ZACK
—De ahora en adelante, puedes colocarle un poco de música para que no se asusten con cualquier ruido—señalé mientras veía a los trillizos dormidos en sus camas y encendía una pequeña melodía suave y baja.
Ellos ni siquiera se movieron, continuaron durmiendo pacíficamente como si fueran unos verdaderos ángeles en vez de ser los manipuladores que había conocido en estas tres horas.
—¿Cómo sabes tanto sobre bebés?
Al oír su sorpresa y cierta acusación, volteé a ver a Eilana. Su expresión me hizo querer reírme. No lo hice, por supuesto, todavía me quedaba un poco de control sobre mí mismo.
—A veces cuido a mis sobrinos.
—Vaya, eso no me lo esperaba…—
—¿Y qué te esperabas?
—No lo sé, alguna otra cosa y no una imagen de ti cargando bebés—me miró con una sonrisa brillante—. Es solo una gran sorpresa nada más.
Verla de esa manera me hizo querer volver a besarla. El deseo de hacerlo era tan fuerte que fue difícil de resistirme. Eso me preocupó, ya que nunca me había detenido a hacer lo que quería hacer y sin embargo lo estaba haciendo. Mi corazón empezó a latir con fuerza.
—No fue gran cosa—comenté mientras desviaba la vista. Esperando que mi corazón volviera a su ritmo normal, pero Eilana tocó mi brazo y eso hizo que fuera imposible que se calmará.
—Te equivocas. Es una gran cosa. Mateo no pudo cuidarlos.
Oírla decir lo último me hizo sentir en conflicto. Estaba fuertemente indignado de ser comparado con ese imbécil cobarde, y al mismo tiempo, me hacía sentir orgulloso de mí mismo por ganarme el respeto de Eilana. Maldita sea, estaba peor de lo que pensaba.
El recuerdo de nuestro tercer beso cruzó nuevamente en mi mente, ni siquiera sorprendiéndome a mí mismo de haberlo hecho. Me había estado pasando a todas horas desde que había sucedido. Por alguna razón que no entendía, me era difícil olvidarlo.
Quizás por qué se había sentido como algo más. Una verdadera entrega entre ambos. Y ansiaba, necesitaba, más de eso. Por eso había insistido en ayudar a Eilana en su trabajo.
Lo peor no era solamente desear besarla todo el tiempo, era querer estar solamente con ella. Así sea hablando, solo pasando el rato. Solo por el simple gusto de hacerlo.
Fue extraño.
Pero estaba acostumbrado a sentirme de esa manera en su presencia, así que había dejado de preocuparme de esos detalles insignificantes.
—¿Zack? —llamó la chica enfrente de mí, y dándome una expresión de lo más preocupada y tan tierna que verla dolía demasiado. Como si fuera demasiado hermosa y pura.
Puta madre.
—Creo que deberíamos de salir—susurré cuando uno de los trillizos se movió por culpa de nuestras voces.
—Claro.
Eilana se dio la media vuelta para salir, lo que me dio el tiempo para ordenar mis pensamientos de forma rápida. No podía mentirme. Eilana me estaba cambiando, y no entendía como estaba pasando. Pero tenía que aceptarlo.
Yo no era un cobarde. No sabía si las palabras escritas de mi abuelo eran ciertas, pero no por eso no dejaron de cobrar fuerza conforme más tiempo pasará con Eilana.
Ella no lo había sabia, por qué así lo había querido, pero en esa carta, había un párrafo dirigido hablando sobre ella y yo juntos. Y hacía que toda la situación con esta chica se sintiera más desconcertante. Más abrumadoras.
Al salir de la habitación de los trillizos, un silencio se hizo en el pasillo. Sobre todo, por qué Eilana no dejaba de mirarme, ella buscaba una forma de despedirme, pero no se atrevía a decir las palabras en voz alta. Quizás por que realmente no quería que me fuera.
Eso me motivo a avanzar. Ella empezó a retroceder hasta que chocó con la pared.
—Creo que es mejor ir a la sala—comenzó a decir cuando vio que colocaba mis manos a cada lado de su rostro, encerrándola de nuevo, como en el colegio. En vez de alzar la mirada, como estaba preparado, ella observó con una intensidad mis labios, como si se estuviera preparando para ser besada de nuevo—. No creo que tarde la señora…—se detuvo cuando llevé mi mano a su mejilla y la hice que me viera a los ojos.
Eilana lo hizo.
Quedé paralizado al instante. No merecía que alguien me viera como ella lo estaba haciendo. No cuando la había intimidado en el pasado. No cuando ansiaba profanarla con mi oscuridad. Ella merecía ser protegida.
Eilana tragó saliva cuando nuestra cercanía se hizo cada vez más corta.
—No puedes seguir escapando—susurré sobre sus labios, aunque por mi vida, no supe si el mensaje iba dirigido a ella o a mí mismo. ¿Importaba? Creo que no —. No importa cuánto corras, esto que siempre no se detendrá. Nunca.
Al ver que su respiración se agitaba sin control y pude notar que la vena en su cuello latía con rapidez. Sin embargo, no era miedo lo que sentía.
Sabía que sus mentiras de superarme y más, solo eran eso, mentiras. Eilana aún seguía enamorada de mí. Y era curioso, pero desde que nos besamos, la perspectiva de eso ya no me molestaba. Todo lo contrario. Me encontraba extasiado de que fuera así.