No Soy De AquÍ

12

El motor rugía bajo nuestros pies como un animal enjaulado. Sentí la vibración atravesar mi estómago mientras Matías maniobraba con firmeza entre las callejuelas de tierra suelta que llevaban al arenero. Había algo en el aire, una electricidad densa que no podía atribuir solo al polvo o a la emoción del momento. Más temprano en la tarde mi amigo se había encargado de llevar las motocicletas a la pista y luego pasar a buscarnos. No había chance de que nos separáramos de nuestras hermanas, así que ellas venían con nosotros en el auto.

Verenice sentada en el asiento trasero junto con Jess, se mantenía en silencio. Sus dedos jugaban nerviosamente con su chaqueta de jean, y la vi lanzar miradas inquietas por la ventana. Yo también podía sentirlo, como el aire se volvía pesado, como si cruzáramos un umbral invisible hacia algo que no era de todo nuestra realidad.

— Estamos cerca — anunció mi amigo, con la vista puesta en el frente.

Las luces del arenero eran tan artificiales que lastimaban la vista. Focos improvisados colgaban de postes desvencijados y bañaban la pista de tierra en una luz amarillenta y sucia. Alrededor del circuito, una masa apretada de cuerpos se movía como una sola criatura. Música estruendosa, gritos, risas, humo.

Por debajo de todo eso…algo más. Algo que me encendió la piel con una alarma que no podía apagar. Salté del coche apenas estacionamos. La tierra me crujió bajo las botas. Y entonces los vi. No a todos, pero sí a muchos. Caras humanas con algo que no encajaba del todo. Movimientos muy suaves, miradas que duraban demasiado, sonrisas que no llegaban a los ojos.

Demonios.

Ocupando cuerpos como si fueran traes. Y nadie parecía darse cuenta.

— Lucas… — susurró Vee a mi lado —. ¿Lo estás sintiendo también, no?

Asentí sin apartar la mirada de una mujer que se reía con la cabeza echada hacia atrás, la mandíbula apenas desencajada. Nadie se reía así, al menos nadie humano.

— No te separes de mí — le dije. Tomé su mano por reflejo y ella no se soltó. Jess avanzaba unos pasos adelante, embobada con la atmósfera del lugar. Como si todo los que nos rodeaba fuera todo parte de un show. De vez en cuando miraba hacia atrás, encontrándose con mi mirada y acompañado de una de sus sonrisitas simpáticas, se mordía el labio. Bufé internamente, sin cambiar mi expresión. Los años en ella no pasaban y sabía por Verenice que se había obsesionado en mantener su fantasía adolescente de conquistarme. Internamente me causaba gracia, e incluso ternura hasta cierto punto, pero era incómodo. Jess siempre sería la hermana pequeña de Matías, la mejor amiga de Vee. Una amiga para mí, incluso. Pero nunca nada más.

Javier apareció de la nada, sacándome del hilo de mis pensamientos, como si nos hubiera estado esperando.

— Llegaron tarde — gruñó, sin su habitual sonrisa. Sus ojos se posaron en mi hermana con una intensidad que me crispó la piel. Como si quisiera hurgar en ella con la mirada.

— ¿Cuál es el problema con eso? — pregunté en seco, poniendo a Vee ligeramente detrás de mí. Pero él me ignoró dirigiéndose a ella.

— No entiendo que hace la pequeña mimada aquí — le dijo a Verenice —. Este lugar no para ti.

Verenice retrocedió un paso, ofreciéndole una mirada dura y bufando. Matías que acababa de alcanzarnos se acercó como un rayo a ella, quitándole la atención de Javier de encima.

— ¿Cómo estás, hermano? —. Le preguntó con cierto recelo. — No esperábamos verte hoy por aquí.

Javier lo miró atentamente, y luego a mí. Algo en su mirada era distinto. No era el mismo de siempre, las pupilas le vibraban en un negro que parecía moverse con vida propia y algo en mí lo rechazaba. Como si el simple hecho de verlo me generara malestar. — Vine a verlos correr, eso hacen los amigos ¿no? — respondió sonriendo de manera extraña. No la habitual, no la misma de siempre. Esta vez había algo completamente malintencionado en eso. Y esa sensación que habitaba dentro de mí, como si me recorriera de pies a cabeza, siseaba en contra de él.

***

La carrera fue brutal. Nuestras chaquetas estaban llenas de al terra igual que nuestros cascos negros. El polvo volaba como neblina de guerra. Matías y yo estábamos sincronizados, como si nuestras motocicletas compartieran un mismo pulso. La adrenalina me invadía, sí, pero detrás de eso la incomodidad era insoportable. Cada vez que pasábamos frente a la multitud, podía sentir sus miradas. Las de los demonios, las sombras. Observando con un hambre que no tenía nombre. La pista era un circuito irregular de tierra y rocas. Cada curva era una amenaza. El polvo seguía suspendido en el aire, flotando lento sobre el crujido de los motores apagados y los murmullos excitados de la multitud. Me dolían los brazos de sostener tan fuerte el manubrio, pero no me importaba. Ganamos.

Matías bajó de su moto antes que yo, se quitó el casco con una sonrisa ladeada, la misma que usa cuando algo lo emociona de verdad, y caminó hacia mí para darme un golpe de puño en el hombro. Fuerte. Sincero.

— Lo hiciste bien, hermano — dijo, y aunque yo sabía que esa victoria había sido suya tanto como mía, algo dentro de mí se agitó al escuchar esa palabra. Hermano. La euforia me envolvía en un hao cálido que apenas podía disfrutar. Había algo en el ambiente que me hacía sentir fuera de lugar. Como si la victoria hubiese atraído una sombra más densa que la anterior.




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