No soy una Damisela en Apuros

Capítulo 4. Si la doncella se encuentra en problemas...

Cuando la joven acostada en la cama se despierta, no reconoce nada a su alrededor. Abre los ojos asustada, a pesar de que las suaves mantas crean el ambiente perfecto incitándola a seguir durmiendo. El mareo que siente al levantarse de golpe, la deja un poco aturdida durante algunos segundos, luego de los cuales, intenta recordar cómo llegó a esa habitación.

Las paredes totalmente blancas sin ningún adorno en ellas le producen una sensación fría y poco reconfortante; la ventana a su lado derecho deja entrar solo algunos rayos de luz, y ni hablar de las sosas cortinas que la cubren. Blanco, blanco y más blanco. Es como si hubiera despertado en el lugar más terrorífico de todos, y lo que es peor, está completamente sola.

De improviso, un ruido en la manija de la puerta le advierte que hay alguien detrás de ella y, buscando algo que esté a su alcance para defenderse de lo que sea que quiera entrar, toma una almohada y espera. Su sistema nervioso de huida se ha activado, y con ello, los latidos de su corazón se aceleran, la puerta se mueve de su sitio lentamente, sus pupilas se dilatan, una figura comienza a cruzar el umbral, ataca.

La mujer que cruza la puerta es impactada por la almohada que llega volando y a gran velocidad contra su rostro, provocando que pierda el equilibrio por un momento, y las palabras que comenzaba a pronunciar son calladas inmediatamente por los gritos de la joven que continúa lanzando en su dirección todo cuanto se encuentra.

La mujer intenta esquivar los golpes, mientras se adentra en la habitación por completo para luego intentar calmar a la joven, quien se levanta de prisa, y corre hacia un extremo del cuarto, sin dejar de defenderse utilizando como arma todos los objetos que encuentra a su paso, hasta que toma entre sus manos un bonito jarrón, amenazando a la persona que no puede ver con claridad.

—Por favor, bájalo —pide la mujer con las manos extendidas en señal de paz.

—¡No, no, no! —continúa gritando la joven, acurrucada, casi por completo, en la esquina de la habitación—. ¡¿Quién eres y qué es lo que quieres?!

La mujer se acerca poco a poco, con más miedo de que se rompa el jarrón, que de salir lastimada, y entonces, la joven se da cuenta de cuán cerca está y se levanta de inmediato, sosteniendo el jarrón por encima de su cabeza con clara intención de soltarlo en cualquier momento.

—¡Aléjate, aléjate!

En vista del inminente peligro, la mujer decide hacer un último movimiento, de reojo capta la única cosa que no le lanzaron y aún continúa sobre el buro y, sin pensar demasiado, da un paso hacia atrás para luego correr hacia el pequeño mueble al lado de la cama, toma el pequeño objeto y se acerca de nuevo a la joven. Ella se encuentra distraída luego de ver cómo la mujer corría, que no se dio cuenta de cuándo se acercó tanto.

—¡Soy la enfermera! —grita la mujer, antes de que la chica deje caer el jarrón, y le extiende su brazo con el pequeño objeto en la mano.

—¿Enfermera? —la joven la mira detenidamente, percatándose del color blanco en su ropa, y del extraño gorrito sobre su cabeza. Todavía no convencida del todo, baja la mirada hacia sus manos, y tiene que entrecerrar los ojos un poco para poder enfocar con claridad lo que la mujer le ofrece.

Un par de gafas de armazón negro llenan a su campo de visión, y las toma con un algo de desconfianza, tras examinarlas durante tres segundos se da cuenta de que son suyas y, soltando el jarrón para utilizar sus dos manos, se las coloca. La diferencia entre su vista ahora es abismal a la de hace unos segundos, ya puede reconocer a la enfermera de pie delante de ella. 

El grito a medias de la mujer llega a sus oídos, seguido por el del cristal al romperse en su contacto con el suelo. Abre los ojos con sorpresa luego de bajar la vista y encontrarse con múltiples fragmentos de colores. Un poco avergonzada, mira a la enfermera de nuevo e intenta dibujar una sonrisa, mostrando más una mueca sin forma, acompañada de una risa nada divertida.

—Lo pagaré, lo pagaré —dice a modo de disculpa, tratando de consolar a la mujer que la mira desconcertada.

Se acomoda los lentes y baja la vista reprochándose a sí misma, mientras camina de nuevo a la cama.

—No debí ver esas películas de terror antier con mi primo —menciona en tono lastimero, cubriéndose completamente con las sábanas.

……

Eider camina distraídamente por la acera, cerca del edificio de su facultad, leyendo los mensajes en su teléfono. A pesar de que aparenta ser un día caluroso, ella lleva encima una enorme bufanda como si estuvieran en invierno, además de un enorme paraguas para que no la tome desprevenida la lluvia de nuevo. La gente por donde pasa la mira con extrañeza, curiosidad y burla, nada saben de que esta mañana despertó tan resfriada que poco les faltó a sus compañeras de cuarto para mandarla a confinamiento.

Lleva un montón de pañuelos entre sus manos y en su bolsillo, y tiene los ojos tan llorosos que apenas y puede ver con claridad. Un estornudo se le escapa haciendo, no solo que se despeine por completo, sino que todos los pañuelos que sostiene caigan al suelo desordenados a su alrededor. 

A pesar del dolor de cabeza y el malestar que siente en todo su cuerpo, este día es tan importante que no puede faltar a clases, hoy comenzarían oficialmente los ensayos de la obra, debía estar presente.



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En el texto hay: humor, romance, drama

Editado: 30.04.2022

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