- ¡¿Qué harapos traes puestos?! - La voz de la señora Choi se escuchó por toda la casa. Beomgyu se limitó a quedarse parado en la puerta, pues sus ropas estaban llenas de barro y temía ensuciar el brillante piso recién lustrado por su madre.
- M-Me caí a un pantano. - Acomodó la mochila que colgaba de sus hombros, mirando con incomodidad a la mujer mientras temblaba. - Mamá, ¿puedo...?
- ¡¿Te has estado saltando las clases de nuevo?! - El menor presionó sus labios, notando que sería mejor guardar silencio. - ¿Por qué lo haces? ¿Por qué te encanta meterte en problemas? ¡¿Hay algo más que debas decirme?! - El muchacho aclaró su garganta, buscando algo en su bolsillo, extendiéndole su teléfono móvil a su madre luego.
- Esto... creo que está roto.
- ¡Es el tercero que te compramos en el año, Choi Beomgyu! - Gritó, a punto del colapso. - ¡No creas que te compraremos otro! ¡Desde ahora te las arreglarás tú mismo! - La mujer le dio la espalda, farfullando. - ¿Por qué no puedes ser más como tu hermano? - Beomgyu sintió su corazón encogerse, sobresaltándose cuando su madre volvió a girarse, mirándole con ojos furiosos. - ¡Ni te atrevas a cruzar la puerta con esas pintas!
- Pero, mamá...
- ¡La casa está reluciente! ¡Te quedas afuera hasta que tus ropas se sequen o hasta que alguien se apiade de tu apariencia de mendigo y te arroje algo limpio! - Y sin más preámbulos, ella avanzó la distancia que lo separaba de su hijo para darle un leve empujón hacia atrás y cerrarle la puerta en la cara.
Beomgyu tensó la mandíbula, intentando encender su teléfono para que alguien lo socorriera. No obstante, al no tener una respuesta favorable del aparato, terminó tirándolo al piso, estrellándolo de tal forma que terminó roto en pedazos.
De todas formas no tenía arreglo.
Se sentó en el césped, abrazándose a sí mismo. Su cuerpo no dejaba de temblar y tenía deseos de llorar de impotencia debido a las palabras de su madre. Las lágrimas no tardaron en escurrir por sus ojos debido al enfado y las secó con brusquedad, intentando tranquilizarse. Esperaba que su padre llegara antes de que anocheciera, al menos él podría compadecerse un poco de su hijo menor.
- Dios mío, Beomgyu. - Esa era la voz que menos quería escuchar. Unos pasos se apresuraron hacia él y suspiró con rendición cuando unas blancas y brillantes zapatillas deportivas aparecieron en su campo de visión. - ¿Qué te ha pasado? - La voz de Soobin, dulce y gentil, denotó la más clara de las preocupaciones.
Beomgyu hubiese deseado que su madre le hablara así alguna vez en su vida.
- Me caí...
- ¿Pero cómo te has hecho esto? ¿Por qué estás aquí afuera? ¡Beomgyu, te podría dar hasta hipotermia!
- Estoy bien, hyung. - Soltó las palabras con recelo; odiaba el corazón bondadoso de su tonto hermano mayor.
- ¿Por qué estás aquí afuera? - Insistió el de cabellos morados.
- Mamá no me ha dejado entrar.
- ¿Qué? - Soobin simplemente no podía creerlo. - ¿Por qué no me llamas-? - Sus palabras se cortaron al descubrir el celular de su hermano menor hecho añicos.
- Estaba malo. - Beomgyu sorbió por la nariz, sintiendo que incluso esta tenía lodo. - Mamá dijo que no me compraría otro.
El mayor suspiró, negando con la cabeza. Quiso recriminarle a su hermano el ser un descuidado, quiso preguntarle qué había sucedido realmente para que terminara de esa forma, mas siendo consciente de su estado y su nulo deseo de hablar al momento, se limitó a tomar su brazo y jalar de él, levantándolo.
- Haremos esto... - Abrió su bolso deportivo, sacando una toalla para envolver al menor. - Abriré la puerta, te quitarás los zapatos y correrás al segundo piso, ¿vale? Yo me encargo de mamá. - Le aseguró.
Y eso hizo. Beomgyu subió con recelo los peldaños, escuchando cómo desde la cocina su madre saludaba cariñosamente a su hermano mayor.
Su cuerpo se sintió magullado bajo el agua tibia, pero agradeció el entrar en calor incluso si su cuerpo dolía. Con cierto alivio, arrastró sus pies hacia su habitación, desplomándose pesadamente en su cama. A ciegas buscó su teléfono, queriendo comunicarse con su amigo, y estuvo a punto de golpear su cabeza contra la pared al recordar lo que había pasado.
No era un buen día para Beomgyu. Nunca sería un buen día para Beomgyu.
- ¿Gyu? - Soobin golpeó la puerta, asomándose por esta para encontrarse a su hermano menor medio moribundo en la cama. - Beomgyu...
- Quiero estar solo. - Cubrió su rostro con una almohada, presionándola contra sí.
La muerte no parecía mala idea.
- Te dejaré solo, Beomgyu. - Aseguró, entrando a su habitación. Beomgyu suspiró ante lo contradictorias que eran sus palabras con sus acciones. - He encontrado mi viejo celular, pensé que podría servirte hasta que tengas uno nuevo. - Por fin captó la atención del pequeño, quien alejó la almohada para voltear a verlo. - No estás obligado a usarlo, ¿sí? Pero lo dejaré aquí por si te interesa. - Y dejándolo sobre el escritorio, se retiró silenciosamente sin agregar más.
Beomgyu se estiró en su cama, pensativo. Mirando inquisitivamente el aparato, terminó por ir a buscarlo para luego dejarse caer nuevamente en su colchón. Conectó el cargador, enchufándolo. Después de todo, ¿qué otra opción tenía? El celular de su hermano era mucho mejor que estar incomunicado. Además, el teléfono no era tan viejo, Beomgyu estaba seguro de que Soobin lo había cambiado hace poco más de un mes.
Pero, ¿por qué lo había cambiado? Soobin no era alguien quisquilloso en cuanto a tecnología, poco le importaba obtener el último modelo de celular. Sobre todo, lo que le resultaba más extraño era que el mayor ni siquiera había conservado su viejo número. Él simplemente había llegado un día con un celular nuevo y Beomgyu hasta el momento había creído que él había perdido el anterior. Mas no fue así. ¿Y entonces qué?
Revisó la memoria, encontrándola completamente vacía; Soobin se había dado el trabajo de borrar todo por sí mismo. Descargó KakaoTalk, asegurándose de ser capaz de hablar como mínimo con su mejor amigo, y apenas el número conectó con la aplicación, el celular casi escapó de sus manos por el susto que le provocaron todas las notificaciones que saltaron a la pantalla. Frunció el ceño, notando cómo varios contactos desconocidos (los cuales llevaban por foto de perfil mayoritariamente chicas) saludaban y hacían preguntas llenas de emoticones bastante empalagosos.