silencioso, casi imperceptible, pero cargado de significado. Entre ellos se formó una tensión tangible. La energía crepitó en el aire como electricidad estática. El poder de Elarion se desplegó con lentitud, como si advirtiera, como si pesara las consecuencias. Se extendía hacia Verenice, intentando protegerla.

Yo di un paso hacia Pagan, colocándome detrás de ella. No sabía por qué lo hacía, pero lo sentí necesario. Como si su acto al contar la verdad pudiera generar una ruptura en nuestro mundo, y yo fuera el amortiguador.

Elarion no dijo nada, pero bajó la cabeza con resignación y asintió apenas. Pagan recibió la señal, y respiró hondo.

—Tampoco hay rastros de él. —La frase cayó como una lápida. —Desapareció la misma noche en que busqué a Lucas en el arenero. Desde entonces, no ha habido ninguna señal. Sospechamos... que podrían estar muertos ambos.

Y entonces Verenice se derrumbó.

No de forma dramática. No con gritos ni desmayos. Fue como si la vida se le escurriera del cuerpo. Como si todo su ser colapsara hacia adentro. Las lágrimas comenzaron a caer sin que hiciera ruido. Gotas gruesas, temblorosas, que no limpiaban nada, solo marcaban el camino del dolor.

La energía a su alrededor comenzó a distorsionarse. Vi las primeras grietas abrirse en el aire, finas como hilos de vidrio roto, brillando con un destello oscuro. El sonido era como un lamento contenido. Una vibración profunda que se colaba entre las paredes.

Pagan dio un paso hacia ella.

—Vee... —intentó, pero no llegó más lejos.

Una descarga oscura brotó del cuerpo de Verenice y chocó contra las palmas extendidas de Pagan. Un crujido como de huesos torcidos sonó al contacto. Pagan retrocedió, con las manos enrojecidas y la expresión de quien ha tocado el centro de una estrella moribunda.

Elarion se acercó. Pero a menos de un metro, fue detenido por el campo que rodeaba a mi hermana. Una barrera de energía oscura, pulsante, alimentada por su dolor.

—No puedo... —dijo Elarion, con voz grave. Y por primera vez, vi preocupación en sus ojos. No alarma. No lógica. Preocupación genuina. —Verenice, por favor... —murmuró, como si su voz pudiera acariciarla, pero el campo ni siquiera le permitía avanzar.

Y yo me quedé paralizado. Mis pies pegados al suelo, mis manos frías. Ella estaba al borde. Al borde de una caída que yo conocía bien. Una vez estuve allí. Cuando supe la verdad. Cuando no quedó nada más que los cuerpos de Demian y Katy.

Ella lloraba, y las grietas se multiplicaban. Por las hendiduras salían sombras. No figuras completas. Fragmentos. Humo denso que reptaba por el piso, buscando cuerpos que poseer. El mundo mismo se resentía con su dolor.




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