ZACK
Di un paso hacia ella y al instante observé como retrocedió asustada. Quise reír, pero no era el momento para eso. Teníamos que hacer algo primero.
—¿Q-qué t-tipo de e-encargo?
En toda la conversación había sido "valiente" hasta que le dije lo último. Ahora parecía no poder dejar el miedo atrás. Era patético. Suspirando, explique:
—Iremos a una reunión y harás exactamente lo que te digo.
Tragó saliva.
—Por si no te has dado cuenta, no estoy vestida para una reunión.
Cuando terminó de hablar, mis ojos revisaron la forma en que vestía. Solo me tomo dos segundos para comprobar que la chica tenía razón. Sin embargo, eso estaba previsto.
—Por eso te traje aquí, en esa casa hay todo lo que se necesita para cambiarte.
Sus ojos se hicieron grandes mientras decía con terror:
—¿Tu q-quieres q-que entre...—se detuvo un segundo para tragar saliva—...a ese l-lugar?
—Si.
Me miro suplicando con los ojos.
—No me m-mates, p-por favor.
—Si continúas tartamudeando, creo que eso sucederá rápido.
Ella dio varios pasos atrás, y realmente estaba cansado de ser delicado. Llegando a ella, tomé su brazo mientras suplicaba porque no vendiera sus órganos al mercado negro.
—Deja de hablar, tu voz está irritándome.
—Pero...—la detuve cuando estuvimos en la entrada de la casa.
—Solo haz lo que te digo...—y solo porque me gustaba verla cagada del miedo, agregué—: O me arrepentiré de darte la oportunidad de vivir.
Eso fue suficiente para que soltará un grito y entrará rápidamente a la casa. Al saber que no iba a ver nada, a menos que encendiera la luz, apreté el interruptor. Fue cuando ella se dio cuenta de solo era una bodega de lo más inofensiva.
Supe que estaba tranquila con ese hecho, cuando la escuché susurrar:
—Es solo una bodega.
La miré a los ojos cuando me observé nuevamente, y le dije con una sonrisa:
—Sí, solo una bodega. Aquí guardo todo lo que no me sirve.
Ella tragó saliva cuando entendió la indirecta.
Sabiendo que debía darle su tiempo para cambiarse, la dejé sola con sus pensamientos de mercado negro, y por fin solo, me permití reír.
***
Veinte minutos después, la observé salir de la casa. Podía darme cuenta enseguida de su incomodidad, así que, sin querer hacerlo, tuve que preguntar:
—¿Ahora que sucede?
—Este vestido me queda muy corto.
—No lo veo, mejor da una vuelta para observarlo con más detalle.
Ella levantó su cabeza de golpe mientras me estaba matando con su mirada. Sin proponérmelo, sonreí. Lo cual hacía muy a menuda desde que esta chica se metió en mi camino. Era una extraña mezcla de chica. Y una muy confusa. Aun no entendía por qué la mirada de felicidad cuando le dije que no era mi tipo, y tampoco entendía el alivio de su cuerpo cuando le dije que no se acercará a mí.
Incluso por un segundo me hizo pensar que esa chica no estaba enamorada de mí. Pero ella había escrito esas cartas, así que era imposible que no fuera así. Estaba enamorada, y debía de hacerle entender que estaba perdiendo su tiempo aquí.
Sin embargo, su mirada de furia era divertida. Demasiado.
—Creo que no será necesario.
Su valentía había regresado.
—Pensándolo mejor, creo que si es necesario. Date la vuelta.
—¡Primero te beso, imbécil!
Alce una ceja.
—No entiendo como eso es un castigo peor.
Ella parecía nerviosa, lo cual me hizo verla con más detenidamente:
—Me refería a que, si quieres verme, es necesario al menos un beso de recompensa. Pero como sabemos que no te gusto, entonces no hay que jugar con los sentimientos de los demás. Recuerda que estoy ena...—de pronto hizo una mueca—. Eso, y no deseo que me ilusiones.
En todo su discurso nunca me vio. Parecía intentar encontrar palabras para buscar lo que intentaba decir.
—Eres extraña. Vamos.
Le tire el casco, y ella con trabajo lo tomó.
En sincronía, empezamos a caminar a la moto. Al subir primero, espere a que ella lo hiciera. Fue más dócil en ese momento, pero parecía estar susurrando tan bajo que no podía escucharla.
—¿Puedes callarte? Estas empezando a darme dolor de cabeza.
—No.
Me gire de golpe.
—¿Qué has dicho?
Ella me miró con inocencia.
—Dije: Por supuesto, ¿Por qué? ¿Qué escuchaste?
La quedé viendo unos segundos, y ella al ver que no compraba su mentira, sonrió lentamente.
Apreté los dientes:
—Agárrate fuerte. No quiero tener que explicar tu muerte.
Enseguida me abrazo, aunque nuevamente con una mueca en su rostro, y tuve que decir:
—Cualquier pensaría que me odias.
Pero como dije, eso era imposible. Volviendo a la vista enfrente, encendí la moto y fuimos directo al encuentro. Sin embargo, antes de que nos moviéramos, me pareció escuchar:
—Si supieras.
Pero obviamente estaba equivocado. Si esa chica no estaba enamorada de mí, ¿entonces por qué me mandaría esas cartas?