No Soy Ella [primera parte]

Capítulo 12


 

Mateo era malísimo para cuidar niños.

Ni siquiera su tamaño lo había salvado de los trillizos.

Desde hacía tres meses, mi madre había decidido que, si yo deseaba algo, debía de ganármelo, y la única manera de hacerlo honestamente, era trabajar.

Sin embargo, mi mamá había dicho que mientras no interfiera con la escuela, no había ningún problema. ¡Qué loco! Ni siquiera sabía lo cerca que estuve de morir por ir a la escuela precisamente. Por suerte me había quedado callado. Así que ese paseo en moto era un secreto que ni la misma CIA iba a poder sacarme.

Sobre todo, porque, aunque el peligro había pasado, Mateo había insistido tanto en que el acercamiento de Zack era algo muy sospechoso. No lo creía, pero bueno, no quedaba más que ser precavidos. Porque si yo moría, el bobo de Mateo tenía que hacerlo también.

Era una ley.

Bueno no, pero debería de serlo.

Con muecas mientras se masajeaba el hombro, dijo con dolor:

—Nunca vuelvo hacer esto.

Que exagerado.

Pero siendo sincera, Mateo no estaba mintiendo. Esos trillizos podrían ser llamados demonios, pero yo no lo decía, porque eran niños. Y a los bebes no se le podía decir que sí. Aunque parecieran.

—Ahora estas perdonado.

Hizo un sonido dando a tender que eso le había valido poco, sobre todo porque recordaba como uno de los trillizos casi le mete un lápiz en su nariz. Oh Mateo, que dramático eres.

Me miró con reproche cuando observó mi sonrisa, volvió a decir lo que venía diciendo desde hace medía hora:

—No quiero volver a esa casa del terror.

—No volverás. No te preocupes.

A menos que te vuelva a engañar.

Majuana

Estaba por decirle algo más, pero mi vista se quedó en la silueta que estaba parada en la puerta de mi casa. Esperando. Madre mía, Mateo había tenido razón.

El anticristo venía buscando mi alma.

Al escucharnos acercar, pude darme cuenta cómo empezó a caminar hacia nosotros.

Rápidamente, me coloque detrás de Mateo.

Mi compañero parecía molestarse con mi comportamiento, hasta que también lo vio.

—Mierda, ¿no habías dicho que ya no iba a seguir molestándote?

Con temor, contesté:

—Eso creí. Ni siquiera recuerdo haberle hecho algo. ¿O tal vez viene por ti?

—No está en mi casa.

Buen punto.

—¿Qué piensas que quiere?

Mateo se encogió de hombros, pero lo que sea que fuera a decir, no lo dijo por las palabras secas de Zack:

—Ven conmigo.

Ignoró de forma olímpica a Mateo, y cuando creí que mi cobarde no iba a ser nada, Mateo dijo molesto:

—Ella no ira a ninguna parte contigo, ¿Qué te traes con ella?

Zack lo miró con frialdad:

—Eso no te interesa.

—Si lo hace, ella es amiga y ahora no puede estar tranquila porque siempre la andas molestando. ¿Acaso no tienes a otras chicas que molestar? ¿O es que estas obsesionado con Eilana? —se detuvo un momento, y prosiguió con cuidado—: ¿Te gusta?

Un escalofrío recorrió mi espalda cuando escuché la última pregunta. Mateo sí que era suicida. ¿Cómo se le ocurría preguntar eso?

—He tenido mejores, pero ella es singular—fue la respuesta de Zack—. Ahora apártate.

Tome con fuerza la camisa de Mateo sin poder lo que había dicho Zack. Era singular, ¿Qué se supone que significa eso? Pero sin duda por la terquedad de llevarme con él, a quien sabe dónde, era algo muy malo ser singular.

—Vete, Zack, he dicho que ella no se ira.

El anticristo sonrió mientras se acercaba a Mateo, le dijo:

—¿Cómo harás para que eso ocurra?

Mateo no era tan indiferente al terror que generaba el anticristo. El claramente estaba asustado, se notaba por la forma en que su cuerpo temblaba. Pero su valentía hacia que estuviera ayudando a una amiga en peligro.

—Llamaré a su mamá.

O tal vez no.

¿Llamar a mi mamá? No teníamos cinco años. Además, mi madre daba miedo en las mañanas, cuando se acababa de levantar, pero, ¿ahora? No, mi madre era dócil.

La sonrisa de Zack fue enorme.

—Ella me ha dado permiso para llevármela.

Tan pronto dijo eso, mi corazón latió con fuerza.

No. Imposible de que mi madre hubiera hecho eso.

De pronto, empecé a correr para llegar al interior de mi casa. Tan pronto entré, observé a un tipo calvo que se me hacía conocido. Pero no recordaba de dónde. Fue cuando lo miré bien. Se parecía muchísimo al anticristo. De ahí el reconocimiento.

Mi entrada abrupta hizo que mi madre dejará de hablar con el tipo calvo, y se dirigiera a donde estaba. Apenas dándome oportunidad de respirar, le dije a mi madre:

—Necesito hablar contigo.

Ella no entendía mi reacción, se le notó en su rostro, pero mi expresión en pánico me hizo convencerla por completo.

—Está bien, amor, vamos a la otra habitación.

Con asentimientos rápidos, la empecé a llevar a la cocina.

Tan pronto estuvimos a salvo, le empecé a contar todo, excepto lo del viaje en moto, y como iba contando. La expresión de mi madre se volvía cada vez más asesina. De pronto, pensé que Mateo no estaba del todo encaminado. Mi madre si podía dar miedo cuando quería.

Al escuchar que la puerta se cerraba de golpe, mi madre fue directamente a la sala. Ahí nos dimos cuenta de Zack y de ese hombre calvo muy parecido a él.

Sin restricciones, mi madre preguntó:

—¿Quién es usted? ¿y se puede saber porque ha estado permitiendo que su sobrino moleste a mi hija? ¿Acaso se ha dado cuenta de que eso puede considerarse acoso? —de pronto su atención se dirigió hacia Zack—. Y usted, jovencito, ¿Qué le da el derecho de infundir miedo en mi hija?

Los dos hombres no sabían que decir, hasta que Zack, con una voz inusualmente suave, dijo:

—Señora, Eilana me gusta, y sé que no lo creerá, pero es mi forma de decir que me atrae.

—¿Acaso estamos en la primaria? Esas actitudes parecen de niños. Y hasta donde veo, no eres un niño.

Bravo, mami. Enséñale a ese loco.



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Editado: 14.07.2021

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