EILANA
Mateo era malísimo para cuidar niños. Ni siquiera su tamaño descomunal lo había salvado de los trillizos diabólicos, perdón, bebés, ya que, aunque fácilmente podrían ser llamados demonios, yo no lo decía de esa manera, porque eran niños. Y a los bebes no se le podía decir que sí. Aunque parecieran. Muchísimo.
Desde hacía tres meses, mi madre había decidido que, si yo deseaba algo material, debía de ganar el dinero duramente, y la única manera de hacerlo honestamente, era trabajando. Algo de que eso iba a formar mi carácter y hacerme vivir la experiencia de la vida adulta…y muchas cosas más, pero dejé de prestar atención en cuanto tuve su permiso. Ya que ese mismo día me había llegado la solución perfecta. La única condición que mi madre me puso cuando se enteró de mi nuevo trabajo de niñera es que debía de cumplir con todos mis deberes con la escuela. Sin excusas.
En cuanto conocí a los trillizos, entendí por completo la mirada aliviada y esperanzada que la señora Marc me había dado cuando acepté su oferta del trabajo, y también de la suma grande de dinero que había arrojado sobre mis manos vacías y desesperadas. Pensé que iba a morir en mi primer día. Los bebes, aunque tenían un año y medio de edad, habían sido brutalmente salvajes. Fue una lucha a muerte ese primer encuentro, pero gracias a que tenía una familia enorme, y más de veinte sobrinos distribuidos por el país, y que se hacía una reunión familiar sin falta en las navidades, fue que pude controlar a los pequeños esbirros del mal.
Por esa misma razón, sentía que era un castigo apropiado para Mateo. Él había sido un total cobarde cuando había escapado de Zack y me había dejado a solas con él. Bueno, está bien…su vida había sido amenazada por ese matón sanguinario, pero ni siquiera había hecho el intento de golpear a los secuaces del Anticristo. Simplemente se había resignado a que me llevarán. Darme cuenta de eso hizo que no quisiera revelar nada de lo que pasó en ese paseo en moto. Y estaba segura que en lo que duraba mi vida, nunca iba a decirlo.
Ni la misma CIA iba a poder sacar la verdad de mi boca.
Sobre todo, porque, aunque el peligro había pasado, Mateo había insistido tanto en que el acercamiento de Zack era algo muy sospechoso. No lo creía, era imposible, pero no quedaba otro remedio más que ser precavidos. Porque si yo moría, el bobo de Mateo tenía que hacerlo también. Era una ley de mejores amigos.
Bueno no lo era, pero debería de serlo.
—Nunca vuelvo hacer esto—declaró Mateo con muecas de sufrimiento mientras se masajeaba su hombro. «Que exagerado», pensé mientras soltaba una sonrisa secreta. Lo más gracioso es que sabía que Mateo no estaba mintiendo. Realmente los trillizos habían sido unos traviesos, incluso más que de costumbre. Es como si se hubieran puesto de acuerdo para darle una jugarreta al novato.
—Ahora estas perdonado—dije. Mateo hizo un sonido dando a entender que eso le había valido poco, sobre todo porque recordaba como uno de los trillizos casi le había metido un lápiz en su nariz. «Oh Mateo, que dramático eres, te hizo falta la prueba del pañal». Mi mejor amigo me conocía demasiado bien para darse cuenta de que tenía planeado una segunda visita cuando lo miré con una sonrisa angelical.
—No quiero volver a esa casa del terror.
—No volverás. No te preocupes—«A menos que te vuelva a engañar»
Mateo estaba por decirle algo más, algo que reafirmará su petición, pero no pude prestar atención a lo que dijo, mi vista se quedó en la silueta sombría y tenebrosa que estaba parada en la puerta de mi casa. Esperando. «Madre mía, Mateo había tenido razón. El anticristo venía buscando mi alma»
Zack al escuchar que nos acercábamos a mi casa, empezó a caminar hacia nosotros. Estuve a punto de correr, hacer de cuenta de que me había equivocado de casa. Pero estábamos demasiado cerca como para poder cambiar de rumbo. Así que hice lo más sabio que pude hacer, y rápidamente me coloqué detrás de Mateo. Mi compañero de aventuras parecía molestarse por ser mi escudo y me vio con el ceño fruncido.
—¿Qué se supone que estás haciendo…? —preguntó mi mejor amigo, pero al darse cuenta de que mi atención estaba enfrente, fue cuando vio a Zack—. Mierda, ¿no habías dicho que ya no iba a seguir molestándote?
—Eso creí—respondí con miedo en mi voz—. Ni siquiera recuerdo haberle hecho algo. ¿O tal vez viene por ti? —pregunté sonando esperanzada.
—No está en mi casa.
Buen punto.
—¿Qué piensas que quiere?
Mateo se encogió de hombros, pero lo que sea que fuera a decir, no lo dijo por qué Zack se detuvo delante de nosotros, y mi mejor amigo se quedó callado por el terror que le generaba el chico alto y de mirada siniestra.
—Ven conmigo—ordenó Zack, sorprendiendo a Mateo. No se me pasó desapercibida que la atención del anticristo estaba sobre mí, lo que dejaba en claro a quien le estaba ordenando que lo siguiera.
—Ella no ira a ninguna parte contigo—declaró, sorprendiéndonos a todos, sobre todo a él mismo, ya que parecía que estaba poniéndose enfrente sin importarle ser sacrificado en el proceso. «Bien, Mateo, dile que se puede perder»—. ¿Qué te traes con Eilana?
Zack lo miró con frialdad.