No Soy Él[segunda Parte]

Capítulo 29

ZACK

Podía ver que estaba dolida, pero, sobre todo, furiosa.

—Deberías de soltar todo lo que quieres decir, dicen que hablar ayuda—comenté, al verla caminar de un lado para el otro en mi dormitorio. Ella parecía a punto de explotar.

—Mateo es un idiota—espeto con los dientes apretado. Sus manos estaban convertidos en puños, y todo su cuerpo temblaba de ira. Cuando la vi a punto de llorar creí que estaba triste, pero ahora creía que las lágrimas eran de coraje.

—Lo es—secundé.

—Y cree que tiene razón, pero no la tiene—declaró furiosa.

—Eso es correcto.

Ella dio un pisotón y gruñó enfurecida. Parecía peligroso acercarse, por lo tanto, tuve una precavida distancia. Sentado en mi cama, la vi volver a caminar. Además, no estaba aquí para decirle lo hermosa que se veía enojada, estaba aquí como apoyo. Ella obviamente quería a alguien de su lado. Y yo era su novio, así que era evidente de quien tenía que tener ese papel.

—¿Sabes? —me miró, y me quedé estático—, él buscó molestarme a propósito para no enfrentar lo que en verdad siente por Sam, y es tan tonto para no verlo.

—Es estúpido, amor, eso siempre lo he sabido.

Mi novia gruño de nuevo, y continuó caminando por el dormitorio. Intenté duramente no reírme, pero maldita sea, se veía demasiado linda toda furiosa.

El recuerdo de nuestra primera noche juntos, hizo cosas a mi cuerpo. Quizás ser un buen novio, pero me sentía como un maldito alcohólico cuando le da a probar alcohol después de un tiempo de no haber tomado ninguna gota. Me sentía ansioso.

El control que había tenido, ahora se había pulverizado.

No quedaba nada de nada.

Sin embargo, ella no estaba en plan de besos y caricias. Mi gatita estaba en plan de rasguñar, morder y gritar. «Puta madre, ¿Por qué tenía que haberla imaginado así?», pensé mientras buscaba una almohada y la colocaba sobre mi regazo.

—¿Crees que soy mala amiga? —cuestionó en voz baja, deteniéndose.

La miré.

—¿Qué? No, claro que no.

—Es que, en vez de apoyarlo, le grité, Zack—respondió, con la culpa sonando en su voz—, eso es muy malo. No debería de haber hecho eso.

Fruncí el ceño.

—No debes de sentir culpa, Mateo se merecía que lo pusieran en su lugar.

—¿En serio? —titubeó.

Asentí.

—Por supuesto.

Ella se quedó pensativa y poco a poco sonrió.

—Gracias—dijo, mirándome.

No debía, era una mala idea, pero le tendí mi mano.

—Ven conmigo—pedí.

Mi novia se ruborizó, pero no objeto, caminó hacía a mí. Se ajustó a mis brazos cuando la abrace. Sin embargo, no estaba lo suficiente cerca.

—¿Qué haces? —preguntó, cuando me vio colocarla en mi regazo. Llevé mi mano a su cuello, y la hice alzar su rostro para que me viera. Ella dejó caer la sonrisa, y miró mis labios.

Su rostro se suavizó.

—Hacer que te olvides por un momento de ese idiota—susurré cerca de sus labios, y ella sonrió con dulzura. No sabía porque tenía tanto poder sobre mí, pero lo hacía.

—¿Y es necesario estar tan cerca?

—Si—respondí, acercándome a sus labios. Ella respondió enseguida al sentir el toque de mis labios. Intentando ser suave, pero no fue posible, deseaba corromper más a mi novia. Deseaba hacerla delirar más. Quería enseñarle los placeres que traía la oscuridad.

Cuando la recosté en mi cama, ella me besó con necesidad.

 

(...)

 

En la mañana siguiente, salí de mi dormitorio con un claro propósito.

Hablar con Mateo.

No deseaba hacerlo, pero tenía qué.

Cuando salió de su salón y me vio, esperé que ignorará mi presencia. Pero no fue así.

Su expresión se endureció.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Creo que es evidente—respondí—, vengo hablar contigo.

—No tengo nada de qué hablar.

—Te equivocas.

Él no parecía convencido con lo que decía, pero pronto iba a saber a qué me refería.

—Sígueme—indicó. No me gustaba seguir a nadie, pero iba a ser mi muestra de tregua. Mateo me dirigió a un aula vacía. Un lugar perfecto para conversar. Sin embargo, me di cuenta por su expresión cuando se dio la vuelta de que no tenía planes de hacerlo. Quería herirme.

No detuve el golpe. Dejé que tuviera el primer golpe. Con mi mirada en él, di un paso atrás mientras me limpiaba el rastro de sangre.

Lo miré serio.

—¿Has terminado?

—Aun no—respondió, dio otro paso adelante, intentando golpearme, pero esta vez, la cortesía se había acabado. Esquivé sus golpes y golpe su estómago. No tan duro, pero lo suficiente para hacerlo jadear por aire. Con rapidez, tomé su puño y lo retorcí mientras hacía una palanca, y llevaba su brazo hacia su espalda. La inercia hizo que cayera de rodillas. Con mi mano libre tomé su nuca, obligándolo a bajar la mirada. A rendirse.

—Suéltame—espeto.

—No, pienso hablar contigo primero, Mateo—dije, reteniéndolo con la fuerza necesaria—, contrario a lo que piensas de mí, yo quiero que está maldita lucha terminé. No puede continuar de esta manera. Debes de rendirte.

—¿Por qué me pides eso? —siseó, con dolor al sentir la presión en su brazo—, si es más que evidente que has ganado.

Retorcí más su mano, para que viera que tanto dolor podía darle si me provocaba. Su gruñido fue mi recompensa. A pesar de que estuviera dominando este juego, no había venido a pelear, había venido con el claro propósito de conversar.

—Estás haciendo sufrir a Eilana por tus estupideces—reclamé—, deja de creer que eres mejor que yo. No lo eres.

—Soy mejor que tú—soltó, gimiendo de dolor cuando apreté un poco más—, Ella no sabe lo que yo sé. Si lo supiera, entonces correría.

—¿Y qué es lo que sabes, Mateo? —cuestioné—, ¿Cuál crees que es mi pecado para no poder estar con ella?




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