No soy una falla

Capítulo 1

Mis sentidos estaban agudizados. Solo podía sentir la soledad que me rodeaba y cada tanto una fina ráfaga de viento chocaba contra mis oídos.

El silencio se había convertido en mi mejor y único amigo. Mi escasa interacción social estaba comenzando a transformarme en alguien poco interesante. Solo podía entenderme a través de mi reflejo en el espejo, excepto cuando se empañaba a causa del vapor que emitía el agua caliente de la ducha.

No podía salir de esta maldita casa. No exageraba al decir que estar aquí dentro se parecía a una cárcel. Si quería respirar aire fresco, lo único que podía hacer era abrir una ventana o aprovechar el recorrido desde la escuela hasta la casa. Pero hoy la temperatura era baja en Portland, solo lograría que mi nariz se congelara y entumeciera.

Dejé de golpear mi saco de boxeo negro. Lo sostuve con ambas manos evitando que se sacudiera. Suspiré pesadamente y apoyé mi cabeza en él. Respiré profundamente intentando bajar mi ritmo cardíaco.

Sin moverme de mi posición lo empujé gracias a la cooperación de todo mi cuerpo, hasta dejarlo en un extremo perdido en la oscuridad.

Salí del garaje. Me di cuenta de que era el cuarto más frío de toda la casa.

El olor a humedad había sido reemplazado por el olor a leña que se quemaba en la chimenea. Cuando crucé la puerta, el cambio de luces me obligó a entrecerrar los ojos hasta que pude acostumbrarme.

Ya en la cocina, abrí la canilla del lavaplatos y dejé que el agua cayera dentro de un vaso de vidrio. Me senté bruscamente sobre el sillón. Mi piel se estremeció con el contacto del cuero frío. Tragué el líquido transparente, que humedeció al instante mi seca garganta provocando que largara un suspiro de placer.

Sacudí mi calza negra y mi remera violeta de lycra, como si tuviera tierra, pero no era así, solía ser mi costumbre antes de acomodarme.

Mi cuerpo había entrado en calor, el frío no podía molestarme, pero, de todos modos, estiré mi brazo hasta alcanzar una campera negra toda arrugada que estaba debajo de un almohadón y me la puse.

Apoyé el vaso en el cristal sobre la pequeña mesa de madera desgastada que estaba en medio de la sala, adornando el pequeño living.

Bajé la mirada y en ese instante me percaté de que mis manos aún seguían vendadas con una gruesa y deshilachada cinta blanca. Estaba especialmente diseñada para proteger mis nudillos de lesiones. Tomé uno de los extremos que tenía pegado y comencé a quitármela, observé mis dedos durante unos segundos y mis nudillos estaban blancos por la presión que ella ejercía. Cerré mi puño y troné mis dedos para poder activar un poco la circulación sobre ellos. Estaban rígidos y algo entumecidos.

Llevé mis manos hacia mi mandíbula y comencé a masajearla con suavidad para poder relajarla. Me molestaba mucho esforzarla apretando los dientes cuando estaba bajo tensión.

Lentamente me acomodé hasta quedar con mi cabeza sobre un almohadón, muy incómodo y más duro que una piedra. Descansé mis pies apuntando en dirección opuesta, cerré mis ojos durante unos segundos. Mi cerebro reprodujo una imagen que se repetía una y otra vez en mi cabeza desde hacía ya un largo tiempo...

Estaba en el garaje con la tenue luz que entraba en la ventana, pude reconocer el rostro inconfundible de Marco Mayer, mi padre. Decir que él era mi padre tendría que ser un pecado. Sus cínicos ojos grises se conectaron con los míos. Su figura se acercó hacia mí. Solo se quedó parado escupiendo cualquier clase de insultos que pudieran ocurrírsele, pero lo que salía de su boca eran frases sin sentido, excepto algunas palabras que pude captar como: "Estúpida carga" o "Eres la desgracia que me tocó criar"... Lo usual. A pesar de todos los insultos que él pudiera explayar, siempre hubo uno que me dolía cada vez que lo decía. "Algún día desaparecerás tal cual lo hicieron tu madre y tu hermana y yo me encargaré de ello". Su mano tomó mi cabello, tiró de él hasta soltarme violentamente contra la pared. Incluso pude sostenerme contra ella, ya que tenía una gran contextura física.

Instantáneamente mi cuerpo se arqueó sobre el sillón al sentir una punzada en el pecho; pude sentir el dolor que había vivido ese día. Cambié de posición girando mi cuerpo hacia la izquierda, pero nuevamente apareció su imagen.

Recordaba estar rogándole a mis piernas que subieran la escalera lo más rápido posible para escapar de allí, él me perseguía dando fuertes pasos al subir detrás de mí. Me encerré en mi habitación, le coloqué la traba a la puerta y me quedé de espaldas ejerciendo presión contra ella para que él no entrara.

Desde el otro lado se escuchaban golpes y amenazas. No conté con la suficiente fuerza para seguir soportándolo, con lo cual logró abrir la puerta con una fuerte patada, la madera se agrietó y el pestillo saltó sobre mi ojo izquierdo.

Mi padre me levantó bruscamente por el brazo y me obligó a mirarlo con el ojo que no lloraba. Cuando abrió la boca para hablar, su desagradable aliento a tabaco y alcohol provocó que el estómago se me retorciera. Estaba diferente a otras veces, su pelo rubio, opaco y largo se mezclaba con la transpiración de su rostro. Estaba más que ebrio y eso fue fácil de deducir con tan solo ver su fachada. Pero no necesitaba una botella de alcohol para justificar sus actos, simplemente lo hacía sin remordimientos.

"Levántame la mano una vez más y te arrepentirás de por vida Scarlett", gritó antes de darme una cachetada al igual que yo lo había hecho con él hacía un minuto.

Se fue de mi habitación dando un fuerte portazo al salir.

Estuve toda la noche tirada en suelo. No podía ponerme de pie, la parte inferior de mi cuerpo no respondía. Recordé lo espantoso que hubiera sido pensar que podría haberme quedado tirada allí, sin nadie a mi lado. Afortunadamente, uno de mis vecinos oyó mi llanto y los gritos y se trepó por la ventana para auxiliarme. Sin embargo, al día siguiente pude moverme por cuenta propia aceptando que el estrés y el miedo me habían afectado.



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En el texto hay: accion, amor, lgbt+

Editado: 18.03.2023

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