Algo en su mirada, hizo que sintiera miedo.
Sin embargo, se guardó sus preocupaciones al observar como su gatita se acurrucaba en su cuerpo, y la inquietud que había sentido segundos antes, simplemente se desvanecía como por arte de magia.
Sabía que debía alejarme antes de que esto que sentía por ella se incrementará, pero no quería. Ni deseaba hacerlo. Mi chica estaba tan impregnada en mí, que ni siquiera podía pensar en un futuro sin ella.
Sabía que estaba perdiendo el control, sabía eso, pero no la dejé de abrazar.
Al ver que atardecía, la llevé a su habitación. Todo el trayecto fue silencioso, y, sin embargo, estaba lleno de tranquilidad. La sonrisa de ella, me hacía sonreír con sinceridad; algo que no había creído que fuera posible, hasta que había conocido a mi chica escurridiza.
En un momento antes de que abriera la puerta de su dormitorio, no pude evitar acercarme a ella. Su olor a flores me llegó enseguida, y sin poder contenerme, me acerqué a ella hasta tenerla pegada a la pared y con mis labios muy cerca de su oído.
En un tono suave, extrañamente ronco, le susurré con verdad:
—Sé que no soy el novio perfecto. —ella empezó a negar con la cabeza, pero no dejé que hablará, solo continué—: Incluso sé que no soy el chico adecuado para ti. Mereces alguien mejor. Alguien menos intimidante, pero no puedo verte con alguien más que conmigo. Eres muy importante para mí, gatita. No tienes idea de cuánto.
Ella se quedó callada. Sin embargo, no me importo.
—Buenas noches, cariño.
Y con ternura, inexplicablemente extraña para mí, le tome su rostro y alce su rostro para que me viera. Sus ojos estaban brillosos, y supe que la conversación que habíamos tenido a un estaba en su mente.
Con lentitud, bajé mis labios hasta los suyos para besarla. Su boca estaba temblorosa, pero al sentir que no estaba siendo agresivo, se tranquilizó para después devolverme el beso con timidez.
No quería tomar más de lo que me daba, pero al miedo que había sentido hace unas horas cuando ella se había levantado, simplemente hizo que le mostrará un poco más. Necesitaba hacerle comprender.
Esta sensación era nueva. No quería estropear nada. Estaba dejando que la negrura de su alma se convirtiera en luz por ella, y para ella. Pero sentía que era imposible.
Sobre todo, porque había golpeado a ese imbécil de la fiesta; aunque sentía que era justo, no debía de hacerlo. Por el bien de mi chica. Sin embargo, todo el control de no hacer más caos a esta nueva vida, se fue al carajo al ver lo que hacía ese hijo de puta.
No quise hacer caso a la advertencia de un borracho, pero al ver que después de dos días, lo observé mirándonos, tanto a mi chica como a mí, sentí que la sed de sangre estaba resurgiendo de nuevo. Y lo hice. Después de ver como ese mismo día, me interceptó.
Creyó que podía manejarme. Creyó que era otro tipo de niño simplón. Pero él no sabía nada de mí. No era uno de los que se podía controlar, y que la única que me mantenía a raya era la chica que estaba en mis brazos en ese momento.
Pero, se acabó, pensé mientras incrementaba el beso. Si ese imbécil tenía un poco de inteligencia no era nada, o pronto descubriría porque me temían todos. Sin embargo, no quería caer en ese pozo oscuro. No quería, y no debía.
Así que, por eso, mis siguientes palabras sin aliento, susurré una promesa:
—No dejaré que nadie te haga daño—. Ni siquiera yo mismo, terminé para mí.
Después de unas palabras de despedida, me despedí de ella con un beso, y cuando el clic de la puerta al cerrarse se escuchó, simplemente me quedé mirando la puerta de adelante.
—Te amo, chica escurridiza.
Y negando mientras sonreía por aceptar la verdad, me alejé silbando.
Pero todo mi buen humor se arruinó cuando observe al jodido Mateo. No parecía con intención de venir a verla, y por la dirección en que iba, se veía que solo estaba pasando. Sin embargo, eso no evitó que sintiera enojo por la vista. Y aunque deseaba molerlo a golpes por las miradas que él le daba a mi gatita, también sabía que ella lo quería. Pero solo como amigo, y aunque por la mirada de él al verme, no nos tolerábamos, también sabíamos que teníamos que soportarnos.
—¿Vienes a verla?
Lo miré sin emoción. Tenía intención de decirle que no era nadie para interrogarme, pero como había dicho, este era el amigo de Eilana, y tenía que tolerarlo.
Aun cuando hiciera preguntas estúpidas.
—Si.
Asintió.
Desde que Eilana y yo nos habíamos hecho novios, ninguna sola vez nos habíamos visto. A solas. Sobre todo, porque mayormente me prepara para la universidad y porque estaba probando todo esto de la relación con mi gatita. Ahora aquí estábamos, mirándonos sin temor a herir el corazón de mi chica escurridiza.
Después de varios segundos en silencio, comentó:
—Mentiste.
Alce una ceja sin comprender.
—No te leo la mente, Mateo. Así que es mejor que te expliques. ¿En qué te he mentido si nosotros ni siquiera hablamos entre nosotros?
Al recordar la llamada de él sobre donde estaba ubicada Eilana, y que había ido para rescatarla. Con la ayuda de este tipo, había decidido darle una oportunidad de acercamiento. No quería, pero estaba en la vida de mi gatita. Sin embargo, todo “amabilidad” que estaba dispuesto a dar, se fue al carajo al verlo como la miraba en esa cama de hospital.
No era idiota. Puede que Eilana no se hubiera dado cuenta, pero él si lo había hecho. Ese chico amaba a mi chica, y no como un amigo. Había tenido la sospechado que deseaba algo más con esa “cita”, pero toda duda quedó borrada ese día del hospital. Claro que también podía ser que no se hubiera dado cuenta, después de todo, ese día solo me había estado mirando a mí.
Ese recordatorio, liberó la guardia que tenía.
—Hace meses nos observaste llegar a su casa, y cuando te pregunté si te gustaba, dijiste que no. Incluso hiciste un comentario sobre que había chicas mejores. Sin embargo, aquí estás. De novio con la chica singular.
Editado: 29.05.2024