EILANA
—¿Ves? No te pasó nada—declaró mi madre apenas me vio bajar por las escaleras. Ella se había puesto cómoda en uno de los sofás y por la forma en que el tío de Zack la veía sonriente, parecía que se había hecho una nueva amiga. Asentí, dándole la razón.
Aunque de cierta manera no era así, ya que, si había pasado algo, antes de que el abuelo de Zack hubiera despertado, pero después de eso, nada. Ni siquiera un comentario amenazante cuando nos habíamos quedado solos en el pasillo. Solo silencio. Y sabía por qué. Él se había dado cuenta de que había descubierto su faceta vulnerable. A él le importaba muchísimo su abuelo y sufría por qué estaba por perderlo.
No quería decir afirmaciones, pero por su estado, parecía indicar que no le quedaban muchos días. Lo que eso estaba destruyendo al chico a mi lado.
—C-creo que es hora de irnos—indiqué cuando observé que mi madre no se estaba levantando para que nos fuéramos. Ella me conocía demasiado bien para darse cuenta enseguida que algo estaba mal y que no tenía que ver conmigo sino con la persona que habíamos venido a visitar.
—Fue un gusto conocerlo. Quizás en otro momento más adecuado pueda invitarlos a cenar a mi casa. Sería un placer recibirlos.
—Será un gusto para nosotros—contestó el tío de Zack a la invitación de mi madre.
Con una mirada a Mateo, le di a entender que era hora de irnos, y mostró una sonrisa radiante al darse cuenta de que ya podíamos abandonar el lugar.
Nuestra misión había llegado a su fin. Pensé que iba a ser un alivio, pero no fue así, sentía una opresión en el pecho, porqué quería tener unas palabras que pudieran alentar a Zack. Aun cuando había sido deliberadamente mezquino, no podía dejar de pensar en que estaba sufriendo ahora mismo, y que solo se aguantaba las ganas de llorar por nuestra presencia.
Volteé a verlo.
—Yo…—intenté decir, pero él me detuvo cuando vio mis intenciones de consolarlo.
—Es momento de que te vayas.
Siempre había tenido que Zack inhalaba y exhalaba odio, ahora me daba cuenta de que no era así. Y me sentía con ganas de consolar al chico. Me hacía recordar a mí yo de pequeña cuando había perdido a mi abuela materna. Ella siempre había jugado, aunque no había tenido las fuerzas para hacerlo, y me había hecho sentir como si fuera una hermosa criatura silvestre.
El dolor de su perdida duró por muchas semanas. No comprendía del todo que ya no iba a volverla a ver y eso me destruía cuando no la veía y hacía nuestras cosas favoritas.
No pensaba ni en sueños que Zack y su abuelo hubiera tenido una rutina parecía a la que mi abuela había compartido conmigo. Pero entendía su sufrimiento más que nadie.
Y me sentía impotente en no poder ayudarlo, como si fuera mi culpa de su dolor, aunque no fuera así.
—Es cierto, es hora de irnos—murmuré todavía con mi mirada anclada a la suya. Zack mostró una expresión fría, dura e inflexible, pero podía notar lo cristalina que estaba su mirada. La angustia y el miedo que escondían esos ojos verdosos.
—Necesitas irte, Eilana—declaró, aunque no con su tono hosco. Asentí de forma temblorosa, indecisa si era buena idea abrazarlo. Pero sabía que no era posible. Él no era de ese tipo. Me di la media vuelta para irme. Y de inmediato Zack tomó mi muñeca, la corriente eléctrica que viajó por mi brazo no fue algo normal, pero, aun así, no aparté mi mano. Alcé la mirada a Zack. Su expresión era todavía más sombría que antes—. Gracias—susurró.
La simple palabra me sorprendió.
No supe que decirle. No éramos amigos. Aunque tampoco enemigos. O eso quería creer.
—Cuando quieras—murmuré con mi mirada fija en la suya, para decirle que hablaba en serio. Zack me liberó. Y yo salí de su casa, así como de su vida.
O al menos eso había pensado en ese momento.
Zack y yo nos alejamos como si nunca nos hubiéramos encontrado nunca. Viviendo cada quien el sitio que le pertenecía. Pero, aun así, lo llegué a visualizar unas cuantas veces. Solo.
Aunque era extraño verla de esa manera, se sintió como si eso era algo que él quería.
Quizás por esa razón nunca me atrevía a acercarme para preguntarle sobre cómo estaba su abuelo, o como la estaba pasando. Pero hacerlo, significaría dejarlo entrar a mi vida.
Y no podía.
Éramos de mundo distintos. A mí no me gustaba el peligro, y él era totalmente eso. Así que dejé las cosas como estaban. Hasta que pasaron dos semanas completas. Y lo visualicé sentado en un árbol, llorando. Ni siquiera estaba destinada a encontrarlo, mi maestra de Algebra me había mandado a buscar algo en su oficina, y, sin embargo, cuando visualicé a Zack, pensé que estaba viendo cosas. Y solo por mera curiosidad, y poquito de preocupación, me acerqué lentamente a donde estaba escondido en ese árbol seco que los chicos usaban para divertirse. Ya que era el objeto de cero cuidados, ya que se veía que nunca a florecer.
Con Zack llorando, me di cuenta de que ese árbol era como él. Tan solo y destinado a no florecer. La escena era tan triste que no pude evitar cometer suicidio.
—¿Qué estás haciendo aquí? —cuestionó. No sabía si responder, era obvio por la forma de cuestionar que estaba esperando que fuera uno de sus amigos. Sin embargo, esa deducción de mi parte quedó descartada cuando continuó hablando—: Sé que estas mirándome, chica escurridiza, puedo oler tu perfume.