EILANA
Siempre supe que había muchas cosas que se me escapaban del mundo.
Mi madre me dijo que yo era una criatura inocente y que debía de protegerme de las cosas malas. Eso me lo dijo cuando tenía cinco años. Así que era normal que lo dijera. Por lo tanto, no me preocupé que eso sucediera conforme fui creciendo. Pues tenía a mi madre cuidándome.
Creí que era normal no experimentar ciertas cosas. Muchas chicas no lo hacían, ¿así que por qué tenía que hacerlas yo? Como el primer beso, por ejemplo, o el primer amor. Yo...realmente no me sentía con ganas de eso. Ni siquiera en salir a citas. Las visualizaba aburridas. ¿A qué persona le gustaba estar mirando a otra por largas horas y con expresión ridícula? Simplemente no lo entendía. Ni le veía el sentido.
Hasta que Zack se metió a la fuerza en mi mundo feliz.
De pronto, las cosas que yo creía que eran importantes, dejaron de importar. Y las cosas que pensaban que era aburridas e incluso ridículas, empezaron a gustarme. Lo supe en ese momento. No tenía que tener a mi madre a mi lado para darme cuenta de que estaba creciendo. De que estaba dejando de ser «inocente», y empezaba a madurar. O eso había pensado hasta que Zack volvió a decir que no hacía ciertas cosas conmigo para protegerme. Qué se alejaba para no hacerlo.
Eso no tenía ningún sentido. Me sentí confundida y frustrada. Yo ya no era una niña, pero aun así sentía que me trataban como a una. Yo no lo era. Era una chica que deseaba que la amarán como a todos. Era la chica que pedía a gritos que dejarán de cuidarla tanto.
Yo quería avanzar.
De ese modo, dejé el miedo que podía provocarme algo, y lo enfrenté.
Si de algo había demostrado a los demás es que ya no era la misma Eilana de hace meses, ahora era una muy distinta. Era más fuerte, y yo deseaba algo más. Quería que Zack no huyera de mí.
Quería que me dejará entrar en su mundo. Qué se entregará a mí.
Está noche, por fin lo hizo.
Estaba segura de qué si me veía en el espejo, podía ver mi sonrisa soñadora. Pues no era para menos. Nunca había pensado que esta experiencia, tan ajena a mí, hubiera sido especial.
Muy, muy especial.
Los labios de mi novio acariciaron mi cuello mientras su brazo estaba acomodado sobre mi cintura. Intenté pensar en cosas puras, como antes lo hacía, pero era imposible cuando Zack se encontraba sin ropa detrás de mí. Sentí que mi rostro volvía a ruborizarse por darme cuenta de lo que había hecho. De lo que me había atrevido hacer.
Recordé que no había sido algo doloroso, al contrario, se había sentido bien. Demasiado bien. Fantástico, en realidad. No sabía cómo procesar ese conocimiento. ¿Era posible volver hacerlo?
¿Zack se enojaría si le pidiera que lo hiciéramos de nuevo?
Deseaba sentirlo nuevamente. «¿Qué me está pasando?»
De pronto, sentí mi rostro ardiendo. Para que mi novio no viera lo que estaba pensando, cubrí mi rostro con la sabana que nos envolvían.
—No hagas eso—pidió Zack, en mi oído—, quiero verte.
Ese susurró, después de lo que habíamos hecho, me estremeció por completo.
—¿Tienes frío? —preguntó, acercándose más a mi cuerpo. «Ay señor mío, ¿era posible de morir de rubor?»—, ¿así está mejor?
—Si—pronuncié en voz muy baja.
De esa manera, continuó besando besado mi cuello. Intenté no hacer ningún ruido, pero cuando chupo el lóbulo de mi oreja, no pude evitar gemir. «Por todos los dioses, ¿Por qué tenía que sentir tanto? Eso era tan injusto», pensé cuando sentí que su mano, la que se encontraba por mi cintura, se alejaba cuando me escuchó, no obstante, no fue para quitarla, fue para viajar a otro lado.
Más abajo, para ser precisos.
En un santiamén esa pulsación que sentía entre mis piernas, se intensificó. Por extraño que pareciera, dolía. Quería con desesperación algo que quitará el cosquilleo. Lo empeoró cuando recordé lo que Zack me había hecho con su boca.
—Yo...quiero—intenté decir a mi novio. Sin embargo, por más que lo intenté no pude decir lo que realmente quería. Mi gemido crudo resonó por la habitación cuando sentí las manos de Zack bajando, y bajando.
Mi respiración casi se detuvo cuando lo sentí tocar justo ahí.
—Oh amor—murmuró en mi oído, con una voz extraña.
El movimiento de su dedo se incrementó, y mi cuerpo, empezó a moverse sin poder evitarlo. «Buscando...». Intenté duramente no gritar de la frustración, pero sentía que me hacía falta algo.
—Zack, necesito...—supliqué.
Abrí mis ojos y lo miré. Intentando que viera lo mucho que quería...
Con un gemido grave, Zack me recostó en la cama.
Abrió mis piernas y...
Sentirlo de nuevo, fue un alivio a la quemazón que sentía. Sabía que debía de irme. Tenía clases al día siguiente, pero mi novio empezó a moverse, y se me olvido todo.
Incluso mi propio nombre.
(...)
Tenía mucho, pero mucho sueño.
Lo único que evitaba en no caer mi rostro sobre mi emparedado era mi mano sujetando mi rostro. Apreté mis ojos y mi boca para evitar que un bostezo saliera. Por unos segundos lo conseguí, pero después vino otro, y no pude evitarlo.
Sam, enfrente de mí, alzó una ceja.
Desvié la vista. Intentando aparentar normalidad.
Mi rubor se extendió sobre mi rostro al recordar la razón de mi desvelo, y con una mirada alrededor, observé a los del comedor. Esperando que alguien dijera en voz alta lo que yo había estado haciendo en la habitación de Zack. Pero nada de eso sucedió. Para mi suerte, nadie me prestaba atención, solo Samanta.
No me pasó desapercibido las ojeras que adornaban sus ojos.
—No dormiste bien—comenté. Intentando hacer conversación.
Editado: 29.05.2024