EILANA
El fin de semana llegó demasiado rápido. No era como si odiará salir al cine con mi mejor amigo, era solo que todavía recordaba la seguridad de Zack al decirme que iba a verme este día, sin importar qué. Suponía que por eso me ponía nerviosa cada vez que veía una chaqueta oscura por los alrededores. Como si Zack se atreviera a seguirme por todos lados.
Lo que era imposible.
—¿Qué te parece esa? —preguntó Mateo señalando a la pareja besándose en la portada. Hice una mueca de desagrado—. ¡No te gusta mi idea?
—No, no, nada de romance. Algo de acción.
—¡Y si te asustas?
—No importa—contesté de inmediato. Lo último que deseaba era recordar el beso de Zack. Entrelace mis manos debajo de mi rostro a modo de súplica. Mi madre siempre decía que tenía mirada de cachorro perdido que le hacía ser menos dura conmigo. Ahora con Mateo, iba a comprobar que tan cierta esa teoría—. Por favor, por favor, quiero ver esa. Te lo compensaré después—canturreé. Mateo negó con la cabeza exasperado, pero no de verme con una sonrisa—. ¡Tu sonrisa dice que si vamos a verla?
El suspiro que soltó Mateo me supo a victoria.
—Está bien. La próxima seré yo quien decida, ¿vale?
—¡Sí! —contesté alegré de que me hubiera salido con la mía. De emoción, lo abracé fuertemente. Con una risa, él me devolvió el abrazo, y sin más dilemas sobre que películas íbamos a ver, nos encaminamos a la taquilla. Al tener los boletos en nuestras manos, con la película que había elegido anteriormente, nos dirigimos a comprar palomitas.
Tan pronto, teníamos nuestras municiones, nos dimos cuenta de que nos hacía falta media hora para empezar. Así que nos sentamos mientras por ratos comíamos alguna que otra palomita.
—Esto es gracioso—el comentario de Mateo, hizo que lo viera.
—¿Por qué?
—No hemos entrado a la sala, pero ya nos estamos comiendo las palomitas.
No le veía nada gracioso. Las palomitas eran deliciosas.
Me encogí de hombros.
—Son riquísimas. Además, tengo hambre.
—¿Quieres que te compre un hot dogs?
¿Y que siga gastando por mí? No, ni loca. No quería abusar de Mateo, pero él había sido astuto al distraerme de la conversación que teníamos para que no me diera cuenta de cuando pagó. Él había dicho que las palomitas podía pagarlas yo, pero al tenerlas en mis manos, Mateo había sugerido que fuera a colocarle picante. Así que cuando había regresado, él había pagado. Le había dicho sus palabras de que era mi turno de pagar, pero él dijo que la próxima vez que viniéramos a pagar. No estaba convencida, pero la sonrisa relajada de él, me hizo asentir dudosa. ¿Y ahora quería comprarme más? No, no, no. Pero, tenía hambre.
Así que, con una sonrisa inocente, lo miré como si no fuera a hacer una travesura.
—No tardó, ahora regreso. Voy al baño.
Mateo me miró extrañado.
—Está bien…—respondió lentamente sin entender mi sonrisa sospechosamente inocente. Aplaudiendo mientras brincaba en mi lugar hice como si fuera al baño, pero al sentir que ya no me prestaba atención, me fui directo a donde vendían los hot dogs.
Rico. Casi podía saborearlos. Estaba por pagar por ellos, cuando al extender mi mano, otra mano pagó por mí, y al levantar la vista, observé la cara sonriente de Mateo.
—Sabía que eras una mentirosa, pero no creí que, a este grado, Eilana—toco su pecho con la palma de su mano, y dijo con una expresión de dolor dramatizado—. Me siento traicionado aquí.
Lo miré sorprendido por sus palabras. ¡Por que se sentía traicionado por qué gastará en mis propias palomitas? No entendía nada. Estaba por decir algo, pero las palabras de la chica que me atendía, interrumpió lo que iba a decir.
—Su cambio, joven—dijo ella—. Espero que disfruten de la función.
Al ver que no había otro motivo para quedarme ahí, Mateo tomó mi brazo y me llevó a varios metros de ahí. Cuando tuve las plenas facultades para hablar, intenté decirle algo a Mateo, pero sin lograrlo, ya que mi mejor amigo fue quien lo hizo primero.
—Eres una mentirosa.
—Bueno si, ¿Quién no miente?
—No tienes permitido mentirme. Somos amigos. Los amigos no se mienten.
Bueno, cuando lo decía de ese modo. Tal vez, él tenía razón.
—Es que tenía hambre...—respondió. Mateo me detuvo de continuar hablando.
—Me hubieras dicho que querías algo de comer y te lo hubiera comprando sin problemas. Tengo el suficiente dinero para los dos.
Le creía. ¡Pero por qué hacerlo? No es como si esto fuera realmente una cita, yo tenía que pagar lo mío.
—Pero tengo dinero, puedo gastarlo por mí misma.
—Y yo soy tu amigo, puedo cubrirlo. Además, no te preocupes por esa trivialidad, ya está empezando la película.
Un momento después, la discusión que teníamos se vio olvidada al tener las palomitas en mi mano y con una carcajada de parte de Mateo, me colocaba una de ellas en la boca.