ZACK
El viejo había sonreído. Lo que era algo sorprendente de presenciar, pero observar esa mirada de adoración en sus ojos simplemente era insólito. A Cesar Díaz nada le causaba ternura, y, sin embargo, aquí estaba mirando a esa chica como si fuera un gatito blanco y pequeño, a él realmente le agradaba esta chica de aspecto suave y frágil.
¿Lo más hilarante de la situación? Es que Eilana ni siquiera estaba consiente de todo esto. Le tomaba la mano y lo trataba como cualquier abuelo que contaba historias en navidad, y no uno de los asesinos más despiadados que la Organización de Frederick Tomber podía tener. ¿Qué otras cosas sorprendentes iban a ver por culpa de esta chica?
—Espero que tu madre no se haya enojado por traerte a esta hora.
—Ella vino conmigo—murmuró Eilana, a la pregunta no dicha en voz alta—. Ella es muy protectora y puede ser temible cuando alguien intenta hacerme daño.
El comentario no era para mi abuelo, era para mí. Me estaba advirtiendo que no buscará a hacerle daño. Si mi abuelo, el hombre que me había enseñado a pelear y usar un arma, no hubiera estado postrado en la cama a causa del cáncer que estaba envenado sus pulmones, quizás hubiera reído. Pero no pude hacerlo, sino todo lo contrario, quería gritar o llorar por la injusticia de todo. Sin embargo, no mostré nada de eso en mi rostro, mantuve mi expresión fría. Porque yo no era alguien de sentimentalismo, hacía mucho tiempo que eso había dejado de ser, ahora estaba demasiado marcado con cicatrices que era imposible verme vulnerable a alguien más. Además de que no era ese tipo de persona.
Nunca había llorado. Ni siquiera cuando el viejo me había confesado hace unos días cual iba a ser su última petición. “Mereces algo mejor, Zack, algo más que ver sangre y muerte”, había dicho a duras penas mientras me había mirado a los ojos y con firmeza. Como si no le hubiera importado la debilidad de su cuerpo, él sabía que su petición no estaba a discusión.
Él había tomado una decisión y esperaba que lo tomará de buena manera. Lo que no pasó, y más cuando mi tío me dio la orden de abandonar el recinto y declarar delante de los demás que no era bienvenido a ser parte del negocio. Había protestado. Pero el viejo se mantuvo firme, y por lo consiguiente, mi tío acataba su orden sin dudar. Odié a mi abuelo. Aunque él decía que era por su preocupación hacía mí, eso no evitaba que me había convertido en una paría para todo el mundo. Como siempre lo había sido mi familia materna. Sin importar cuando me había esforzado por años, terminé siendo uno más de los Russo que nadie quería en la Organización.
Enojado, decepcionado y humillado. Con todo ese caos, había ido al colegio, no porqué realmente fuera a hacer de buen ciudadano sino por qué quería encontrar alguna forma de convencer a mi abuelo de retirar su orden. Pero apenas vi ese sobre rosa chillón, y simplemente lo perdí, ya que de alguna manera entendí que la persona que había escrito eso me veía accesible a recibir estúpidas cartas de amor. Como si fuera un perdedor.
Eilana no había tenido la culpa de mi enojo, pero fue el objeto de mi ira. Pensé que aterrorizándola iba a hacer que pudiera demostrarme que todavía seguía siendo suficiente para estar en el negocio. Pero solo me sentí fastidiado. Así hice un nuevo plan, supuse que, si le presentaba a una chica que le recordará a mi abuela, iba a hacer que tomará la decisión de quitar su orden. Eilana se veía lo suficiente sumisa para que pudiera hacerme hacer lo que quisiera y no protestar. Ella ya me tenía, era demasiado fácil hacerle creer algo falso.
Pero mi abuelo vio otra cosa cuando observó a Eilana. Vio la pureza.
Y aseguró que ella era la indicada para dejar el negocio. Su felicidad había sido palpable. En ese momento, había mirado al viejo como si hubiera enloquecido. ¿Cómo podía creer que esa chica podía cambiarme? O incluso pensar que por ella podía hacerme renunciar al negocio. Pero a pesar de mis intentos de decirle que “mi novia” no tenía problema con que ayudará a mi tío, mi abuelo no quitó la orden de mantenerme alejado. Es más, estaba más decidido que nunca. De que esa chica era perfecta para mí. De que ella podía ser mi arcoíris en mi tormenta. De ser mi luz en mi oscuridad. Mi debilidad.
Me negué a esa afirmación. Sin embargo, ahora al verla interactuar con el viejo, no podía dejar de observarla. La suave sonrisa, la mirada brillosa y lo armoniosa de su risa. Como si ella fuera una criatura de tanta luz que era imposible no darle algo a los demás.
Y, en consecuencia, esa persona se sentía afortunadas de tener esa paz.
Comprendí en ese momento por qué el abuelo deseaba verla con tanta desesperación antes de que partiera de este mundo. Quería tener esperanza de que ella me iba a cambiar.
No iba a pasar.
Pero podía darle la falsa ilusión de que eso fuera a suceder. O al menos eso me dije cuando observé que mi abuelo me había descubierto mirándola intensamente y que sonreía orgulloso de sí mismo. Desvié la vista molesta de que fuera fácil de engañar.
—Lo cuidarás, ¿verdad?
—¿Disculpe?
—A mi nieto—contestó mi abuelo, atrayendo mi atención, y observé que él estaba mirando a Eilana con una sonrisa preocupada—. No quiero que se meta en problemas. Eres la única que podría hacer que se vuelva alguien decente.
—Claro…—susurró Eilana, aunque era evidente de que no creía que pudiera ser quien me convirtiera en un ciudadano promedio. No era la única que pensaba de esa manera, también veía imposible esa posibilidad.